A vueltas con el tema del arte, el otro día tuve oportunidad de visitar en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo la exposición Instinto y moral. Dalí, Goya, Picasso. Obra Gráfica. La exposición era diminuta, y aunque el arte no deba valorarse por cuestiones de cantidad, bueno, la ilusión con que se entra a una exposición se ve un tanto frustrada si la misma se acaba poco después de empezar... Pero la razón fundamental de que la exposición no me pareciese genial residió en los dibujitos expuestos de Dalí, que me recordaron a tantas y tantas obras maestras realizadas por compañeros y conocidos que se aburrían en alguna clase...
Se exponían algunos grabados de la serie Los cantos de Maldoror, inspirados en una obra homónima y supuestamente subversiva de Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont. Alguna vez oí, no me pregunten dónde, que Dalí era considerado un charlatán por muchos de los artistas afectos al surrealismo. Digamos que, en una corriente ya de por sí bastante inconsistente, el hombre pretendía ser un payaso, pero acababa siendo un ejemplar frustrado, sin la chispa y la tristeza de los buenos payasos. Y eso sin contar con sus devaneos con el régimen franquista, algo que le valió ser uno de los pocos intelectuales turbulentos que Don Francisco aceptó de buen grado.
Entré en la minúscula sala de la exposición seguro de que el recorrido correcto era Dalí, Picasso y Goya. No he visto muchos cuadros de Dalí, pero los que vi me hicieron echar de menos a Frazetta, Corben y otros ilustradores de cómic bastante más profundos que el figuerense. Así que, tratando de abrir mi mente y mis ojos (porque la luz de la sala era horrorosa), comencé con los grabados de Dalí. Y en efecto, ¡cuántos recuerdos! ¡Cuántos compañeros combatiendo el aburrimiento con retorcidos y jugosos garabatos que acababan en la papelera! Su indudable capacidad técnica servía a Dalí para pergeñar figuras compuestas de huesos, o cuerpos desvaídos que iban surgiendo de un ataque de trazos hasta formar siluetas reconocibles... Recordé aquel dibujo que hice cuando estudiaba anatomía: sin el más mínimo dominio de las técnicas del dibujo, mal dibujé con detalle un esqueleto y luego lo recubrí con los músculos, y el hombrecito que apareció tenía su aquel, créanme. En fin, que paseé ante los grabados de Dalí algo apabullado por la habilidad que tienen algunos para pasar a la posteridad sin despeinarse el bigote.
Luego Picasso vino con su elegancia, con su personalidad, con sus minotauros y la belleza de las civilizaciones perdidas, con el sexo y la violencia aromando sus grabados, y sobre todo con un par de ellos que no he podido encontrar en estos pagos electrónicos, y que me engulleron literalmente. Y al final Goya con sus desastres, con sus mejores vistas, en las que resucitaba demonios y desentrañaba los miedos más naturales emergiendo de los fondos oscuros y geniales de sus grabados.
Hoy busqué referencias del Conde de Lautréamont y de sus cantos, y encontré textos de los que apunto una muestra:
Hay que dejarse crecer las uñas durante quince días. Entonces, qué grato resulta arrebatar brutalmente de su lecho a un niño que aún no tiene vello sobre el labio superior y, con los ojos muy abiertos, hacer como si se le pasara suavemente la mano por la frente, llevando hacia atrás sus hermosos cabellos. Inmediatamente después, en el momento en que menos lo espera, hundir las largas uñas en su tierno pecho, pero evitando que muera, pues si murieran, no contaríamos más adelante con el aspecto de sus miserias. Luego se le sorbe la sangre lamiendo sus heridas, y durante ese tiempo, que debería tener la duración de la eternidad, el niño llora. No hay nada tan agradable como su sangre, obtenida del modo que acabo de referir, y bien caliente todavía, a no ser por sus lágrimas, amargas como la sal. Hombre, ¿nunca has probado el sabor de tu sangre, cuando por accidente te has cortado un dedo? Es deliciosa ¿no es cierto?, porque no tiene ningún sabor. Además, ¿no recuerdas el día que, en medio de lúgubres reflexiones, llevabas la mano formando una concavidad hasta tu rostro enfermizo empapado por algo que caía de tus ojos; la cual mano se dirigía luego fatalmente hacia la boca que bebía a largos sorbos, en esa copa trémula, como los dientes del alumno que...
