Perdónenme el siguiente barullo de citas, pero me vienen al pelo. Jorgue Mínguez, en su artículo Lo malo de estar muerto, empieza diciendo:
La mayoría de los hombres —escribe La Rochefoucauld— “mueren porque no pueden evitarlo”. Para paliar esta impotencia los humanos han inventado la ficción de la inmortalidad.
Luego, mi buen maestro Savater, cuenta en su libro La vida eterna que:
El hombre no cree en la inmortalidad porque cree en Dios, sino que cree en Dios porque cree en la inmortalidad.
Estas indicaciones sobre la génesis del sentimiento religioso en el ser humano me parecen tan incuestionables como, por ejemplo, el evolucionismo. Discutir sobre si el creacionismo tiene alguna verosimilitud me parece tan inútil como hacerlo sobre la calidad musical de La oreja de Van Gogh (Don Vicente nos perdone por el vano uso de su nombre). Del mismo modo, considero innecesario discutir sobre la obviedad de que los primeros sentimientos religiosos en el ser humano provienen de un lógico afán supersticioso, fruto a su vez de la combinación entre la necesidad de previsión, básica para la supervivencia, y de las insuperables limitaciones intelectuales. De ahí que la muerte sin solución haya supuesto siempre una fuente inagotable de superstición y de sentimientos religiosos.
No obstante, algo que no he entendido nunca es la diferencia entre superstición y religión; dejando a un lado a los grupos que transgreden flagrantemente la ley y vulneran los derechos fundamentales de sus acólitos, el resto de las organizaciones religiosas se dividen en religiones y supersticiones sólo por una cuestión de reputación: religión es un sistema de creencias en el que uno considera razonable depositar su fe, y superstición es en lo que creen los pobres diablos que no tienen acceso a la fe verdadera. Sobre este esquema ha surgido todo un mundo de iniciativas socioeconómicas que han tratado de unificar los sentimientos privados de la gente y de negociar con ellos, mundo en el que, a estas alturas, predomina un pequeño manojo de multinacionales (religiones), molestadas por todo un abanico de pequeñas y medianas empresas, o incluso grandes empresas poco respetuosas con las reglas del mercado (sectas).
Creer en Dios no me parece descabellado, o si quieren me parece tan descabellado como creer en las Hadas o en la salvación del Betis. No obstante, soy convencido partidario de lo descabellado siempre y cuando no comprometa mi libertad de pensamiento. Yo, por ejemplo, no creo en Dios pero sí creo en las Hadas, aunque el más mínimo indicio de que la existencia virtual de uno solo de estos hermosos seres trate de sustraerme alguna posibilidad de pensamiento sería suficiente para borrarlo de la lista de mis creencias. No digamos nada si una Hermandad de Representantes Infalibles de las Hadas en este Mundo Mortal se dedica a emitir reglas y liturgias sobre cómo y qué debemos creer los amantes de las Hadas.
Todo esto viene de una conversación mantenida en el blog de mi amiga T, referente a su entrada Del sentimiento primaveral, y la cita que hace de uno de los muchos párrafos enormes de La montaña mágica, del maestro Thomas Mann:
Nuestros sentimientos son la fuerza viril que despierta a la vida. La vida duerme. Quiere ser despertada para desposarse en la embriaguez con el divino sentimiento. Porque el sentimiento, joven, es divino. El hombre es divino en la medida en que es capaz de sentir. Es el sentimiento de Dios. Dios le ha creado para sentir a través de él. El hombre no es más que el órgano mediante el cual Dios se desposa con la vida, despierta y embriagada.
