miércoles, 9 de marzo de 2011

Libros

A vosotros, porque algún día sintáis en mis libros la fiebre del navegante.
A ti, porque llevo ya conmigo algunos de tus mejores viajes. Y a ti,
porque aun viajera de los universos virtuales te sé marinera de alta mar.

No concibo subir al autobús, sacar la lectura de la mochila y comprobar que a mi libro se le está acabando la batería. Comprendo que haya jovencitos, algunos más por alocados que por mocedad cronológica, que prefieran las nuevas tecnologías, la inmediatez elevada al cuadrado, el milagro de las bibliotecas comprimidas; pero yo, lo siento mucho, no le veo demasiadas ventajas a la cosa.

Los libros electrónicos que circulan de forma gratuita por la red contienen numerosas erratas, e imagino que al menos los libros adquiridos directamente en las editoriales o librerías electrónicas serán de confianza. Ni siquiera las copias directas de estos textos nos asegurarán que estamos leyendo el libro que pensamos, puesto que sin la certificación expresa de la editorial nunca podremos afirmar que en las sucesivas copias el texto original no se ha corrompido. En varias ocasiones, con el deseo de trabajar directamente en el ordenador y evitarme el trabajo de escanearlos, he buscado en la red la versión electrónica de los libros que traduzco, y en todas las ocasiones las diferencias entre el libro en papel y el texto electrónico eran suficientes para no fiarme en absoluto de la copia electrónica. Ejemplo incontestable de este asunto son los poemas famosos que corren por la red, de los que existen tantas versiones como internautas admiradores de sus autores. En las distintas muestras de un poema se difumina la puntuación, la división en estrofas, incluso la posición inusual de los versos, las mayúsculas y minúsculas… Por no hablar de las mil traducciones que algunos aficionados hacen usando el impresionante traductor de Google. Por lo tanto, esa sensación de tener acceso con el aparatito a la Biblioteca Universal resulta bastante falaz.

Creo que alguno de esos aparatos permite escribir notas al margen, marcar páginas, por supuesto hacer búsquedas inteligentes en el texto, sin necesidad de recordar en qué rincón del libro leímos esto o aquello. Pero ¿dónde queda el tacto de nuestros dedos sobre los libros, dónde el esfuerzo de nuestra memoria por destacar ese párrafo, o incluso recalcarlo con nuestro pulso y nuestra caligrafía? ¿Se notarán también en esas maquinitas tan feas las diferencias que hay entre un libro sin abrir y otro abierto una y otra vez ante nuestros ojos?

Por lo demás, cada libro se convierte en la prueba palpable y temporal de un viaje, un argumento más contra el caos. Nuestras estanterías respiran ternura, rebosan experiencias y amistades, personajes que han transitado nuestro interior y que vuelven luego a reposar entre el papel en espera de un nuevo navegante. Sí, una biblioteca se construye con esa sustancia blanda y artesanal que luego de pasar por nosotros ya no es nunca más lo mismo. Ningún libro que vivamos volverá a ser igual a ningún otro, por muy idéntico que parezca. ¿Dónde está todo eso en el universo virtual? ¿No son nuestros libros, los libros que amamos porque calentaron nuestras manos y desviaron nuestros ojos hacia la aventura y el sueño, no son esos objetos como las huellas de nuestra pasión de vivir, un mar de papel donde algún día, cuando faltemos, podrá reposar nuestra memoria?

Entre el primer rumor del azahar camino por la calle, sintiendo el latido de ese pequeño libro en mi mochila, un libro al que nunca, nunca se le agotará la batería…

11 comentarios:

Francesc Cornadó dijo...

Me han dicho que existe un bicho, el escarabajo del bit, que como si fuera una carcoma, va perforando túneles en los libros electrónicos, estas cavernas se llenan de polvo informáticos y albergan en su interior los intereses inconfesables de las multinacionales. Por los túneles se escapan las metáforas de la poesía, las intrigas de la novela, las reflexiones del ensayo y el goce por la lectura.
Salud
Francesc Cornadó

Sir John More dijo...

Quieres decir que con los libros electrónicos y el e-book le han puesto alcantarillas a la dulzura, ¿no? Pues lo siento, pero yo me quedo a vivir en el campo... Un abrazo y gracias por la información sobre ese bichito...

trimbolera dijo...

