Para explicarme algo mejor: el otro día andaba recobrando el resuello en el gimnasio cuando, algo más de seis meses después de su marcha, me asaltó el recuerdo de mi madre, la imagen sólida de su muerte; y así hube de martirizarme un poco en el siguiente ejercicio para no sucumbir al dolor insondable de haberla perdido. A la mañana siguiente caminaba hacia el trabajo escuchando música, y de pronto pensé en nuestro nuevo coche. El anterior andaba anunciando taller, y por eso lo cambiamos. La matrícula del nuevo muestra las cuatro cifras finales del número de teléfono que tenía mi madre, 6261. Al descubrirlo, sonreí, sólo sonreí. Pero un poco más adelante comenzó a sonar un tema de Echolyn, Never The Same, y un sexto sentido me afirmó que ese tema hablaba sobre la muerte, y en cierto modo sobre mi madre. Entiendo algo del idioma de Shakespeare, pero suelo escuchar la música en inglés sin hacer el esfuerzo de entenderlo. Traté entonces de comprender algo, pero pronto lo dejé pensando que mejor me dejaba llevar por la propia música, y que al llegar al trabajo buscaría la letra. Efectivamente, la canción hablaba de los que se van, de aquellos que queremos y que nos dejan aquí, en la vida, haciéndonos a nosotros mismos tantas y tantas preguntas.
“Do not stand at my grave and cry
I am not there I did not die”
I say to you I will see you again
On the other side someday.
“There's never endings only discovery”
I tell myself over and over again
Some leave their mark in our hearts then go.
(“No permanezcas ante mi tumba llorando
No estoy ahí, no he muerto”
Te digo que te veré de nuevo
En el otro lado, algún día.
“No hay finales, sólo descubrimiento”
Me digo a mí mismo una y otra vez,
Algunos dejan su marca en nuestros corazones y se van.)
Reflexionando sobre las coincidencias, descubrí que mi madre había muerto el 6 de diciembre de 2006, es decir, el 6 del 12 del 6, justo el número al revés de la matrícula, y que en el año 62, en el mes 6, el día 1 mi madre debió andar completamente embarazada de mí, justo el primer día de un mes que exactamente acabaría con mi nacimiento... Ya no quise buscar más coincidencias.
“Do not stand at my grave and cry
I am not there I did not die”
I say to you I will see you again
On the other side someday.
“There's never endings only discovery”
I tell myself over and over again
Some leave their mark in our hearts then go.
(“No permanezcas ante mi tumba llorando
No estoy ahí, no he muerto”
Te digo que te veré de nuevo
En el otro lado, algún día.
“No hay finales, sólo descubrimiento”
Me digo a mí mismo una y otra vez,
Algunos dejan su marca en nuestros corazones y se van.)
Reflexionando sobre las coincidencias, descubrí que mi madre había muerto el 6 de diciembre de 2006, es decir, el 6 del 12 del 6, justo el número al revés de la matrícula, y que en el año 62, en el mes 6, el día 1 mi madre debió andar completamente embarazada de mí, justo el primer día de un mes que exactamente acabaría con mi nacimiento... Ya no quise buscar más coincidencias.
Pero yo estaba aclarándome sobre los místicos. Ante tanta coincidencia, hay gente que compondría toda una compleja teoría de mensajes ultraterrenos, demostrando (?) una vez más que el ser humano no sabe apenas nada de esta vida, algo con lo que no es difícil estar de acuerdo, pero a la vez que existen innumerables leyes místicas que podemos ir descubriendo con la actitud adecuada, con ese arrobo característico del iluminado que es mezcla de insatisfacción y de una mente débil y poco amueblada. Por supuesto, luego de perpetrar la teoría, el hechizado científico espiritual trataría de extender su descubrimiento entre todos nosotros los descreídos extraviados; luego, por último, buscaría la manera en que la teoría pudiera beneficiar a su propia y archidiagnosticada salud mediante la conversión de aquella en terapia. De ahí la existencia de tantas algoterapias, las menos con cierta cordura, y las más basadas en presentimientos y en obsesiones hipocondríacas, o en el mejor de los casos en juegos divertidos elevados (o sería mejor decir disminuidos) al rango de medicamentos.
Por el contrario, mi reacción (que sin demasiada convicción creo acertada, porque de otro modo trataría de no tenerla) acaba siendo una mezcla entre, primero, el sometimiento obligado a la solidez de la muerte de mi madre, segundo la posibilidad personal e intransferible que tengo de revolcarme en el dolor, en el recuerdo, en las coincidencias, en el contorno de las luces y en la piedad de la sombras, y por último en el juego infantil de trastear con la vida.
Cuando a alguien, ante la experiencia cotidiana de los días, ante el horror y la delicia de la existencia, lo primero que se le ocurre es buscar esas supuestas normas universales que habrían de sustituir a esas otras, asimismo universales, que ahora nos gobiernan, normas que convertirían nuestro valle de lágrimas en el paraíso de las terapias, se puede afirmar que esa persona ha perdido casi toda su sensibilidad, y que necesita ayuda.
Por supuesto, el caos es otra cosa, el caos no está en la creación de nuevas reglas, sino en lo contrario, precisamente en la supresión de las normas, manteniendo si acaso un resto de elegancia mínimo y necesario para que los demás no deban defenderse de ti. Surcar el caos, renunciar a una vida ordenada y previsible sólo está al alcance de unos pocos, y los que no alcanzamos ese caos más que en sueños, o tal vez en alguna tarde prohibida, o quién sabe si en la mirada de un hijo que voltea inesperadamente el escenario, para nosotros los que vivimos en el calendario, todo aquel que se resiste y navega el caos, siquiera sea por su orilla, nos parece un semidios, un ser admirable que nos asombra y a la vez nos empequeñece, que nos muestra caminos pero que al mismo tiempo nos destroza los que ya tenemos, un héroe y un villano que nos recuerda que la vida se puede vivir.
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