jueves, 8 de noviembre de 2007

El trenecito lerén

Érase una vez una ciudad donde todas las mañanas el termómetro de la irritación subía muchas décimas. Los usuarios de los autobuses, cuando tenían la suerte de poder tomarlos, se hacinaban como sardinas y llegaban siempre tarde a su destino. Al bajar y convertirse en peatones, debían mirar a izquierda y derecha para no ser atropellados por las bicicletas que volaban por un carril bici que llenaba todas las avenidas de las ciudad, dejando pequeños pasillos intransitables de acera. Luego, estos mismos peatones debían sortear varios obstáculos: los repartidores de periódicos gratuitos, los productos expuestos fuera de las tiendas, la muchedumbre que aguardaba para cruzar los semáforos, los grupos de albañiles que aguardaban para echar mano a la obra, o en su caso la obra misma que solía anular del todo la acera, a los ancianos lentos, a las mierdas de perro, a los transeúntes que osaban pararse en la calle para charlar o esperar algo… Otros, conduciendo sus automóviles, también llegaban siempre tarde porque el caos circulatorio en la ciudad era la norma, además de que todo el mundo debía pasar un período de aprendizaje en la conducción temeraria, puesto que de otro modo el conductor ingenuo era machacado por el resto de conductores que zigzagueaban sin temor por las calles. También los ciclistas lo pasaban muy bien, porque la velocidad media en los carriles obligaba a todos a disfrutar del estrés ciclista (nueva enfermedad en la que la ciudad fue pionera), además de tener que sortear árboles, casetillas de electricidad, peatones despistados y traviesos, estampidas de peatones, baches, escalones, contenedores de basura… Y es que en esta ciudad no había policía local, o si la había nadie la había visto, por lo que los dueños de las tiendas, los constructores, los conductores, los ciclistas, los dueños de los perros e incluso los propios peatones vulneraban las normas de educación vial y ciudadana a sabiendas de que nadie les llamaría la atención. Y así todos eran profundamente libres y felices.

Cierto día, su alcalde tuvo una idea genial. Se levantó por la mañana, se miró al espejo, se acicaló un poco para las treinta o cuarenta fotos que le tiraban cada día; luego se dijo unas palabritas de ánimo, asegurándose a sí mismo que era el mejor alcalde de la historia de la ciudad, y cuando se ajustaba el traje, de pronto, se le ocurrió: traería de nuevo el tranvía a Sevilla. Ya andaba liado con un metro, en el que la ciudad volvería a batir otra marca más: la del mayor tiempo usado en la construcción de la primera línea. Así que nada más llegar al ayuntamiento empezó a mover el asunto, y al final consiguió ochenta millones de euros (nada comparado con lo que su gestión merecía) para que un gran tranvía recorriera casi kilómetro y medio por el centro de la ciudad. Para ello peatonalizó el recorrido del tranvía, varias avenidas muy hermosas de la ciudad, algo que ilusionó en un principio a aquellos ciudadanos anticuados que preferían las avenidas para caminar, y que ya venían quejándose por ese vicio de andar que aún padecían. Es cierto que las avenidas quedaron llenas de postes, cables y vías, además de que se reservaba en ellas zonas amplias para los contumaces ciclistas. Pero la ciudad acabó pareciéndose algo más a esas ciudades europeas que tienen tranvía y muchos, muchos ciclistas… Nuestro alcalde se encontraba convencido de que la imagen era el espejo del karma, o algo parecido, así que si se cambiaba la imagen de la ciudad nada importaba que los problemas no acabaran de resolverse, porque con ello se ponía la primera piedra en el ambicioso proyecto de convertir a la ciudad en una de las ciudades más habitables del globo, algo que conseguiría con unas cuantas legislaturas en las que sus queridos ciudadanos siguieran confiando en su buen hacer.

Y así fue como llegaron los siguientes comicios, y nuestro alcalde los afrontó con el nerviosismo lógico, convencido por un lado de que su gestión sería suficiente para arrasar en los resultados, pero por otro temeroso de que las malas artes de los adversarios (que eran todos los demás, los anticiudadanos, los malos) pudieran conseguir arrebatarle esa vara de mando sin la que ya no se encontraría. Pero tuvo suerte, porque la buena labor de las instituciones educativas y de los medios de comunicación, aliados con el barbarismo esencial de la oposición política, habían conseguido una ciudadanía alegre y confiada, enemiga de los cambios radicales y amante de la imagen. Y fue así que durante muchos años la ciudad se mantuvo como una de las más hermosas del país, o así al menos la declaraban los bienintencionados visitantes, y en la que todos, salvo algunos pobres inadaptados, vivieron felices con sus fiestas y comieron perdices de Carrefour.

11 comentarios:

Raquel dijo...

