viernes, 23 de noviembre de 2007

Racista, machista y leninista

Vaya por delante una obviedad: creo en la igualdad de oportunidades y derechos de todos los seres humanos, y también creo que hay que tomar medidas excepcionales para que determinadas personas, que por su condición han sido hasta hoy discriminadas, adquieran cuanto antes todos esos derechos y esa igualdad de oportunidades.

Dicho esto, debo describir lo que me ocurrió hace unos días en unas Jornadas dedicadas a la igualdad de oportunidades para jóvenes. Dictaba una conferencia un sabio sociólogo que, a su pesar, no conseguía comunicar toda su sabiduría. Tocó de forma dispersa muchos aspectos sociales que nos podrían ayudar a entender a la persona joven, aunque fundamentalmente lo que hizo fue aburrir a la concurrencia. Aun así, en el tiempo de participación de los asistentes, una chica alzó la mano e intervino muy airada: ¿a qué joven se refería este señor? ¿Tal vez al joven autóctono, rubio, alto y con ojos azules? ¿O tal vez al joven inmigrante, desubicado y de piel más o menos oscura? La vehemencia de su intervención no justificaba en mi opinión las recriminaciones que esta mujer hacía al sociólogo, que se sorprendió tanto que sólo pudo balbucear unas excusas incoherentes, como si estuviera buscando, sin éxito, en qué parte de su discurso había sido racista.

La siguiente actividad de las Jornadas consistía en una mesa redonda dedicada a la exposición de experiencias en las que se trabajaba por la igualdad de determinados colectivos. Estaba moderada por otro sociólogo, poco menos aburrido que el anterior, que lanzó un primer discurso igualmente disperso y poco útil, dando paso luego a tres mujeres que hablarían de sendos colectivos discriminados: inmigrantes, mujeres y discapacitados... Bueno, perdón... personas con diversidad funcional o psíquica. A la luz de lo dicho en la mesa, creo que sería un buen cambio de denominación.

Pues bien, para la inmigración intervino mi vehemente amiga de antes, que soltó un discurso muy bien trenzado y bastante coherente, aunque inevitablemente teñido por el exabrupto anterior. A pesar de tanta coherencia, no pude en ningún momento quitarme de la cabeza la visión de un retrato mío, en el que yo aparecía alto, con ojos azules, pelo rubio y muy corto, y tocado con un bigotito ridículo y oscuro y un uniforme de aciago recuerdo.

A continuación intervino una chica que contrastaba profundamente con la anterior, no sólo porque la primera era colombiana y de tez oscura y la segunda rubita y de ojos claros, sino porque esta última hablaba con una cadencia casi desesperante, que impidió que cumpliera su primera promesa: que trataría de no pasarse de los veinte minutos que tenía concedidos para hablar. Cuando el moderador le quitó la palabra, había consumido algunos más, y sólo había tocado un par de puntos de los muchos que traía preparado. Esta mujer, con suprema tranquilidad, inició su discurso hablando de la necesidad de que las mujeres se liberaran de todos los yugos a los que esta sociedad machista las somete, y que si ahora el colectivo se encontraba mejor que en el pasado era exclusivamente gracias al trabajo del movimiento feminista. Eran las mujeres las que tenían que luchar por su liberación, quedando por deducción los hombres en uno de dos papeles: en el del machista represor o en el del espectador que asiente. Entonces, en mi retrato adquirí tintes más hoscos, y me vi ceñudo y con el látigo en una mano y el hacha en la otra, y esbozando un grito de semental para que mi mujer obedeciera. Hiciera lo que hiciera todo indicaba que no podría desembarazarme de mi condición de ario xenófobo y de macho cabrío.

La tercera persona que intervino era una mujer en cierta forma admirable. Llevaba muchos años trabajando con el colectivo de personas con diversidad psíquica, en concreto con grupos de chavales con síndrome de Dawn. Esta mujer expuso una teoría que me gustó: todos encontramos algún problema para desempeñar nuestra vida diaria, de un tipo u otro, con una intensidad u otra. Estas personas se topan con un obstáculo grande, pero no son diferentes cualitativamente del resto de las personas, sino cuantitativamente, es decir, tienen más problemas para desarrollar una vida normal, pero desde ese punto de vista son tan normales como cualquier otra persona. Todo el mundo pareció entender esta idea, y por las caras yo veía que era muy bien acogida en la concurrencia. En ese momento, la buena señora detuvo su discurso y quiso dar la palabra a los chavales mismos, un grupo de los cuales se encontraba en el lugar. Entonces intervino una parejita muy joven, él y ella novios. Nuestra amiga les preguntó qué esperaban del futuro, y él, como hubiera hecho probablemente cualquier otro joven, respondió echando el brazo sobre el hombro de su novia: “joder, quiero estar toda la vida con mi parienta, porque la quiero mucho...” Muchos en el auditorio esbozamos una sonrisa, y entonces la señora conferenciante detuvo a su muchacho y, con cara de circunstancias, se dirigió a todos nosotros rogándonos que no nos riéramos, que si algún otro joven hubiera dicho lo que su muchacho no nos hubiésemos reído, y que sus muchachos merecían el mismo respeto que cualquier otro joven. Es decir, que volvió a crecerme el bigotillo ridículo y me vi haciendo experimentos esterilizadores y exterminadores con estos chavales tan cariñosos. De nada sirvió que un compañero le pidiese a esta señora que no insultase a la audiencia con esa presunción de que nos reíamos del chaval y no con lo que el chaval decía. De nada sirvió que se le apuntase que era con su recriminación idiota con lo que estaba discriminando a sus jóvenes; según ella, y también por deducción, uno debía medir muy bien su alegría ante ellos para no discriminarlos. En mi centro de trabajo hay jóvenes con síndrome de Dawn que realizan tareas básicas y no tan básicas, y con los que todos nos relacionamos como lo que son, personas normales, es decir, personas con sus características concretas y sus obstáculos para vivir. Y no pasa nada. Menos mal que esta mujer no vendrá nunca por mi trabajo.