En este párrafo, que Mann pone en boca de un personaje ambiguo e interesantísimo, Mynheer Peeperkorn, Dios tiene un papel esencial, tan esencial que la misma existencia del ser humano no es más que un capricho del Altísimo, “el órgano mediante el cual Dios se desposa con la vida”. Y yo argumentaba, con la premura que exigen los comentarios, que aquí la idea de Dios era más una figura literaria que una declaración de principios o creencias por parte de Mann. El autor recurre a una idea grandiosa de nuestra cultura para asombrar, para magnificar el paisaje que describe. ¡Cuánto más hermosa no será esta imagen si en vez de limitarnos a describir los detalles naturales del paisaje recurrimos, como Mann, al encuentro entre un ser fabuloso y la formidable naturaleza a través de nosotros mismos, de los pobres mortales! También le decía a T que no sabía muy bien si Mann era creyente o no, aunque ahora sé que sí lo era, y también que era un hombre profundamente preocupado por que los creyentes de las diferentes confesiones religiosas, e incluso los ateos, agnósticos y otros incrédulos de distintos pelajes, resolviéramos nuestras diferencias con la “simpatía humana y el respeto” (cita no sé si verídica que leí en los entresijos de Internet). Por supuesto, en la comprensión de lo que leemos siempre participan nuestras creencias y nuestros valores, pero la grandeza de Mann residía no sólo en la forma de tratar las vicisitudes de sus personajes, por encima de cualquier creencia en seres sobrenaturales, con simpatía humana y respeto, sino en cierta habilidad para transmitir la hermosa y profunda esencia de sus mensajes sin comprometerlos con asuntos de creencias privadas. Juraría que a Mann, en este párrafo, le interesa mucho más el paisaje primaveral, el milagro del renacimiento de los vivos colores de la vida bajo el manto nevado que se disuelve, y los propios personajes de sus novelas, que Dios mismo. Dios es divino en la medida en que está creado por el hombre como órgano mediante el cual acceder a rincones de la vida que aún no comprende, dicho sea con todos los respetos…
8 comentarios:
"Dios es divino en la medida en que está creado por el hombre como órgano mediante el cual acceder a rincones de la vida que aún no comprende, dicho sea con todos los respetos…"
Lo suscribo, Sir, es lo que siempre pensé, tal vez una debilidad neurobiológica que acompaña a la especie, o tal vez cumpla alguna misión no mística, práctica, que no se me alcanza...
Desde que se me hizo evidente lo que bien dices en ese párrafo, Dios me sobró. Simplemente, la primavera me la merezco por estar aquí, mientras dure esto, soy así de presuntuoso. Y también estoy con Hesse cuando dijo: no me interesa la inmortalidad, vamos a permanecer mortales, como debe ser!!
Ese final del post, citado también por el primero de los comentaristas, bien merecería ser uno más de los nocturnos. Por cierto, amén.
(Sólo manifiesto mi desacuerdo con respecto a lo del Betís: ¡se salvará, hombe de poca fe -chaparrista y religiosa-.)
Un abrazo.
Querido Anónimo (o querida Anónima... habrá que llamar a la ministra para que dé un toque en Blogger), la religión ha cumplido muchas funciones sociales, entre ellas la de calmar las inquietudes de la gente cuando éstas alcanzaban incluso interrogantes sencillos como las razones de la salida del sol o de las tormentas. Creo que hoy día, mucho más que en la antigüedad, acudir a Dios tiene mucho de esa debilidad que dices, y no tanto por que busquemos una explicación sobrenatural a nuestras ignorancias, sino por elegir una tan exigente y desacreditada. Un abrazo.
¡Ay, Sean, cuántos años sin frecuentar a Hesse! Muchos me han dicho en este tiempo que Hesse es un autor para adolescentes, pero yo recuerdo que me enseñó muchas cosas sencillas que tenía que aprender, una de ellas ésa (sencilla pero crucial): que debemos mirar la vida como lo que es, y no como lo que dicen que es los que predican sobre la otra vida. Abrazos.
Bueno, José Carlos, tú es que valoras al Betis con los mismos parámetros que al Sporting, y no, el Betis es único en su género (el género de la-madre-que-lo-parió), y te digo yo que este año nos da un disgusto. Eso sí, por lo menos el Sporting nos ha regalado una temporada llena de hazañas... Yo estoy hasta por cambiar de colores...
Querido Sir, me permito dejarte una cita más. Es de Franz Werfel, el tercer marido de Alma Shindler Mahler.:
'Para el que cree no es necesaria ninguna explicación; para quien no cree, toda explicación sobra'.
Mann sí era un hombre religioso y en muchas de sus obras está presente el sentido religioso del hombre, no la religión. Quiero decir que el dibuja personajes trascendentes pero no se para en discusiones religiosas casi nunca, con la muy notable excepción de la discusiones entre Naphta y Settembrini en 'La Montaña'.
