Se suele decir que este país no tiene remedio porque bulle de pícaros, y para ilustrar el asunto se echa mano de nuestro pobre Lazarillo de Tormes. No se cae en que Lázaro fue un niño molido por la vida, y que ésta, a través de una serie de personajes representativos de la época, le enseñó que sobrevivir era sinónimo de mentira, picaresca y deshonor. La vida no le enseñó mucho más.
Pero hay que recordar que el libro, aún anónimo, está escrito en primera persona. Es el propio Lázaro el que relatando su biografía pretende denunciar la situación de su patria, recriminar a la sociedad que permite barbaridades como las que a él le ocurrieron. Lázaro no es un pícaro, es una víctima. Lázaro es un niño al que la vida, al final, no consigue descarriar del todo, y que sobrevive perdiéndolo todo, hasta la honra.
La picaresca en España es enorme, y está extendida por casi todos sus escenarios. El más público y notorio escondrijo de la picaresca nacional es el de la política. Una vez mal disuelta la dictadura, donde la picaresca fue ley orgánica y crimen, nos quedó un tablado en el que un ejército de truhanes (declarados y no) ha hecho su agosto. Nadie con dos dedos de frente, nadie con una pizca de corazón podría negar los beneficios de esta democracia, y mucho menos del concepto ideal de democracia. Pero en nuestro entorno la democracia se ha podrido no sólo por la corrupción, sino sobre todo por la mentira y por el deshonor.
Ayer tuvo lugar uno de esos actos estúpidos que salpican nuestra espesa vida democrática: el debate en elecciones. Puede ser que, como la mayoría de los españoles, me haya habituado a los zafios tejemanejes de la política, pero no acabo de acostumbrarme a que me traten como a un ignorante integral. No vi este debate, pero sí he visto otros, y de debate suelen tener sólo el nombre, y la altura humana de los participantes suele medirse en centímetros.
En este caso, el debate se hizo entre tres partidos políticos, los tres partidos que poseen representación parlamentaria en Andalucía, PSOE, PP e IU. Imagino que es la Ley Electoral la que establece la composición de estas farsas inútiles, así que no osaré apuntar ilegalidad alguna. Como tampoco es ilegal el tremendo disparate de que los partidos partan, para explicar sus propuestas, con presupuestos inmensamente dispares, a veces hasta provenientes de los bajos fondos. Tampoco criticaré que los representantes de los dos partidos de siempre se despellejaran vivos, como parece que hicieron, zahiriéndose mutuamente con los muchísimos errores y las muchísimas corrupciones (contra la ley, contra la decencia y contra sus propias promesas programáticas) en los que ambos han incurrido.
Otra cosa siento con la participación de Antonio Maíllo, candidato de Izquierda Unida. Muchos amigos me han hablado muy bien de él, considerándolo persona íntegra. La sensación que muchos teníamos es la de que, aceptando la dirección regional de su partido, Maíllo acudía a liderar una formación cuya última palabra la tenía un aparato algo casposo y bastante inútil (basta repasar su historia electoral) a la hora de representar la ideas de izquierda. Un aparato que lleva lustros lanzando consignas muy hermosas al aire, y que luego no ha aprovechado en absoluto las pequeñas parcelas de poder que le han tocado para demostrar que eran diferentes. No habría más que repasar sus experiencias municipales para comprobar hasta qué punto han sido, en general, muy parecidos a los demás. Como ha pasado con el resto de partidos, los representantes de IU que han tocado el poder, con sus correspondientes y minoritarias excepciones, han adoptado con demasiada frecuencia los usos democráticos imperantes. Raramente el partido se ha enfrentado a un alcalde déspota siempre y cuando este alcalde le proporcionara los votos que tanto ha necesitado siempre IU.
En este caso Antonio Maíllo vuelve a aprovechar estos usos, estas sacrosantas leyes electorales, para entrar en un debate con los dos partidos grandes, en una televisión que mantiene embobados a un buen número de andaluces con el folklore más zafio, con los programas más repugnantes. Pero participar en ese debate era jugar en la división de honor, y además con dos partidos que se deshacen en sus propios ácidos, en sus propias podredumbres. Estaba cantado que hasta le regalarían la victoria, que los dos líderes de la caspa (con p) se machacarían mutuamente y Maíllo sólo tendría que mantener el tipo para salir vencedor. Según cuentan, los dos adalides mayoritarios ignoraron al tercer participante, hicieron todo el tiempo como si no estuviera allí, lo ningunearon como suelen hacer los pícaros con aquellos que no suponen un peligro para sus espurios intereses. Pero con su presencia en semejante acto, Maíllo ya había aceptado entrar en otra bufonada de la picaresca política patria (tres pes en vez de dos).
Si mis amigos tienen razón, y Antonio Maíllo es un hombre honesto, será una pena que, como las encuestas pronostican, se hunda por seguir haciendo vieja política (vieja es un eufemismo de endogámica y poco respetuosa con las personas, que sólo son votantes circunstancialmente), aunque el hecho de que él sea buena persona no impide que su formación política posea, entre mucha buena gente, un montón de casposos ignorantes soñando con la próxima revolución bolchevique, y lastrando las, al parecer, buenas intenciones de unos cuantos.
1 comentario:
El pícaro lo es porque, de entrada, la sociedad le impide otra manera de triunfar que no sea humillante. No en vano, tanto Lázaro como el buscón Pablos son personas de más que posible origen converso, los cuales eran verdaderos parias.
En el caso de nuestros políticos es interesante, porque estamos ante un caso claro de retroalimentación negativa causada pro instituciones, efectivamente, caducas que favorecen la corrupción. Es la pescadilla que se muerde la cola.
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