viernes, 21 de septiembre de 2007

Policías, ladrones y mentecatos

Antes de contar mi historia, debería decir que tengo un tío policía jubilado, es decir, que vivió épocas en que ser policía debía ser difícil para todo aquel a quien no le gustase dar jarana, y a él nunca le gustó, y todos en la familia sabemos que su corazón es lo suficientemente grande como para haber llevado una profesión por todos lados difícil, y sorprendentemente mal pagada, para sacar a sus cinco hijos adelante. Y debo decir que hace nueve meses y medio exactamente, mientras los equipos de urgencias trataban de resucitar sin éxito a mi madre, lloré sobre el hombro de un joven policía, que tuvo la sensibilidad suficiente como para que, de aquel aciago día, uno de los buenos recuerdos que conservo sea su comprensión y su ayuda.

Dicho esto, os cuento una pequeña y divertida historia. Hace unos doce años pensé en ir al centro de Sevilla para comprar un disco en la desaparecida Virgin. Me llevé a Adrián que, con dos añitos aproximadamente, andaba sin problemas, porque era (y es) un polvorilla de cuidado. Pensé en coger el autobús y luego caminar a su ritmo por las calles peatonales del centro. Pero hete aquí que el niño, con el zarandeo adormecedor del autobús, se me quedo frito, y cuando bajamos lo vi tan dormidito que decidí no despertarlo. Entonces mi espalda aún andaba casi nueva, así que cogí al niño y comencé a caminar. Al poco, claro, Adrián se me derramaba por todos sitios. Bien criado que estaba, y dormido profundamente, se desparramaban brazos y piernas, aunque yo intentaba llevarlo con un poquito de decoro.

Transitando la calle Sierpes, al final de la cual andaba la tienda, vi entre la muchedumbre de compradores que, desde lejos, vestidos con ropa de faena, es decir, con un uniforme menos de lucir y más de actuar, y altos como castillos, dos policías me miraban. En una décima de segundo adiviné lo que me iba a pasar. Efectivamente, los policías me pararon. Bueno, he de decir que tengo el pelo largo, barba (frecuentemente larga), y en aquellos tiempos vivía de Papá Estado, con lo que vestía cómodo, con camiseta, pantalones cortos y chanclas de verano. En fin, los policías, dos tiarrones jóvenes y fornidos, me pidieron que me detuviera. Yo lo hice preguntándole qué deseaban. Uno de ellos, para empezar a hablar, me hizo una curiosa pregunta: “¿Es suyo el niño?”. Yo esperaba esta pregunta, aunque algo me decía que les daría vergüenza formularla. Pero no, la formularon, y se me debió poner una cara tremenda al contestarles, porque el otro inmediatamente terció en el asunto. Mirando fijamente al que me había hecho la pregunta (de abajo arriba, porque soy más bien recogidito de altura), y con un cabreo monumental, le respondí: “¿Qué pasa, no lo parece?”. El policía que terció me pidió el carné de identidad, y entonces yo murmuré irónicamente que perdonaran si tardaba un poco, pero seguía llevando al niño encima y me resultaba dificultoso coger la cartera que tenía en el bolsillo de atrás del pantalón. Observaron el carné y, tras algunas miradas más, el policía que había terciado detuvo con un gesto al otro, que parecía querer seguir con el interrogatorio, y me dijo que podía seguir mi camino, por supuesto sin pedirme perdón ni darme las gracias por la colaboración.

Al cabo de una o dos semanas bajo a la piscina comunitaria con Adrián, y me encuentro con la sorpresa de que el policía terciador está allí con su mujer, además embarazada. ¡Vivía en un bloque pegado al mío! Él desvió la mirada evitando la mía, pero yo tuve muchas ganas de acercarme y preguntarle si el niño que iba a nacer era suyo.

