Supongo que la vejez debe ser una etapa compleja, un terreno inseguro, una prueba más (la última) que debemos superar y esta vez para irnos definitivamente de este mundo. Hay gente que la vive bien despierta, mientras que otra pierde la cabeza, ya sea con enfermedades concretas como el Alzheimer, ya con el famoso chocheo que, en sus versiones más extremas, alcanza la demencia senil.
Cuando al anciano se le va la cabeza, uno siente lástima, y a veces rabia de ver cómo un ser humano, con todos sus aciertos y errores, con toda su dignidad, acaba en la piel de un triste personaje que ya no es él. Pero cuando nuestros viejitos y viejitas no pierden la cabeza, uno espera que con los años hayan adquirido dignidad; incluso esperamos, casi inconscientemente, que las arrugas y la experiencia dulcifiquen el carácter del viejo. La sabiduría, incluso cuando nos lleva a denigrar la vida, nos enseña que nada, ni siquiera lo más terrible, merece nuestra histeria.
Hoy se publicó en El País el último artículo de Félix de Azúa. Don Félix, al que una amiga y yo, con intención profundamente cariñosa, hemos llamado todos estos años el idiota (Historia de un idiota contada por él mismo, Anagrama 2002), intenta una vez más ser crítico y sólo se queda en la histeria, en la misma histeria de la que acusa al país entero. Luego de describir la situación patética en la que vivimos, con un panorama político repugnante, nos da un consejo increíble: que no nos metamos en líos, que así andamos bastante bien; que las revoluciones siempre nos llevan al mismo sitio.
Nadie duda de los conocimientos que atesora este buen hombre, conocimientos que, por otra parte, no siempre ha sabido transmitir con un poquito de inspiración y amabilidad. Nadie, yo no al menos, puede negar que en el pasado sus análisis de la política y el arte han sido no sólo inteligentes, sino por lo común refrescantemente iconoclastas y discordantes. Pero diría que don Félix, con el tiempo, ha ido sufriendo de dos de los más comunes problemas de la vejez: el malhumor y el conservadurismo. Hasta aquí todo sería bastante comprensible y disculpable (mucho más cuando el que escribe, sin tener la edad de don Félix, ya ha notado algún que otro síntoma de semejantes dolencias en sí mismo). Pero a la histeria de sus artículos se une un efluvio cínico que entristece tanto como exaspera.
Haciendo un inciso en el tema, resulta la mar de curioso que el artículo de don Félix se titule oficialmente “El momento de los pequeños”, pero que El País, en su organización digital de la página, lo titule “Podemos: el momento de los pequeños”. Se supone que don Félix habla de todos los partidos pequeños, en contraposición a los dos grandes, pero en El País parece que tienen claro contra quién se publica el artículo.
De cualquier forma, uno siente lástima cuando ve que un señor tan leído (tómese el adjetivo en la mejor de sus acepciones) y tan irreverente, dejándose llevar por una de sus obsesiones, afirma sin pudor que el gobierno de Mariano Rajoy está recomponiendo el país que Zapatero destrozó. ¿Dónde está su irreverencia cuando alaba desmedidamente una Constitución como la nuestra, que tiene muchas virtudes sin valor jurídico y muchos defectos con todo el peso de la ley? Chochea don Félix cuando se une al coro de corruptos en esa cantinela interesada sobre la Revolución Bolivariana que traerá Podemos, del mismo modo que antes, cuando podía poner en peligro el poder de sus amigos, Izquierda Unida traería el Comunismo. Para don Félix el partido de Pablo Iglesias quiere eliminar a la Casta como los revolucionarios franceses eliminaron a la aristocracia.
Pero lo más triste de su artículo y de su pensamiento es el consejo que da al final del texto: él no quiere decir que las cosas deban quedarse como están, no. Él lo que dice es que el bipartidismo no está mal, pero sin mayorías absolutas. Que es bueno votar a los partidos pequeños pero sólo para que eviten las mayorías absolutas, sólo hasta el punto que les permita seguir siendo pequeños y latosos, para cambiar todo este criminal desbarajuste muy poquito a poco, sin prisas, sin revoluciones, con el mismo espíritu que los padres de la Constitución pusieron en el mantenimiento de un franquismo moderno y democrático. Que nadie destroce esta imperfecta realidad hasta que don Félix y tantos contemporáneos suyos puedan acabar su vida en la tranquilidad de sus trapicheos intelectuales y sus privilegios.
4 comentarios:
A mi es que no me gusta el buen señor.
España es un país de viejos mentales y cargados de miedos ancestrales y aún hoy se dejan amedrentar por los poderes asentados
La savia nueva de la gente joven con ganas de cambiar las cosas me chifla
Me apena que Podemos no se sienta contento con 15 escaños en vuestro parlamento.
No han tenido tiempo de más.
Me gusta y enamora Teresa, me parece una mujer genial y luchadora.
Un abrazo
Hola, Lunita, cuánto tiempo... Me alegra mucho que andes con la cabeza llena de hambre de verdades, de verdades sencillas y de esa lógica humana que un puñado enorme de malnacidos ha ido pudriendo con su forma mafiosa de hacer política. Y me alegra sobre todo escucharte... Besos mil, Lunita.
¡Lástima! Se suele decir que hasta Homero dormitaba y cometía errores, cosa esta más frecuente con la edad (en cualquiera de sus dos acepciones). Ya veo que Azúa cumple esta ley de un modo algo triste...
La verdad es que sí, que da lástima que algunos pensadores que han sido referentes para muchos de nosotros tengan una vejez tan triste. El peor de todos los casos, al menos para mí, el de Savater.
Publicar un comentario