No necesito decirte que el sentido religioso del hombre es tan antiguo como el hombre mismo y ha tenido todo tipo de manifestaciones. Pero es un sentido, creo yo, muy distinto al sentido moral aunque entre uno y otro hay vasos comunicantes.
¡En fin! Es un debate apasionante pero me falta tiempo, lamentablemente.
Un beso.
Querido Sir, dificilmente una mentalidad adolescente incorpore lo expresado por Hesse en esa sencilla y profunda cita. Si, en cambio, creerá merecerse umbilicalmente cualquier cosa que le rodee, que es lo que reinvindico desde el adolescente que fui y que soy. Saludos.
Querida T, podría estar de acuerdo con el Señor Werfel siempre y cuando el sujeto que cree sea consciente de que cree, es decir, que la única prueba que tiene de su creencia es ella misma; y que sepa que no es tanto que no necesite ninguna explicación, sino que juega a no querer ninguna explicación. Por supuesto, las creencias no son átomos indivisibles, y suelen constituir sistemas de ideas algunas más cercanas a las creencias y otras más a las evidencias de la razón. Por ejemplo, es curioso cómo mucha gente cree en Dios fundamentalmente porque cree en los valores de la bondad, cuando la bondad, por supuesto, no es un valor exclusivamente cristiano, sino bastante más universal. Por un lado está la creencia en Dios, y por otro el gusto por la bondad, éste bastante más justificable por la razón que la primera. No obstante, si Werfel lo que intenta sentar son las bases de la incomunicación entre creyentes y no creyentes en materia religiosa, entonces no estoy para nada de acuerdo con él; y no sólo eso, creo que es una aseveración de consecuencias nefastas en la convivencia de las personas, y por ende va contra los principios que el cristianismo común dice defender. Como decía, no podría discutir demasiado la existencia de Dios, pero sí la liturgia que rodea a sus creyentes, las necesidades que muchos de ellos creen derivar de esa existencia, y las políticas funestas que la historia de la Iglesia ha proporcionado en más de dos mil años de mentiras y corrupción, salpicados, obviamente, por excepciones singulares.
Sobre Mann me alegra tu frase, porque es precisamente lo que pensaba de él: le interesa mucho menos esa liturgia de la que hablaba antes, y mucho más la experiencia religiosa, que poco o nada tiene que ver con el negocio religioso. Él disfruta con los puntos de vista muy dispares de todos sus personajes, y los confronta produciendo conversaciones rebosantes de vida, aunque él luego, por supuesto, tomaría partido por algunas de esas ideas y creencias. Sigo pensando que él cree mucho más en el hombre que en Dios, y en Dios sólo como un producto fabuloso del hombre, pero nunca como fuente de limitaciones intelectuales. Y sigo pensando que el sentido religioso del hombre, más que un sentido, es una necesidad, porque nunca vamos a llegar a dominar nuestra relación con el mundo de modo que no necesitemos creer en algo. Incluso aunque así fuera, nuestro afán lúdico podría llevarnos a inventar creencias, y a vivir jugando que son ciertas, y esto también sería religión. Pero como nuestras limitaciones nunca dejarán de estar ahí, siempre vamos a tender, de una u otra forma, a compensar esas inseguridades con respuestas aventuradas, con respuestas religiosas.
Sí, este es un debate apasionante, y, aunque con tan poco tiempo, realmente me alegra mucho poder tenerlo contigo y aquí, entre los amigos, porque por lo general la tolerancia invocada en su justo momento suele proteger a estos temas de entrometidos charlatanes cuyos argumentos humanos manchan los inmaculados cielos prefabricados. Esto me demuestra que tus convicciones religiosas son, con bastante probabilidad, mucho más sanas que las de esos que creen ciegamente, repitiéndose como loros que ellos no creen, sino que saben, y a los que les aterra abrir los ojos no vayan a descubrir cosas que no les gustan.
Un beso.
Sí, amigo Sean, el amor propio. Lo repitieron hasta la saciedad: nadie es capaz de amar a nadie si no se ama primero a sí mismo, si no se posee un mínimo de orgullo, de amor propio, y en ese mínimo anda esta cuestión. Como trozos del caos, nos merecemos la vida, nadie tiene que regalárnosla...
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