[continuación de la 1ª parte]
Agotados los modos de expresión, el arte se orienta hacia el sinsentido, hacia un universo privado e incomunicable. Todo estremecimiento inteligible, tanto en pintura como en música o en poesía, nos parece, con razón, anticuado o vulgar. El público desaparecerá pronto: el arte le seguirá de cerca.
Una civilización que comenzó con las catedrales tenía que acabar en el hermetismo de la esquizofrenia.
E.M.Cioran, Silogismos de la amargura
Elogio de la inexactitud
Pensé que primero debía aclarar que hay ciencias exactas y ciencias inexactas. Estas últimas son verdaderas ciencias, y además muy respetables. De hecho, diariamente vivimos basándonos en las conclusiones que de ellas se derivan. Por ejemplo, nadie sabe cuál es la probabilidad exacta de que un meteorito nos caiga en la cabeza, pero todos suponemos que es suficientemente baja como para no andar por ahí muertos de miedo por esa eventualidad. Y aunque el número π sigue sin ser definido en sus probablemente infinitos decimales, los círculos no dejan de poseer una perfecta y hermosa redondez. Incluso las certezas más aparentemente exactas están sustentadas por probabilidad y caos: toda la física se basa en una configuración absolutamente inasible de los átomos, lo que no impide que a escala humana podamos contar con certezas suficientes para vivir, deduciendo además leyes más que precisas. En otro ámbito, estudiar la fisiología humana es contemplar mecanismos físicos y químicos rigurosos y fascinantes que consisten, a la postre, en un trasiego informe de aniones y cationes a través de poros caprichosos de proteínas; y entonces el azar microscópico de millones de células se convierte en una delicada caricia o en el movimiento minucioso del arco sobre un violín.
Cuento todo esto porque, luego de pasar junto al jazmín y de escuchar la batería de Phil Collins, mi pensamiento quiso descubrir los esquemas de funcionamiento de todo esto, y aunque estos esquemas (propuestas científicas) aparentasen ser algo imprecisos, me pareció al pensarlos que se correspondían con innegables realidades. Sé que otros muchos habrán descrito estas realidades con bastante mayor precisión que yo, pero ustedes saben que lo de pensar y escribir no deja de ser un juego, y en los juegos lo de menos son las conclusiones y lo de más el jugar mismo.
Técnica e insinuación
Lo primero que pensé fue que cualquier obra de arte era algo así como la suma de técnica y de insinuación. La técnica, como bien dice nuestro diccionario, es el “conjunto de procedimientos y recursos de que se sirve una ciencia o un arte”, así como la habilidad para usarlos. Por tanto, dado que la asimilación de esta técnica es una cuestión de esfuerzo, toda ella está, excluyendo imposibilidades físicas o psicológicas, al alcance de todos. Mi amigo José Antonio Maidero, magnífico pintor desaprovechado por este mundo, me demostró una vez que cualquiera podía aprender a dibujar con una dosis de realismo impensable. También me lo demostró el método que propone Betty Edwards en su libro Aprender a dibujar con el lado derecho del cerebro. Síganlo y verán que el más torpe de ustedes puede realizar con el lápiz dibujos asombrosos, técnicamente asombrosos. Es cierto que hay técnicas que exigen de nosotros peculiaridades físicas cuya ausencia nos impide dominarlas. Si mis cuerdas vocales son frágiles, puedo educarlas hasta sacar voces para mí inconcebibles, pero nunca podré alcanzar la capacidad técnica de Karrin Allyson. Es lo que le pasa a Sabina, sin ir más lejos.
Pero si la obra de un artista proviniese sólo de su habilidad técnica, por muy asombrosa que ésta fuese, y por mucho esfuerzo que hubiera requerido obtenerla, todos podríamos ser artistas en casi todo, y el diseño de un satélite artificial que cruza el sistema solar sería un trabajo bastante más artístico que un poema de Aleixandre. Cualquiera que tenga una mínima sensibilidad sabe que no es así, sin necesidad de desmerecer la habilidad y el trabajo que los ingenieros astronáuticos hayan demostrado en el diseño del aparatito. ¿Qué es lo que hay que añadir a la técnica para que algo se convierta en objeto artístico?