Curiosamente era suyo, sí, porque en todo este tiempo en que mi vecino ha tenido que desviar su mirada cada vez que se ha cruzado conmigo, el niño ha crecido, y es un calco del padre. El niño, además, es un chiquillo insoportable, maleducado, violento y bastante cabrón con sus congéneres. Su hermano, aunque algo más gordito, nació al poco para superar al primogénito en mala educación. Y me acordé de esta historia porque hace un momento, al llegar, aparqué el coche y saludé a Adrián, que montaba la bicicleta de un amigo. En cuanto se fue Adrián, pasó el hijo menor de este buen hombre con su bicicleta, giró el manillar y pegó un frenazo en mis narices a punto de atropellarme. A tres metros detrás de él venía el padre en otra bicicleta. Yo me he quedado quieto mirando al niño, no para saber si era hijo de su padre, sino para ver si el padre lo reconvenía por no tener un poco más de respeto por los demás, pero el padre no le ha dicho ni mu, sólo ha seguido con esa media sonrisa idiota que lleva siempre, pedaleando tras el hijo por entre los coches y los peligros de la tarde. Y como siempre, como siempre desde hace muchos años, la misma palabra de siempre acude a mi mente para adjetivar lo que veo por la calle: grotesco. Y cada vez más.

7 comentarios:

Lula Fortune dijo...

Me he quedado prendada de la foto en el balcón...esa carita de ojos ávidos asomando a la vida, y tú (¿porque eres tú?) abrazando ,llevando, enseñando, sonriendo...es lo más tierno que he visto en mucho tiempo.Creo que Adrián tiene mucha suerte. Muchos besos a los dos.

Anónimo dijo...

La vida acaba poniendo a cada uno en su lugar. El problema es que va a su ritmo, no al nuestro. Tus hijos te lo agradecerán y eso es lo que más importa.

Anónimo dijo...

No hay nada que peor le siente a la estulticia que los ropajes de la autoridad, lo mismo da en forma de tricornio, peluca, sotana o director general. Y de ahí al abuso, medio paso.
Por cierto, sobre la estulticia y sus inmediaciones, no te pierdas el librito de Cipolla: Allegro ma non troppo. Buenísimo y divertidísimo.
Beso desautorizado.

amart dijo...

¡Tenías que habérselo preguntado, Sir, para que probara un poquito de su amarga medicina!
País nuestro. Dale a cualquier mediocre una gorra de plato y una porra al cinto (no digo ya una pistola).Uf..
Un abrazo.

Sir John More dijo...

Lula, aquí tengo ahora a esa criaturita, justo al lado, jugando su hora de los sábados de psp, y con cuarta y media más de altura que el padre (algo que tampoco es tan meritorio, la verdad). Y sí, por encima de todos los quebraderos de cabeza de la pater(ó mater)nidad, siempre se produce una imagen parecida a ésta que tú comentas, unos padres que, mal que bien, tratan de guiar a sus hijos hacia una libertad responsable y mínimamente feliz. Si lo hubieras visto poco después, con su cabeza llena de rizos rubios y una personalidad arrolladora (e incansable)... Gracias por tus palabras y un beso.

Ay, Tawaki, qué razón llevas con lo del ritmo de la justicia, y no sólo de la justicia reglada, sino de la vital. Pero sí, cuando uno hace, aunque sea así, grosso modo, lo que uno cree que debe hacer, bueno, te sientes bien, y eso ya es mucho. Un abrazo de padre casi viejo.

Ana, hace media hora, luego de comernos unos platitos deliciosos en un restaurante San Marco, bajamos a una librería y compramos sendos libros de Mortadelo y Filemón para los enanos (para compensar un poco a Tolkien y a Verne, en los que andan embarcados, y que les gustan pero también les cuestan), y el librito de Cipolla, que tiene una pinta genial, y caerá sin duda esta semana que entra. Por cierto, no sé si te llegará mi correo personal, porque tu cuenta da muchos errores, pero paso toda la semana en Gijón, y probablemente vea al amigo José Carlos, de Diarios de Rayuela. Ya sabes... Gracias por uno más de tus sabios y graciosos consejos.

¿Sabes, Amart? Ahora, rememorando aquel suceso lejano, creo que lo que debí de haber hecho es, cuando me pidieron el carné, haberles dicho: "Por favor, ¿me podrían sujetar al niño un momento?". Y no creas que no lo pensé, pero la verdad es que me daba mucho asco que aquellos indeseables tocaran a mi hijo. De todos modos, no creo que sea un problema exclusivamente de mediocridad, sino que hay gente que, con la más mínima excusa, se siente divina, y hay muchos supercultos y superinteligentes que también caen en la trampa del poder, una trampa realmente peligrosa. Un abrazo, amigo.

Anónimo dijo...

¡Qué ternura de foto, Sir!
Un besote para el super papá.

Sir John More dijo...

Eso de ser Superpadre lo veo tan, tan complicado para un tipo como yo... Que no soy mal padre, eso sí lo admito. Besos tardíos, mi querida Leo.