
Conjurabas las contrariedades con risas. Aun recuerdo unas de nuestras últimas carcajadas: te presentabas con tu pueblo, Tomares, a un concurso de proyectos municipales, y estabas ‑no podía ser de otro modo‑ convencido de que vencerías. Tu ingenuidad no quería entender que los premios estaban concedidos de antemano, y que nada tenían que ver con el contenido de las experiencias presentadas. En el estrado defendiste con ardor y embarazo tu propuesta, pero al poco se daba a conocer el fallo: ganaba el pueblo de Bonares. La risa desapareció por un instante de tu rostro. Yo te miraba de reojo unos asientos a tu derecha, preocupado, porque temía que toda la ilusión que llevabas se viniese abajo con estrépito. De pronto, entre el silencio de la concurrencia, adelantaste el cuerpo hacia mí y me dijiste: “Juanma, ¿han dicho Bonares o Tomares?”. Entonces tu sonrisa volvió al par de la mía, y supe que nada, ninguna barrera podría con tu ánimo.
Hoy una ligera decepción me inclina a recordarte, y a envidiar aquella virtud tuya de la alegría…

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