El extremeño
Pienso ahora en el cuadro que colgaba en el salón de mi casa cuando yo pequeño: lo firmaba El extremeño, y creo recordar que estaba realmente pintado a mano, aunque algo me decía que ese buen señor pintaba varios de esos cuadros al día. A la pintura, un paisaje bucólico con pajar y todo, se le notaba a la legua su composición mecánica y fría. El cuadro no insinuaba nada más allá de lo que uno veía. Por supuesto, uno podía fantasear con el pajar, o buscar formas extrañas como las que buscamos en las manchas del mármol, pero ni siquiera para la imaginación desbordante de un niño como yo el cuadro decía nada más que lo que decía a simple vista. No insinuaba nada. La insinuación podría ser, pues, la habilidad de orientar la técnica hacia la expresión personal, más o menos profunda, de algo más, de una idea, de un sentimiento, de una duda, de un miedo...
Entre las pretendidas obras de arte encontramos trabajos cuya alta calidad técnica nos sorprende pero que, por el contrario, no insinúan gran cosa (obra A de la gráfica), mientras que otras insinúan mucho sin usar una técnica demasiado depurada (obra B).
Yo siempre he creído, y es un ejemplo, que Vargas Llosa era un escritor de una gran técnica pero poco insinuante, aunque cada día creo con mayor convicción que tampoco hay que exagerar: no es tan bueno técnicamente, y lo demuestra regularmente en sus artículos de El País...
El gusto por el arte parece conllevar una mayor tendencia a valorar más la insinuación, puesto que la técnica parece al fin y al cabo algo mecánico, mientras que la insinuación resulta de la asombrosa integración de un montón de funciones humanas. Además, se diría que cualquier obra de arte tiene como fin insinuar algo, aunque si lo hace echando mano de una técnica depurada, mucho mejor.
Insinuaciones surtidas
La relación entre obra de arte y espectador no es, obviamente, un fenómeno automático ni irreflexivo. Si delante de la obra se pretende algún tipo de bienestar consciente, el perceptor no puede esperar que la técnica y la insinuación contenida en la obra le entren pasivamente por los sentidos, sino que debe buscar, y en esa búsqueda el perceptor encuentra en la medida que sabe buscar.
Así pues, en la insinuación artística intervienen dos aspectos necesarios:
1. Lo que la obra objetivamente insinúa.
2. La habilidad del receptor para descubrir esa insinuación, echando mano de su acervo cultural y de su educación sensible.
La interacción de estos dos valores produce la insinuación final, que no es un dato fácil de calcular, porque no es la media de los dos valores anteriores, ni su suma, sino una interacción entre ellos. Así, la falta de un aspecto no puede compensarse ilimitadamente por la abundancia del otro.
En mi opinión, la interacción óptima se consigue cuando el receptor sabe adecuar su percepción (lo que para el receptor la obra insinúa) a la insinuación real de la misma. En la gráfica, la flecha sobre la bisectriz del cuadrante contiene los casos en los que la calidad de la obra se ajusta a la percepción del observador, independientemente de que la obra B sea mucho mejor que la A. En ambos casos el perceptor acierta en su análisis artístico, es decir, entiende la obra.