...y bla, bla, bla. Se equivocaba este individuo, la sangre sí tiene sabor. A mí siempre me supo mi sangre al color amarillo. Y no sólo la sangre tiene gusto, sino que la misma historieta que el conde vomita y Dalí dibuja posee un inusual y repugnante mal gusto. Lo mismo me estoy poniendo un poco surrealista con eso del sabor amarillo de la sangre, pero ustedes sabrán perdonarme...
7 comentarios:
Sangre amarilla. Podría ser un buen título para un poemario.
Me encantan, querido Sir, las entradas relacionadas con el arte. Por qué será. Comparto en buena medida la opinión que tienes de Dalí. Sin embargo, tu comentario me sugiere alguna reflexión acerca del pintor.
Dalí supo enseguida que era dueño de una rara maestría para el dibujo: había nacido con ella. Pero su egocentrismo patológico, que le acompañó durante toda su vida, le llevó a utilizar su don para comprar la celebridad, y no le debió de parecer suficiente su indudable virtuosismo para alcanzar la cota de fama deseada. Tuvo el acierto de manejar muy bien la excentricidad calculada y la transgresión que su maestría se encargaba de dejar impune. El caso era permanecer siempre en el ojo del huracán, mirando el orbe desde la más alta cima. Ya conoces la frase que se le atribuye: "Lo importante es que hablen de uno, aunque sea bien".
Por otra parte, cuando se es capaz de crear genialidades como su cristo, o su interminable serie de retratos de Gala, pintados de memoria muchos de ellos, uno puede permitirse dibujitos en papel, quizá de menos valor artístico que el de tus compañeros de clase. Y también puede permitirse el tuteo con el régimen de D. Francisco, porque ninguno de los dos era imbécil. Te aseguro que tampoco le habría ido mal si aquí hubiera estado Stalin 40 años. Otra frase que conoces: "Picasso es pintor; yo también. Picasso es español; yo también. Picasso es comunista; yo tampoco". Es el acierto de una respuesta adecuada en un momento oportuno.
De Picasso y Goya, hablamos otro día, Sir, que te estoy robando mucho papel.
Un abrazo.
Venga, g, un voluntario o voluntaria para escribirlo... Abrazos y gracias por la visita.
Querido Amart, a mí, aunque a veces me pueda asombrar la técnica de Dalí, me sigue pareciendo un listo. Imagino que toda una vida pintando, sin tener que ganarse la vida de otra manera, dio para que algunas obras interesantes salieran de esas manos alocadas. Además, tonteó con toda la camarilla de intelectuales de la República, entre los que había muchos muchachos bien criados y demasiado enredados en las formas. Tal vez por eso dijo lo que dijo de Picasso, porque sabía de qué paño estaban cortados muchos de aquellos señoritos. Como hablábamos en otro artículo, creo que la falta de honradez personal (la que se tiene con uno mismo) se trasluce en las obras artísticas, y en este caso me parece que este hombre hubiese sido un magnífico ilustrador de anuncios de MediaMarkt, pero como pintor fue bastante mediocre. Ahora, eso sí, listo, fue listísimo. Pero fíjate cómo es el destino, que vivo en una calle que lleva su nombre... Un abrazo, amigo, y a ver si la próxima exposición que hagas no la dejo escapar...
Sólo discrepo de ti en lo que llamas mediocridad. Creo que fue, a pesar de su medida extravagancia (más una pose que una realidad), uno de los grandes. ¿Listo? Como pocos.
Un abrazo.
¿Porqué el la sangre sabe a amarillo? A mí siempre me supo a hierro.
Por desorden de cosas... con respecto a la exposición que viste: alguna vez me ha pasado lo mismo de recordar dibujos de amigos etc. La mayoría, aunque sienta o piense eso... suele callarse y no sé porqué.
Bienvenida, Saray. No sé el motivo de que la sangre me sepa amarilla, siempre tuve esa sensación, y siempre pensé que se debía a alguna conexión defectuosa de mis nervios. También es raro que a ti te sepa a hierro, no creas, porque el hierro que va en la sangre va bien escondido...
Y en lo que se refiere a la opinión sobre las exposiciones y sobre el arte en general, el traje del emperador es el traje del emperador, y nuestro temor al ridículo es por lo general mucho mayor que nuestro amor a la sinceridad. En fin, un saludo y gracias por la visita.
Tal vez tengas razón, aunque... no soy la única a la que le sabe así. Sin embargo, me parece más original tu manera de sentirla.
Y, vuelvo a darte la razón sin peloteo, 'nuestro temor al ridículo es por lo general mucho mayor que nuestro amor a la sinceridad'. De nada. Gracias a ti por este espacio :)
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