Ya va para tres años que soy un humilde usuario del carril bici en Sevilla. En todo este tiempo he pasado por períodos de euforia ciclista y por momentos de pesadumbre y desafecto hacia el mundo del pedal. Contemplé, como todo aquel sevillano que quiso mirar, cómo el antiguo alcalde, el socialista don Alfredo Sánchez Monteseirín, a instancias de su primer alcalde, don Antonio Rodrigo Torrijos, de Izquierda Unida, comenzó a construir el verde carril, justo en los meses anteriores a la elecciones municipales de 2007. Se hizo con prisa, con fondos estructurales europeos que había que gastar a corto plazo, usando personal poco especializado, y sobre todo con la idea de que para las elecciones los ciudadanos pudieran votar, como siempre, contentos con sus benditos próceres.
He discutido muchas veces sobre el carril, y ante el argumento incontestable de que es mejor tener un carril que no tenerlo, siempre he repuesto que ya resultaría acojonante tener un carril bien hecho, sin ese firme irregular y deslizante, sin ese trazado torpe, sin árboles en medio (y sin que arreglen este problema eliminando los árboles), un carril bien señalizado, con un mantenimiento serio, y sobre todo acompañado de las correspondientes medidas de vigilancia y educación de la ciudadanía que permitan que se pueda transitar por el carril sin jugar con tu vida ni con la de los demás.
Después de usarlo varios años, creo que el carril es en el fondo peligroso, muy peligroso. Y creo que las taras propias de su construcción han dejado de ser la principal razón de su peligro, para tomar su lugar la pura falta de educación de un buen número de ciclistas, peatones, conductores de coches, motoristas, y casi todas las palomas, vulgares y torcaces.
Raro es el día que no observo, en un trayecto de poco más de un cuarto de hora a velocidad de paseo, alguna admirable barbaridad, y la de hoy, incomprensible, me ha decidido a compartir regularmente mis aventuras.
Así que aquí va la primera anécdota…
El primer tramo de la Carretera Carmona, como se ve en la foto, es absolutamente recto. Son las tres de la tarde, caen mil grados sobre la ciudad, y yo pedaleo sin prisa alguna por el carril. Hace un instante me ha adelantado un tipo madurito con una bicicleta de carreras a la que no le falta un perejil. Poco antes de adelantarme, al yo desplazarme un poco a la izquierda para evitar a un peatón que pasa cerca del borde del carril, desde lejos, el tipo hace sonar con nerviosos timbrazos la frase acostumbrada: “eh, quítense de ahí que viene el rey del mambo”. Llevo unos cuantos días procurando no tener prisa sobre la bicicleta, y repitiéndome que nada me hará tenerla. Me obligo a olvidar con rapidez los frecuentes detalles desagradables y a silbar contento de que el aire fresco de la mañana me acaricie el rostro, y alegre luego de que la bicicleta me haga avanzar por entre el infierno del mediodía hacia la cueva fresquita en la que vivo.
Un poco más arriba de la avenida, el carril sigue lindando directamente con la carretera y a la izquierda con una hilera de naranjos sin podar, pero la visibilidad es perfecta. Algo antes del lugar por el que pasea ufano ese cívico peatón, una mujer joven con una bicicleta excesiva y con un culo también excesivo, cruza desde la otra acera la peligrosa avenida y se incorpora al carril por un lugar no señalizado, sin mirar, por supuesto. La tengo a unos diez metros. Conduce muy lenta y descaradamente por el carril izquierdo. Paseando la alcanzo y le toco el timbre, pero me doy cuenta que lleva unos auriculares puestos, unos cascos rosas con flequitos, lindísimos, y no tiene pinta de quitarse del carril izquierdo, aparte de que su trayectoria no es del todo recta. Sé que la muchachita no me escucha, así que, con lentitud y cuidado extremos, intento meter la rueda para que al menos me vea. Antes he mirado si venía alguien de frente, y en muchos, muchos metros no he visto a nadie. La ciclista, una mujer de piel oscura, tal vez colombiana, venezolana, ecuatoriana, quién sabe, me mira de reojo, pero mantiene orgullosa su posición, dejándome el sitio justo para que, rozándome con las ramas de los naranjos, la vaya adelantando con mucho, mucho trabajo. Pero todo va más lento de lo que esperaba, y cuando ya casi he conseguido adelantarla oigo su voz que me increpa desde atrás. Piensen que todo esto se desarrolla a una velocidad de koala cansado, la justa para no quedarnos parados y caernos como tontos hacia los lados. Entonces cometo la imprudencia de volverme y decirle que debe ir por el carril de la derecha. Para entonces ella anda ya vistiéndome de limpio, y justo cuando vuelvo a mirar hacia delante me veo a un tipo que se me echa encima como una fulgurante exhalación, que nos ha visto, sí, pero que no tiene intención alguna de pararse, y al que esquivo por un pelo. El simpático ciclista debía tener prisa, hay que comprenderlo, joder, tenía todo el derecho y la preferencia, y si se hubiese estampado contra mí toda la culpa hubiese sido mía, así que él siguió veloz y consciente de sus derechos ciclistas.
La chica de culo excesivo, demostrando que en América Latina la educación es universal, y que no sólo la buena gente tiene vocabulario, ya va por la siguiente estrofa:
¡…cabrón, gilipollas, hijo de puta, eso te pasa por atrevido, estúpido mamón…!
Qué bien habla, joder, no todo es culo en ella… Intento, reconozco que de un modo algo vehemente, hacerle entender que no se puede conducir por la izquierda con la música a todo volumen, pero los insultos me llueven y decido simplemente mirarla, dejar que siga con su salmodia de halagos y sonreír, porque por un momento lo pienso bien y aquello me resulta surrealista. La ciclista se desvía en el siguiente cruce, y lo último que veo es su rostro desencajado que sigue mirándome y diciendo:
…grandísimo hijo de puta, cabronazo imbécil, ojalá te…
Bueno, lo último que realmente veo es su culo, un culo gordo como un planeta que me hace exclamar, consciente de que con la música no me escuchará: ¡gorda!, aunque de inmediato pienso que qué culpa tendrá la gente entrada en carnes. Y sigo mi camino por el proceloso mundo del ciclismo sevillano, sobre nuestro maravilloso carril bici, riéndome de lo que ha pasado, aunque riéndome por no llorar, claro…
3 comentarios:
"unos cascos rosas con flequitos, lindísimos..." Jajaja!
Un beso
Todo lo que sea ir sobre ruedas ya es un peligro, coche, bici, moto, patín ... mejor andando !!
Gracias por tu llamada, muchas gracias.
Eran preciosos, Elvira, de veras, una verdadera monada que no pegaban nada con la cara de asco de la dueña... Y sin duda, Angelines, sin ninguna duda, como se va andando a los sitios no se va de ninguna otra forma. Lástima que aquí en Sevilla, durante el verano, andando te arriesgas a que sólo encuentren de ti un charquito de peatón derretido... Y la llamada un placer, tú sabes. Me entran unas ganas locas de coger el coche y tomarme un café con vosotros... El coche fantástico, claro... :-)
Besos para las dos.
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