Tendré que volver a Sevilla para ver todos estos cambios y transformaciones. La que visité hace 8 años ya no debe ser.
Un abrazo

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

Azúa estaba de paso. Pero fue premonitorio con lo del descarrilamiento del tranvía. Aunque según parece su visión, al margen del trolebús, fue más complaciente que la del que sufre la ciudad a determinadas horas. Ánimo que en todos lados cuecen habas (bueno aquí fabes).
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Buenos días.

Vaya panorama...

Saludos

amart dijo...

"El tranvía de Sevilla está que se sale", decía el otro día tu aborrecido paisano Herrera. Como titular, no me negarás que es bueno.
¿No podríamos colgar a los munícipes de las catenarias?
Un abrazo.

luna llena dijo...

En Bilbao, tb hay tranvia. La verdad, aki al menos es poko práktiko, ya k solo rekorre el centro, no alivia el tráfico de la ciudad y es bastante bastante karo...
No conozco Sevilla, pero tengo ganas...podías poner mas fotos no?? jajaja
besos de luna del norte

aldara san lorenzo dijo...

OFF TOPIC (quelqueavisaaaa...):

Sire, que mire, que disculpe Ud. que le cuelgue de un palmero de esa foto de arriba la referencia que sá ganáo a pulso:

"Socorro! Tengo un hijo adolescente" de los psicoterapeutas R.T Bayard y J. Bayard


Hale.... sigan, sigan....

;-))

Anónimo dijo...

Me lo pone a huevo It (gracias...):
"Socorro, tengo una ciudad adolescente"...
Por cierto, me he montado y no se ha salido... (el unico salido en el tren era yo...)
besos

Anónimo dijo...

Huy, ¡qué cuento más bonito!...
Hay que reconocer que la peripecia del tranvía es genial, vamos, para no parar de reír.
Besos.

Sir John More dijo...

Ayer, Raquel, me encontré con alguien a quien conocí por cuestiones laborales, un suizo encantador que lleva viviendo unos años en Sevilla, y tras más de una hora de conversación improvisada, ambos coincidimos en que la tarde era impresionante, con un cielo propio de una emocionante primavera. Ocho años son muchos años sin venir a mi caótica pero indispensable ciudad. Además, tu cámara haría aquí milagros… Besos.

Entre Lula con su pulpo y Diarios con las fabes me van a dar la tarde… Je, je… Un abrazo grande como un tranvía.

Besos, Luna, y no te preocupes, Sevilla brilla tanto que se borran todos los cables y todos esos políticos de pega.

No es mal titular, Amart, lo peor es que esconde a alguien que nos vestiría a todos los sevillanos de nazarenos, que sacaría del poder a los señoritos socialistas para colocar en su lugar a los señoritos de toda la vida, y que, con Aznar, González, dos obispos, tres políticos y cuatro locutores más, acapara toda la vanidad de este país… No lo puedo evitar, chiquillo, es que el tipo ése me pone de los nervios, así recite el Libro del buen amor. Y bueno, a los munícipes yo los ponía más bien a trabajar en la construcción, y de peones, no se nos vayan a caer luego los edificios. Abrazos.

No te preocupes, Luna llena, pondré más fotos de Sevilla. En la siguiente entrada habrás visto que llevas ya unas cuantas. Aun así, nada comparado con la realidad, ya sabes… Besos.

Ay, It, por fin, válgame el cielo el trabajito que me ha costado conseguir la referencia de ese libro mágico… Pues nada, lo dicho, que lo pillaremos y te haré un comentario de textos… :-p Besitos.

Sí, San, si yo sé que tú eres un fanático de la política (¿o era antipolítica…?) de Don Alfredo, y que por él eres capaz de ser el primer usuario de la línea 1 del futuro metro de Sevilla. Que dios te coja confesao…

Y de llorar, Leo, y de llorar, porque cada vez que pienso en qué se gastan estos indocumentados mis impuestos… Besitos descarrilados.

amart dijo...

Abrazos correspondidos, "fósforo".

Sir John More dijo...

Es que no te puedes imaginar lo hartitos que andamos por aquí de los latifundistas y de esos defensores engominados de la sevillanía más rancia... Además, son esos sevillanos que andan en boca del resto de los andaluces, dando motivos a todos los odios a nuestra ciudad. Y como me decía esta misma tarde un colaborador frecuente en este cuaderno, el amigo Herrera se contradice muchísimo con su trayectoria, en la que vivió de la agradecida teta socialista como el que más. Y es que es normal, todo aquel que no tiene problemas para ser militante acrítico y aprovechado en un lado, pasa al otro lado como acólito furibundo sin la más mínima vergüenza. Tú sabes, las típicas peleas de familia... Más abrazos encendidos.