Antes de visitar Pisa tuvimos que dejar el coche en el aeropuerto, donde observamos algunas nubes asombrosas…
Reconozco que íbamos con la idea, bastante extendida, de que Pisa no tiene más que el Campo dei Miracoli o Piazza del Duomo, con el Batisterio, el Museo della Sinopie, la Catedral y la Torre Inclinada, que es el campanario de la Catedral. Al parecer, son muchas las torres y edificios que están inclinados en Pisa, debido al terreno pantanoso donde se asienta la ciudad, recorrida por el Río Arno. Lo cierto es que en el paseo nocturno que nos dimos para volver al alojamiento, descubrimos que Pisa es una ciudad más bella de lo que parece. Eso sí, rebosante de turistas.
Pasamos un buen rato asombrados ante la belleza de los monumentos de la Piazza del Duomo, aunque, tal vez por el cansancio acumulado, ninguno tuvimos deseos de visitarlos por dentro. Sólo hicimos el intento de subir a la Torre, pero el precio nos pareció abusivo.
El Batisterio me pareció un humilde pero hermoso pastelito…
La catedral posaba imponente y elegante, poderosa y envejecida…
Y luego, entre otros detalles que regaban el Campo de los Milagros, se alzaba la airosa torre, que aunque no hubiese estado inclinada habría llamado bastante la atención. Encantadora, ésa es la palabra; uno la mira y la mira y no se cansa de mirarla. Llega uno a olvidar incluso a las hordas de japoneses y las voces en español que convierten el lugar en una feria. La torre se levanta melancólica, distinguida, serena, consciente de su belleza…
Aunque en cierto momento miré a mi hijo y ya estaba haciendo de las suyas. Si no llego a gritarle a tiempo, hoy tendríamos a la torre sin inclinación alguna… Lo cierto es que, por muy simpático que resulte, tuve que dar varios balidos al hacer esta foto: todos los japoneses, todos los españoles, y casi todo el resto de turistas se hacía una foto agarrando a la pobre torre de una u otra manera…
Aunque al mirar de nuevo a la torre me pareció verla anormalmente derecha…
En la noche, la luna volvió a mirarnos desde el cielo de Pisa. El Arno se deslizaba silencioso en una noche que era la noche Toscana, una noche que era el destilado de siglos y de aquellos días azules y dorados, una noche que se había infiltrado para siempre en mi sangre…
2 comentarios:
Fotos preciosas. Un abrazo
Gracias, Angelines, el sitio puso de su parte... Un beso.
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