jueves, 29 de noviembre de 2007

El narrador narrado

Cualquiera sabe que una de las funciones más importantes de las historias es conservar nuestra memoria, pero uno nunca deja de sorprenderse cuando la teoría se convierte en práctica.

Mi padre me contó infinidad de veces, hasta llegar a ser angustioso para mí escucharla, la historia de sus trabajos en la provincia. Al final de su vida laboral trabajaba arreglando pinchazos de ruedas en un pequeño taller, pero su profesión, la que aprendió y en la que, según él, destacó, fue la de recauchutador. Se dedicaba a crear moldes para piezas de goma, y también a empalmar concienzudamente cintas transportadoras de considerable tamaño en empresas repartidas por la capital y por los pueblos de Andalucía y Extremadura. Disfrutaba indeciblemente explicándonos cada uno de los detalles de su trabajo, y con el auxilio de su inmodestia los convertía en una sucesión de heroicidades que lo eran en tanto él así los consideraba. Porque lo cierto es que siempre fue un hombre mañoso, muy mañoso, que inventaba soluciones para cualquier desaguisado en el hogar.

Hoy mi padre vive su última etapa en este mundo en el ambiente pacífico de una residencia. Lo que parece ser Alzheimer impidió que siguiese viviendo con sus hijos, y ahora no se siente mal donde está, porque lo cierto es que sus necesidades han disminuido a la mínima expresión. Hoy, paseando con él por la residencia, se me ocurrió recordarle aquellas pequeños dulces de mazapán, cubiertos de piñones, que en ningún lugar los hacen más ricos que en una confitería de Aracena (Huelva). Le pregunté si se acordaba cuando nos los traía de vuelta de un trabajo en aquella zona, y me dijo que no, que no se acordaba de los dulces, como tampoco se acordaba de sus viajes para reparar las cintas transportadoras, ni de su lucha en los años cuarenta con los complejos diseños de moldes para piezas únicas de goma, de los que se mostró siempre tan orgulloso. Entonces me sentí en el deber de recordarle la historia que él me había contado tantas, tantas veces, y que ahora había desaparecido de su mente. Mientras le contaba, él caminaba con los ojos fijos en el suelo, y yo pensaba en la ironía del destino, porque ¿quién le iba a decir a aquel muchacho, cansado de escuchar una y otra vez la misma historia, que llegaría un día en que sería él el que tendría que relatársela a su padre?

El otro día, tras algunas gestiones y la ayuda de mi buen amigo Javier de Coria del Río, le llevé una foto de un maestro que mi padre tuvo con nueve años, en el único año que pudo ir a la escuela, un maestro que en ese curso les leyó a sus alumnos varios libros de Julio Verne: Dos años de vacaciones, Un capitán de quince años, Los hijos del Capitán Grant…, libros que luego él a su vez nos recomendó tantas veces. La foto de Don Rogelio Asián era de 1968, unos treinta años más tarde de aquellas lecturas. Mi padre, que aún recuerda a su maestro, que recuerda su nombre y el agradecimiento que le profesa, no lo reconoció en la foto, y yo pensé entonces que aún tenemos necesidad de contar y de contarnos, porque de alguna manera con estas historias nos sentimos menos solos.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

He acabado de leer este post y mi corazón está latiendo a cien por hora. Tienes la capacidad de despertar en mí sentimientos en torrente que me dejan fuera de juego. La infancia de mi padre fue todo lo triste que puede ser haber nacido en el 36 y ser huérfano. Apenas guarda memoria, porque nunca existió, de aquello que otros le han contado: un padre republicano y de la CNT, una madre enferma con 4 niños pequeños y eternos pasillos de orfanato.
Si alguna vez tengo que ser yo su memoria no sé qué podría contarle. Quizás que hace las mejores paellas del mundo, que me llevaba al cine matinal los domingos,que paseábamos en 600 por el Rompeolas...espero que esas pequeñas cosas le valgan. Sir...estoy llorando.

Sir John More dijo...

Todas esas "pequeñas cosas" son bien grandes, Lula, ¿verdad? Al final, por muchos laberintos que transitemos, nada tendrá el sabor de esas paellas, o la sensación de ese cine matinal y del tacto seguro y amoroso de su mano. Estos niños de la guerra vivieron experiencias que los hicieron crecer a diez veces la velocidad con que la mayoría de nosotros crecimos, y sin embargo sobrevivieron y se convirtieron en nuestros padres, y supieron inventarse un cariño que no habían recibido, y con el que nos hicieron el mundo habitable. Sí, Lula, salimos de ellos y ellos, con mejor o peor suerte, nos calentaron para fortalecer nuestro espíritu y hacerlo libre y feliz. No pasa nada si derramamos unas lágrimas; más aún, aprendí este último año a sentirme orgulloso de las lágrimas que derramo por ellos. Un beso muy comprensivo.

amart dijo...

Sir, este es uno de los textos más bellos que te he leído (y ya han sido unos cuantos). Si tu padre, como el mío, como tantos miles, supo inventarse ese cariño que no había recibido, no te quepa la menor duda de que ese invento supera con mucho todos aquellos otros ligados a su oficio. Ese fue su mejor invento: no hay más que leerte.
Un abrazo, amigo.

Anónimo dijo...

Maravilloso...
Me dejas sin palabras...

Sir John More dijo...

Gracias, querido Amart, creo que si pudieran exprimirme y filtrar lo bueno que hay en mí, lo que saliese se vería con claridad que es herencia de mi madre y de mi padre, dos buenas personas a pesar de los pesares... Mi padre, aún con todos sus errores, nos ha querido siempre limpiamente, y se ha sacrificado por nosotros lo que yo no sé si podría sacrificarme por mis hijos... Un abrazo fuerte.

Ay, San, pues borro ahora mismo este texto, porque esto de las palabras se te da bien, aunque tú tal vez no te hayas parado a pensarlo, y lo último que querría es dejarte sin ellas... Un beso, duende bailarín.

Tawaki dijo...

Escribir, hacer fotos, grabar una canción, esculpir un bronce o simplemente trabajar.

Para que quede algo cuando olvidemos. Casi todos lo hacemos en la medida de nuestras posibilidades.

Tu padre arreglaba cintas transportadoras. La ternura que rezuman tus textos sirve de remiendo a muchos sentimientos.

Un abrazo

Anónimo dijo...

Hace mucho, mucho tiempo que no leo algo tan bello, tan tierno, tan sincero y especial.
Me has emocionado y me has llegado al corazón.
Desde hoy y para siempre, mi cariño más sincero.

Sir John More dijo...

Perdón por el retraso, Tawaki, esta cabeza mía no está siempre donde debe... Agradezco tu comentario, porque el orgullo que mi padre sentía (y aún siente en momentos fugaces en los que la lucidez -la mínima, la básica- vuelve a su cabez) es un orgullo mutuo, y tanto el suyo como el mío se alimentan mutuamente. Gracias de nuevo.

Ay, Luna, trataré de expresar a mi padre el mérito de haberte emocionado y de haber acariciado tu corazón. Sabes que también tienes mi cariño, ¿verdad? Un beso.