La capacidad de una persona para descubrir insinuaciones que el autor no pretendía es interesante desde el punto de vista creativo, pero no puede, por mucho que algunos lo pretendan, añadir nada a la calidad de la obra. Tomemos la pieza 4’33” de John Cage (obra C en la gráfica), que para quien no la haya oíd... bueno, sería mejor decir, para quien no la conozca, consiste en cuatro minutos y treinta y tres segundos de silencio. Se podría afirmar que Cage intenta demostrarnos la importancia del silencio en la música —aunque imagino mil formas más hermosas y artísticas de hacerlo—, pero afirmar, por poner por caso, que la obra trata sobre la fragilidad de la existencia, supone un exceso exagerado de la insinuación perceptora sobre la del supuesto artista. El espectador usa su imaginación para añadir a la obra algo que no está razonablemente en ella. La imaginación es una de las mejores cualidades humanas, pero en este caso no sirve para valorar la obra de Cage, que a muchos les parece una boutade, y a otros nos parece directamente una tontería.
[continúa en la 3ª parte]
4 comentarios:
Dicen algunos que saben que el arte, para serlo, debe mover emociones. Las del autor, claro está, y las del espectador. Que el sustrato auténtico de cualquier expresión artística es la emoción. Nada más lejano a la ciencia actual ni más cercano a las personas. La técnica, pues, estaría al servicio de la expresión emocional, sólo aportaría al autor la capacidad de expresar sus emociones con mayor acierto.
Al hilo (invisible, juas) de lo que comentas, se me ocurre una pregunta: ¿"Fracasa" una obra artística, que provoca emoción al que la recibe, aunque éste no sea capaz de identificar con exactitud la emoción que pretendía mostrar el artista?
Un beso, Sir, me gusta venir a pensar.
P.s. Sé que le adoras, no te ofendas, pero cuanto más leo a Cioran más pienso que necesitaba all bran. Y toma pareado.
Me deprimo, Leo, el maldito Blogger me acaba de borrar un largo comentario que había escrito, y tengo tantísimas cosas que hacer... Jo... Me dejas ser telegráfico, ¿verdad?:
1. No he terminado mi rollo, al menos queda una parte. Tienes razón, la emoción es imporante. Aunque la emoción no deja de ser una consecuencia de este mecanismo, pero tengo que pensar en ello, porque cabría la posibilidad de una obra fabulosa en técnica e insinuación, con un espectador capaz de captarlas, y sin embargo que no se emociona... Pensaré en ello.
2. No creo que una obra así fracase porque el espectador que disfruta no sea capaz de explicarse la razón de su disfrute. Es una de las cosas que pretendo mostrar al final de todo esto, que no se trata de esquematizar este proceso para ser científicos, sino de explicarnos un proceso que deberá seguir siendo deliciosamente humano e imperfecto. Como adelanto: cada uno se encuentra en una nube de puntos en esa gráfica de antes, puntos que están en la bisectriz o no, y que están más arriba o más abajo en esa bisectriz. Hay obras que no comprendemos aún y que sin embargo nos llegan: véase el concierto que vi en 1989 de Zappa; no me enteré de nada, su música me sobrepasó, pero me divertí mucho, y algo me dijo que todo era cuestión de tiempo. Ahora mismo me derretería con un concierto así. Pero este tema igual queda más claro en la tercera y (creo) última parte.
3. No me ofendo, mujer, pero creo que Cioran debía tener mucha regularidad intestinal. Los que le conocieron dicen que era muy alegre, que no aguantaba a los superficiales, pero que disfrutaba mucho de los amigos, aunque luego, en la soledad, el tormento fuera el material con el que trabajaba. Le encantaba la bicicleta, era amigo de todas las prostitutas de su bloque, de las que aprendió mucho, sin necesidad de usar sus servicios para ello. Lee su Ejercicios de admiración, y tal vez luego puedas contextualizar sus silogismos amargos y sus llantos. Creo que Cioran ha sido uno de los grandes, para mí el que mejor ha descrito este mundo, y con una calidad literaria que no se le ha reconocido del todo, y ello escribiendo en un idioma ajeno. En fin, no quiero convencerte...
Besitos mil
Te sigo, Sir. Espero la proxima entrega. Hasta ahora; nada que objetar.
A ver si te gusta...
Publicar un comentario