En un concierto de Rory Gallagher, que celebraba en un teatro de Dublín, todo el mundo se removía sentado en su asiento, pero un par de borrachos iban y venían por el pasillo del patio de butacas, bailando y perdiendo el equilibrio. En cierto momento, Rory se acercó al borde del escenario, y en ese instante uno de los borrachillos se acercó también al músico irlandés, alargó lentamente su brazo y rozó con sus dedos la guitarra de Rory. Nunca asistí a una imagen más hermosa de lo que significa adorar a un músico. Huyendo de los fanatismos, hay veces que algunos seres humanos se equiparan a los dioses, y en esos instantes es maravilloso andar ahí, cerquita, para contagiarte un poco de su divinidad. Tal vez sea por eso que uno no puede dejar de escuchar a Bach, el creador de Dios...
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