Imagínense: la habitación se encuentra tenuemente iluminada por una lámpara que reposa en un extremo de la mesa. En el otro, José Javier está sentado, con su barba recortada con esmero, que es casi como una pequeña sombra sobre su cutis picado de viruela. La cámara ahora enfoca muy de cerca sus ojos, donde destaca el brillo de unas lágrimas remisas. Mientras, suena la voz de una mujer, que canta un bolero sobre amores prohibidos; y también se oye el susurro lejano de la lluvia. Entonces, muy lentamente, se abre el plano y se distingue la mano de Raimundo sobre el hombro de José Javier. “Rasga el velo / y sal al amor / dale tu mano / y tu corazón”; esto dice la voz de la cantante, mientras ya observamos el rostro entero de José Javier, la mano de Raimundo en su hombro derecho, la cadera de Raimundo, y tras él, tras la penumbra de la habitación una puerta abierta que da a una estancia iluminada. Entonces la cámara se lanza sobre la mano de Raimundo, una mano viril, velluda, y la sigue cuando se mueve hacia la mejilla de José Javier, y retrata el contraste entre la rudeza de la mano y la caricia que ejecuta. En el fondo de esta escena sigue la puerta, encendida por la luz proveniente de afuera. Entonces, en medio de la caricia, una oscura figura femenina aparece en la puerta, se recorta en el contraluz. Un trueno ilumina la habitación y en el mismo instante hay un plano de algunas flores del jardín anochecido, azotadas por la lluvia que ahora retumba en la sala de cine. El plano vuelve inmediatamente a la habitación y al susurro de la lluvia que acompaña al bolero, y la mujer da unos pasos hacia los hombres, que se han levantado y se han apercibido ya de la pistola que empuña la mujer. Plano principal de la pistola, los dedos pálidos de la mujer, el perceptible temblor, el silenciador del arma… “¡Marta!”, grita sin estridencia Raimundo. “Juego sin nombre / senda prohibida / dame tu mano / dame tu vida!”, recita ahora la mujer del bolero, y los labios de Marta también tiemblan, alcanzados por un torrente imparable de lágrimas que han derretido el maquillaje de sus ojos y sus mejillas. Y suena un disparo, y luego otro, y el bolero acaba con una toma en la que los ojos de Raimundo, muy abiertos, miran a ningún sitio sobre un pequeño y creciente charco de sangre que corre por el parqué, y que más allá (el enfoque va descubriéndolo) se une con la sangre que mana de José Javier, y ahora el plano se mueve lentamente para subir hasta el rostro destrozado de Marta, que llora mientras llueve, que se pasa la palma de su mano por el rostro y acaba de dibujar algo así como la desesperación, y canta mientras llora: “Amor / añoro tus caricias / añoro tu pasión…”.
Bueno, verán ustedes, esto bien podría ser una escena de alguna película de Almodóvar, pero no es así, es sólo una pavada que acabo de inventarme. Si no he conseguido del todo que hayan pensado en Almodóvar es porque no acerté a poner en la escena algunos elementos bastante característicos del manchego, como por ejemplo alguna pincelada escatológica, algún chistecito socarrón, alguna teta inesperada, alguna palabrota descontextualizada… Y porque el tempo en las películas de Almodóvar es muy importante, inimitable, absolutamente artificial como él mismo.
Creo que la última película que vi de este hombre fue Matador. Luego me prohibí a mí mismo perder más el tiempo con su cine. Y es que las tres o cuatro últimas películas suyas que sufrí me fueron recomendadas de la misma manera: vale, hasta ahora Almodóvar no ha hecho más que tonterías, pero no te pierdas esta última, es distinta, una gran película, una maravilla. Recuerdo que Matador me estuvo matando desde el principio, pero cuando uno de sus actores soltó la última frase de la película, me juré que jamás volvería a ver nada tan ridículo. No recuerdo esta última frase, ni apenas nada de la película; se ve que no todo es malo en mi memoria, y que posee algún filtro de inteligencia que impide que semejantes chorradas ocupen espacio en mi cabeza.