Algunos de mis amigos en el blog me dicen que te leen, pero ... que no saben que decir. A mi me pasa lo mismo, no sé que decir ... pero te leo con admiración.

Sir John More dijo...

Aunque huyo de la vanidad como de la peste, no puedo negar que los ojitos de alguna gente en estos papeles míos me hacen unas cosquillas la mar de agradables. Así que no hay que preocuparse, sin decir nada también se colabora con el pobre autor... Un beso de admiración por admiración.

Sara dijo...

Adoro los libros, su tacto, su olor, los marcapáginas variados que aparecen en los libros que te devuelven con mensajes escondidos sólo para tí... Hay algo más bonito que intercambiar libros? Los libros electrónicos pueden ser muy prácticos pero no tienen el encanto de un libro tradicional.
Besitos mi sir

Sir John More dijo...

Ay, Sara, yo vivo la vejez de mis libros como si fueran familiares que se te van poniendo oscuros y arrugados. Pienso ahora en esa edición frágil de Cien años de soledad, con la letra minúscula y el papel amenazando quebrarse y convertirse en polvo mágico. Entre sus páginas, mil asombros de juventud... Ay otra vez... Un beso, loquita.

Isabel dijo...

Yo creo que como toda técnica que aperece tiene sus ventajas y es bueno que exista, pero siempre que hablo sobre el tema pienso en la radio frente a la televisión: cohexisten.
Yo no tengo e-book, pero pienso en quien lo tenga y no creo que se olvide de los libros por todo y más de lo que expones.
Esa sinestesia a la que aludes es maravillosa, leer una frase y que esta te lleve a un olor, sabor, viaje...
Para mí son parte de mi vida, esos libros y esas vidas ajenas y falimiares...

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

A ver, ¡cacho antiguo!: ¿y el tacto de la vitela en los manuscritos medievales? ¿Y el desenrrolle tan sensual de los papiros alejandrinos?
Es broma.
Ciertamente, pocas cosas son tan placenteras como abrir un libro recién comprado. Con volver a un libro leído y subrayado. Con leer una dedicatoria en un libro que alguien nos regaló, cuyo autor nos firmó.
Pero no desdeñes la comodidad de emprender un viaje con un lector electrónico en el que se llevan dentro una guia, unos diccionarios y seis libros (o más) para ir picoteando en el trayecto sin cargar demasiado peso. Pudiendo, además, llevarse, si se quiere, los libros que uno está leyendo (los deportistas musculados podéis con todo).
A estas alturas del comentario estarás sospechando que tu amigo asturiano ha sucumbido al libro electrónico. Bien, confesémonos, ¡sí!
Pero te cuento más, no he dejado de comprar los libros de papel.
Cuando vengas por estas tierras, ya te pondré al tanto de la ventajas del artilugio.
Un abrazo fuerte.

Sir John More dijo...

Bueno, Isabel, ahí tienes en José Carlos un ejemplo de lo que dices. Creo que tenéis razón en lo que decís. Aunque para trabajar con varios textos a la vez me las avío con el ordenador, donde puedo tener todo el conocimiento de Internet, enciclopedias, diccionarios... También el argumento de los viajes parece atractivo, pero no soy muy lector en los viajes... Pero contemos con que las ventajas que me expondrá José Carlos en mi próxima visita a Asturias, o en su próxima visita a Sevilla, que también puede ser, son convincentes, y que, como él, puedo compatibilizar ambos soportes. La tendencia del ser humano a la pereza y la vagancia, y la correspondiente ley del mínimo esfuerzo poseen un ejemplo paradigmático en un servidor, así que sé que el día que sucumba al librito diabólico ese sucumbiré como nadie ha sucumbido... No, no, quita, si en casa tengo suficientes libros por leer durante el doble de tiempo de lo que, en el mejor de los casos, me queda de vida... Y los papiros... ¡Cómo vas a comparar un papiro con un libro, hombre! Con lo quebradizo que son, lo poco que pegan los post-it y lo mal que corren en ellos los bolígrafos de tínta gel... Besos y abrazos a ambos.

Francisco Sianes dijo...

¿César o nada?

¡César y nada! ;)

Sir John More dijo...

Usted sabe cómo somos los ancianos, joven amigo... Ave y un abrazo. :p