En fin, que a todo el mundo le quedó allí muy claro que no debemos discriminar a inmigrantes, a mujeres ni a diversos funcionales o psíquicos. Aunque muchos de nosotros creyéramos que ya estábamos más que concienciados con el tema, que no, que para nada, y en el caso de los hombres peor, porque al menos las mujeres son todas respetuosas con ellas mismas, pero los hombres ni con las mujeres... ¡Qué mala persona que soy, joder! Y que no se ría nadie, háganme el favor.

13 comentarios:

amart dijo...

Amigo Sir John, a la vista de lo que escribes, mucho me temo que en la actualidad, los hombres llevamos el estigma maldito -y que tan bien describes en tus "retratos"- del homo brutus. De nada sirve expresar adhesión a los logros conseguidos por las mujeres en las últimas décadas; de nada, repudiar el trato discriminatorio que aún menudea en tantos sectores. Nada de esto sirve cuando la ponente sólo aspira a conquistar definitivamente la clase dominante, bajo cuya bota estuvo siempre, para gozar de la dulce miel de la venganza.
Pues sí, somos malos, malísimos, pero yo, al menos, exijo que se me respete como "diverso".
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Odio la etiquetas y seré todo lo políticamente incorrecta que quiera en ese aspecto. Me gusta hablar de personas y punto. Me da igual de dónde venga, su color , su todo...No soporto que bajo otras "etiquetas" creemos un mundo descerebrado y absurdo donde decir "vete a tomar por culo" se considere un insulto a los gays.
Hay por ahí una edición (supongo que en broma) con la versión de los cuentos infantiles políticamente correctos. Es decir, la abuela de Caperucita vive sola en el bosque, no por que no la quieran, es porque ella prefiere estar allí. La madre manda a Caperucita por el bosque sola, no porque sea una madre irresponsable y abuse de su hija sino porque...etc.
En fin que con estas cosas solo creamos un mundo absurdo donde las verdaderas discriminaciones siguen instalándose impunemente en nuestra sociedad.
Un beso lúlico.
PD: Has quitado la fotito de los niños :(
Como diría un italiano: Peccato!!!

Ruth dijo...

¡Ja, ja, ja! (permíteme que me ría, anda, que tú no eres síndrome de Down).
Creo que el problema de todas esas personas que comentas era que ven el mundo en términos de aceptación-discriminación, una especie de blanco-negro que no te deja ver la tonalidad de grises. Creo que vivimos en una sociedad machista -mucho menos que antes, dónde vamos a parar, pero todavía machista- en la que las mujeres son las primeras responsables del cambio. Y me refiero a que son ellas las que tienen que acostumbrar a sus hijos y a sus parejas a verles como seres con las mismas capacidades, obligaciones y derechos que ellos, las que tienen que asegurarse de que se las respete y no tragar con ciertas cosas por ser mujeres. Eso no quita para que haya hombres fantásticos -como tú, estoy segura- que estén completamente de acuerdo con su forma de pensar y les apoyen al cien por cien. Pero son las mujeres las que se tienen que hacer respetar, porque nadie puede ganar las batallas de otros.
En cuanto a la integración de inmigrantes y personas con discapacidades físicas y psíquicas -no voy a ser políticamente correcta, lo siento-, claro que les discriminamos, porque todavía no estamos acostumbrados a verles como miembros de nuestra sociedad. Pero poco a poco irá cambiando, como todo; todo debe seguir un proceso, y es bueno que haya asociaciones y gente que les apoye y nos haga conscientes de nuestros actos, teniendo siempre en cuenta que la gente no está acostumbrada a tratar con personas distintas, ya sea por color, raza, religión o capacidad física o mental, y que, según vayan entrando en nuestro entorno, irán siendo aceptados con mayor o menor velocidad. Y por cierto, si ese comentario lo llega a hacer un chaval "normal", también me habría reído.
Uy, qué chapa he metido sólo para decirte que no te veo ni con bigotito, ni con látigo, ni con cierta cruz extraña en la solapa... Y te lo dice alguien que se tiene por muy feminista -que, aunque a algunas les guste confundir a la gente, no es antónimo de machista-.