Las películas de Almodóvar, las que yo he visto (bueno, y los miles de millones de escenas de cada una de sus otras películas que nos repiten hasta la saciedad en todos los medios, como corresponde a un director de cine que, más que eso, es un tipo listo del negocio cinematográfico), están preñadas de chabacanería, y no son más que astracanadas, disfrazadas de procacidad, que se han ido refinando con colaboradores cada vez más profesionales, pero que en ningún momento consiguen dejar de ser ridículas. Tenemos a un muchacho que vive del escándalo mientras nada a favor de la corriente de una movida bastante cateta, y que genera subproductos que pueden atraer por su extravagancia, pero nunca por su genialidad. Poco a poco, el muchacho se hace más fino, y a diferencia de otros no gasta el dinero en drogas y en lujos, sino que él lo invierte en ganar un óscar. Entonces se lanza a hacer cine de autor, eso sí, sin renunciar a los chistecitos facilones y groseros, sin dejar de usar ese mundo de gente rara que, supone él, lo convierte en un Robin Hood de los proscritos. Remeda con igual dosis de insolencia y de sensiblería a Hitchcock y a Ford, a Bogart y a Brando, y aplicando a sus vainas una dosis apabullante de morbo, eso sí, de la variante más idiota del morbo, consigue convertirse en el abanderado de la liberación sexual de este país. No he de negar que sus tonterías no hayan contribuido a que todos consideremos determinadas diferencias antes perseguidas, pero si es así que le den la Gran Cruz Laureada de San Fernando, o una medalla al mérito en el trabajo. Porque ello no impide que su cine sea insoportable. Aunque en el mundo en el que ahora vivimos, rodeados como estamos de admiradores de series que han copiado la chabacanería fácil y pretendidamente profunda de nuestro genio manchego, lo mismo estoy meando fuera del tiesto. Pero oigan, es que en los tiestos no se mea…
Les regalo un trocito de Matador, donde he revivido con lágrimas en los ojos la singularidad del montaje, el manejo incontestable de los diálogos, el arte insuperable con el que dirige a los actores, ese halo de tragedia que sobrevuela hasta la más estúpida de sus frases… Una maravilla.
8 comentarios:
Hombre, ¡por fin!
Excepción hecha de alguna escena (mejor dicho, de algún momento de inspirada fotografía o puesta en escena -¿obra suya?-), no entiendo dónde encuentran universalmente al artista. Lo entiendo más como un fenómeno sociológico que estético (el ejemplo de la modernidad española que no renuncia a sus "esencias", modernidad contramoderna bla bla bla). Me aburren, me crispan su cursilería, su sensacionalismo, su telúrica pedantería. Lo decía Kafka: "Sequía del corázón disimulada detrás de un estilo desboradante de sentimientos".
Saludos cómplices, amigo.
Lo de este mozo es otro caso de embobamiento masivo, incluyendo a críticos cinematográficos e intelectuales surtidos. Observando esta escena, o cualquiera de las que ha rodado este buen hombre, me parece absolutamente imposible que alguien diga que Almodóvar ha hacho alguna vez buen cine. Y es que es lo que dices: algunos instantes, algunas escenas, algún encuadre, pero ten en cuenta que este tipo tiene suficiente caché y dinerito como para contar con los mejores del cine español, incluidos algunos buenos actores que, por supuesto, desaprovecha. Véase sin ir más lejos al bueno de Poncela en este vídeo. En fin, cuántos emperadores desnudos por nuestras calles... Un abrazo contento por la coincidencia.
Cuando digo que no me gusta, me miran como si fuese idiota.
Visto lo visto, me quedo más tranquila.
Saludos
Cuando la masa aprieta, querida Luna, uno se encuentra desvalido, y la coincidencia con otro en la excepción es como un bálsamo que no sólo nos reduce el miedo, sino que nos permite disfrutar de la propia excepcionalidad. Y da un gustito, ¿eh? Besos.
Jajajaajajajajajajajaj... Ya sé, si es que tenía alguna duda, por qué visito tu blog. ¡¡Me lees el pensamiento!!
Nunca soporté a Pedrito, nunca. Cuando todo el país, y algunos pseudointelectuales lo elevaban a la categoría de genio, yo me iba sintiendo como una extraterrestre sin hogar en esta tierra.
Además de molestarme sobremanera su chabacanismo (y no es que yo sea especialmente fina, lo sabes porque me lees), creo que no me gustaba su cine tampoco, porque jamás pude identificarme con ninguno de sus personajes. Eso de la identificación con los personajes, me resultaba imposible.
A pesar de eso tengo que reconocerle una mejora en Volver, desde Mujeres al borde... que es la última que yo vi. Pero creo que sólo es que es que se hace viejo.
Beso, que hoy te lo has ganado.
Te juro que no entiendo cómo pueden gustar sus películas. Son avariciosamente malas... Y calla, que el otro día tuve que tragarme algunos ratos de una de la saga de Indiana Jones (de los coj...esos), y me da que Spielberg va a tener otra sesión de antipasiones... Bueno, por lo menos no estamos solos en este desagrado, y no hay nada como acompañarse en el desagrado para estrechar las amistades... :-) Besos también merecidos.
Pues a mí, Sir, dame una sobredosis de Indiana Jones, el de la rima fácil, con la que, después de todo, te entretienes un rato viendo americanadas imposibles. Si me das la sobredosis del otro, no me salva del telele ni el Tato.
Un abrazo.
Claro, claro, el ridículo de Indiana está mitigado por el género. El pretencioso muchacho, el genio patrio, es que inunde de chabacanería el escenario donde habría de desplegarse la genialidad cinematográfica, y claro, ni con cola. Eso sí, el señor Spielberg, al que no le falta oficio, tiene una carencia absoluta de ritmo, de sentido de la realidad, aunque sea de la realidad de la ficción. Yo tampoco lo soporto, y soy un enamorado de las películas de aventuras... Un abrazo
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