sábado, 7 de febrero de 2015

También somos lo que votamos

el-roto_los-electores-siempre-votan-lo-que-mc3a1s-les-conviene1Cuando los representantes políticos a los que votamos dedican millones de euros a la compra de armas y a la celebración de fastos estúpidos, y a la vez permiten el desahucio de miles de personas o el desamparo social de otras muchas, nosotros sus votantes deberíamos sentirnos corresponsables de esos terribles sucesos.

Cuando una persona confía su poder a un manojo de individuos que lo usan para organizarse como una cuadrilla jerarquizada de aduladores, que dedican su tiempo y sus esfuerzos a asegurar la propia vida de la cuadrilla y no a servir a la sociedad, esa persona debería enfrentar su responsabilidad no sólo ante los damnificados directos de ese tipo de política, sino ante la sociedad entera, que sufrirá el atraso y las mentiras de semejante casta.

Me molesta cada día más la progresiva caída de los representantes de Podemos en la cháchara política de siempre, en la banalidad de los eslóganes, en el griterío de los mítines. Durante unos meses ha sido refrescante ver a unos políticos discutir con seriedad sobre realidades, incidir en las mentiras del circo político instaurado tras la Transición, y sobre todo leer algunas entrevistas en las que a preguntas inteligentes y profundas ellos emitían respuestas nuevas, lógicas, argumentadas e ilusionantes.

Si lo pensamos bien, ningún español vivo ha conocido época alguna en que la política consistiera en afrontar con sensatez y humanidad el bienestar de los ciudadanos. La inmensa mayoría de los políticos no ha necesitado más que especializarse en los tejemanejes del poder para escalar en la jerarquía de la cuadrilla, y sí, de paso arreglar algunas cosillas en la sociedad, aunque sólo por pura inercia. Por eso el término casta me parece tremendamente acertado.

Los políticos profesionales son una especie aparte: se parecen todos y se diferencian del resto de los ciudadanos en su comportamiento habitual, incluso en su fisonomía. Son gente 38-S.M.-el-Reyespecialmente preocupada de su imagen, no pocas veces hasta límites ridículos. Son tipos que hacen ostentación continua de su posición en el partido y en la sociedad, que viven fervorosamente los avatares de su organización y que, conforme trepan en la escala del poder, se van olvidando de sus obligaciones. Estas obligaciones son cada vez más una oportunidad de ascenso y menos una posibilidad de servicio. Cada día creen menos en lo que hacen por los ciudadanos, de ahí que se produzca una brecha insalvable entre ellos y los técnicos que se supone deben llevar a cabo sus políticas, y que cunda entre todos estos técnicos el desánimo y la convicción de que casi nada de lo que se hace sirve para nada.

Hay diferencias en la escala jerárquica del partido, pero en todos los niveles funciona esa adulación ambigua por el que está arriba, ese deseo de posar en una foto con el capo, de ser abrazado por él ante los demás, porque ese abrazo favorece el ascenso. Incluso entre las bases, donde algunos recién llegados aún conservan la buena fe y la intención de trabajar por el bienestar de los ciudadanos, existe un sentimiento religioso de reverencia al secretario general, al coordinador, a cualquiera que haya conseguido cierta responsabilidad en el aparato del partido. Se aprende pronto que la crítica, que el razonamiento se opone a la organización. Sólo se puede ascender con obediencia, aceptando las reglas de la cuadrilla, reproduciendo los esquemas y costumbres que la sostienen. La organización debe compatibilizar la necesidad de éxito electoral con el juego de astucias y maldades que decide quiénes llevarán las riendas, quiénes repartirán los beneficios en forma de generosos sueldos y mullidos sillones.

617x1000_montoro2002Hay que admitir un cambio, a peor, desde los inicios del período democrático a este parte: se ha producido una palmaria disminución de la formación intelectual de los políticos. Si la inteligencia tramposa sigue siendo una cualidad esencial de los políticos de éxito, si deben seguir siendo unos listos, hoy han dejado de necesitar algún tipo de formación intelectual para acceder a responsabilidades enormes. Los errores de gobierno se sobreseen con pasmosa facilidad, por lo que no ocurre nada si un director general de comunicaciones no sabe una letra sobre comunicaciones, o si un consejero de educación no sabe nada sobre política educativa. No se cae el mundo si un buen número de políticos son analfabetos funcionales, porque la escala del poder ofrece multitud de puestos de responsabilidad adaptados a su ignorancia, bien remunerados y muy útiles para pavonearse.

Alguna gente que participó en la Transición, que colaboró en la construcción de los partidos aportando una enorme ilusión a la esperanza colectiva de la democracia, se encuentra hoy fuera de los mismos y asombrada de lo que ocurre, abochornada por el nivel de los que hoy dirigen sus antiguas organizaciones. Aun así, les cuesta reconocer que el rumbo que ha tomado la política viene de decisiones muy antiguas, de los dirigentes de los grandes partidos que protagonizaron la Transición, que no tardaron en traicionar esa esperanza colectiva en el bienestar y en el progreso económico y cultural de nuestro país.

Por otro lado, todos conocemos a alguna buena persona que tuvo la cándida idea de intentar cambiar el funcionamiento de los partidos desde dentro, y seguramente hemos podido asistir al frío y sistemático método que los partidos usan para machacar a estas almas ingenuas. Hay, sobre todo a nivel local, un pequeño grupo de concejales y militantes de base que, dada la escasa importancia que los aparatos conceden a esos niveles de la política (precisamente los más cercanos al ciudadano), consiguen desarrollar proyectos interesantes y útiles, pero también estos personajes periféricos han de cumplir con las fiestas del partido, con los protocolos, incluso a veces con los vicios de la cuadrilla. Y todos, todos poseen en sus despachos las correspondientes fotos con los sonrientes líderes, todos, incluso los carlos_mottamás bienintencionados, aceptan las reglas de la casta, de la jerarquía, y sueñan con pisar las lujosas alfombras del poder.

Cuando votamos a estas cuadrillas debemos asumir la responsabilidad de sus éxitos y de sus fracasos, pero también de sus fechorías, y si aun así, aun conociendo sus desmanes, seguimos votándolas, debemos ser conscientes que somos nosotros los que andamos sosteniendo a una casta de malhechores, nosotros los que mantenemos un sistema político corrupto y desnaturalizado.

6 comentarios:

Francesc Cornadó dijo...

Está claro, amigo, que este es el circo mediático de la política. Hoy los políticos se han convertido en vedettes o charlatanes de la feria de las vanidades. Nuestro voto es nuestra voz, nuestra débil y apagada voz en un mundo de ruido y de hipocresía. Hoy más que nunca podemos coincidir con aquella máxima que afirma que el pueblo tiene el gobierno que se merece. Desesperanza total, amigo mío, nos esperan setecientos años de miseria política.
Salud
Francesc Cornadó

Sir John More dijo...

No estoy nada seguro de que no te equivoques, pero hoy quiero creer que no será como dices. Y seguramente también a ti, amigo Francesc, estoy seguro de que te gustaría equivocarte... Abrazos.

capolanda dijo...

Totalmente de acuerdo. Hay una página llamada Politikon, donde critican precisamente el sistema de los partidos españoles en los mismos términos en los que los haces. Hay también un blog llamado El pesod e armiño, cuyo autor también piensa que la casta la formamos todos, incluso sin ser conscientes de ello, por nuestra admiración malsana al éxito fácil.

Sir John More dijo...

Gracias, les echaré un vistazo.

Mariano Velo dijo...

Espléndido, Sir John! No quito ni una coma...

Sir John More dijo...

Abrazo, chavalote...