Ella le dijo entonces: "Éste tendría que haber sido un día de cuentos susurrados por la voz del viento, de caracolas o brisas marinas, mi niño; pero no digas nada". Entonces el niño se puso de puntillas, para mejor asomarse a la ventana, mas desde allí todo era tierra, y no se veía el mar. El mar se había quedado allá, en el otro lado, rodeándola a ella como un manto de gasa verde, azul, parda y blanca, refugiado expectante en su cuerpo de universo...
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