El juego, ese reino, o interregno (según se vea), ese mundo propio, recogido e infinito hacia el centro, esa pompa de jabón de mil reflejos irisados que siempre explota, dejando en tu cama y en tu aire el perfume de lo imposible. Habría que designarlo disciplina obligatoria en los colegios, para que los niños nunca olviden su condición, para que, en materia de sueños, nunca cumplan años. Aunque en los colegios el juego debería convertirse en método inexcusable, en suelo y cielo, en puertas y paredes, en el color insustituible de las pizarras.
(Extracto de los Escritos Futuros)
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