Hace unas semanas conducía hacia Extremadura. Llovía. El extenso paisaje mostraba tormentas lejanas, aguaceros oscuros que se desplomaban sobre el horizonte. Me sentía bien, solo en el coche, con la música susurrando pequeños sueños, caliente mientras cruzaba aquella inmensidad de tierra, agua y viento.
No hay sol más hermoso que el que luce entre las inclemencias, el que asoma inesperado y manso entre las nubes y los aguaceros. Sólo su luz es realmente dorada. Y ese sol me alumbró justo cuando, allá a lo lejos, vi el arco iris.
La autovía giraba sorteando los cerros. Ya no caía agua sobre el parabrisas, y a mi paso el sol acariciaba al mundo. Pero unos kilómetros más allá aguardaba una cortina de agua y un escenario de invierno oscuro. Sobre este fondo había empezado a dibujarse, a la derecha, un ancho tramo de arco iris. Brotaba modesto del suelo, muy tumbado, sin ninguna pretensión de alcanzar grandes alturas. Pronto descubrí a la izquierda su otro pilar, y suavemente, mientras me acercaba a él, fueron uniéndose las dos columnas para formar un arco iris robusto, pero muy bajo.
Con las revueltas del camino el arco iris iba de un lado a otro de la marcha. El ambiente a mi alrededor lucía fresco, espléndido, diáfano como una verdad, pero mi mirada se fue prendiendo de la lluvia allá delante, del contraste entre la armonía soleada de mi derredor y aquel desorden de agua y sombras que esperaba unos cientos de metros más allá. Y en medio ese arco iris menudo pero vigoroso, en el que los colores encontraban espacio suficiente para mostrarse con una claridad asombrosa.
Entonces la autovía se orientó decididamente al arco iris, y supe de cierto que pasaría por debajo de aquel carnaval de colores. Me sentía fascinado, con los ojos clavados en el prodigio, soltando exclamaciones nerviosas y absurdas. Por unos instantes creí que, si la carretera subía un poco, podría rozar con el techo del coche su dintel de violetas. Era un arco iris perfecto, que enmarcaba mi paso con su inefable hermosura. Mientras lo cruzaba sobrecogido, la lluvia comenzó a emborronarme la vista, pero alcancé a ver cómo se disolvía en el caos de la tormenta en la que me adentraba.
Una amiga me dijo que ese arco iris era una puerta, una entrada hacia un tiempo distinto y mejor. Ella sabe que no creo en ese tipo de puertas, que no creo en las señales del destino. Para el descreído que soy, creer en estas pistas no es más que un modo candoroso de huir de la realidad, aunque quizá mi amiga piense que es precisamente el escepticismo el que me permite a mí huir de la esperanza. Pero yo sé que sólo vi el arco iris, un improvisado juego de luces y espejos, un efecto óptico del caos, una puerta imaginaria hacia mí mismo. ¿Hacia dónde si no?
Me alegra encontraros…
8 comentarios:
Y yo a ti...
¡no me digas que soy la primera que estaba detrás de la puerta!
No será una señal, ni el puñetero destino, pero me encanta.
Besos recuperados.
A mi me alegra que estés de vuelta...Cariños
Anda que no ha llovido, querido...
Besicos
Me alegra que tomes las riendas y estés de vuelta
Beso
Y Sir John dijo: "Sed buenos. Volveré..." Me alegra mucho que haya cumplido al fin su palabra, ¡a puntito estaba de trasmutarme en arcángel!
Un beso y bienvenido.
Inés (lectora suya en la sombra)
Casi me siento como Schwarzenegger y su Terminator... Me alegra mucho encontraros, y más que arcángeles, quiero creeros ángeles de la levedad y el suspiro, como espíritus enviados a este pobre pecador con un cariño refrescante e inmerecido. Gracias por vuestro paso.
Qué alegría, Sir.
Coño, Sir, vaya sorpresa agradable.
Me acabas de alegrar el día.
Un abrazo, amigo.
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