Anónimo dijo...

En qué berenjenales te me metes, corazón. Sociólogos, apóstoles, discriminados, plañideras... Uf, uf. Beso que te consuele (no digo consolador, por si las moscas).

Anónimo dijo...

hay gente que utiliza sus propios prejuicios para golpear la cabeza del projimo (para concienciar, claro...), pero no me extraña nada... los tenemos a nuestro alrededor, son esos que no llaman a las cosas por su nombre porque les da miedo hasta de las palabras...
esta gente debe pensar que todos tenemos sus prejuicios...
en fin, un saludo, me encantaron tus nocturnos, como siempre...
(debieron invitar a esas jornadas a nuestro querido Fede, se hubiera sentido como en casa... alguno de los que se rasga las vestiduras, en el fondo, no es tan distinto)

Sir John More dijo...

Sí, creo que la igualdad (la normalidad) sólo se conseguirá cuando todos seamos personas antes que mujeres, hombres, inmigrantes o diversos funcionales o psíquicos. Todo es más sencillo, basta con luchar porque todos tengamos los mismos derechos. En el momento en que tratemos a un chaval con síndrome de Dawn como a cualquier otro chaval, en el instante en que una mujer tenga derechos no por ser mujer, sino por ser persona, es decir, los mismos que cualquier otra persona, entonces se avanzará con paso firme por la igualdad de derechos. La otra igualdad, la de que todos seamos iguales y actuemos de la misma forma, no me interesa en absoluto.

Dos puntualizaciones: me queda mucho para ser ese hombre concienciado y colaborador cien por cien. Y otra: ¿qué culpa tiene uno de que la mayoría de la gente que se mueve en las ciencias sociales sean narcisistas y onanistas académicos? El lado oscuro toma las formas más variadas, y una de ellas es la tontería, a la que veneran tantos y tantos... Pero ¿y el alterne de esas jornadas, dónde me dejáis los mejores momentos de las jornadas?

Besos y abrazos múltiples y más que consolados.

Sir John More dijo...

Por cierto, Lula, en la foto aparecíamos mi hermana y yo. La voy cambiando cada cierto tiempo. Ahora debía aparecer una chimenea en mi blog, para hacerlo algo más cálido y por exigencias de ciertos lectores. Dado el poco espacio, la coloqué ahí provisionalmente, hasta encontrarle mejor acomodo, momento en el que volverán a aparecer las imágenes de los niños que fuimos. De niño es lindo hasta uno mismo, ¿verdad? Beso.

Raquel dijo...

Sir John, emocionante la chimenea y como de costumbre, muy buena la historia. Te digo que no sólo los hombres, también las mujeres en otros lugares, o bien porque eres blanca y no has padecido la historia del afrodescendiente, o porque eres española, o porque... Otras veces te conceden demasiados beneficios por esas mismas razones. Eso mismo, nosotros que pensábamos que ya habíamos superado algunas cosas...
Un abrazo grande

Anónimo dijo...

Para bien o para mal, creo que siempre habrá diferencias.
Yo también me habría reído de las palabras de ese chico: en los tiempos que corren tamaña ingenuidad mueve a una risa tierna y un poquito triste. Y exijo que se respete mi risa como un síntoma de mi obvia diversidad psíquica. Pasando de la señorita Rottermeyer...
Besotes. (Vaya trances en los que te ves, amigo)

Isabel chiara dijo...

Me temo, Sir, que con tanta corrección política vamos a tener que andar de puntillas para no molestar a las cucarachas. Y todos de uniforme.

Un saludo, un placer pasar por aquí.

Lula Fortune dijo...

Grazie tante per la fotografía!!!!
Ahora que he vuelto a leer tus coments me fijé en que mencionabas el Lado Oscuro...qué cosas tienen los blogs! Una simpática coincidencia con el mío. Besitos.

Sir John More dijo...

Sí, Raquel, si el problema está en la discriminación en sí, no en que ciertos colectivos estén discriminados o no. Por supuesto, es un dato valioso para su solución el hecho de que esos colectivos estén más discriminados que otros, pero nunca se arreglará el problema incidiendo en el colectivo y no en la propia discriminación. Una muestra: la ley española contra la discriminación de la mujer, según me informan, establece que la violencia de un hombre a una mujer en el hogar es un delito, mientras que esa misma violencia de una mujer contra un hombre es simplemente una falta. Aunque sólo sea un caso el que se dé en el segundo supuesto, esa discriminación sería igual que la que se ahora contra tantas mujeres. No podemos juzgar ni defender a los colectivos, sino a las personas, y eso es algo que deberían aprender muchos y muchas activistas de lo social. De otra forma no hacemos justicia sino sólo venganza. Por ello, también, se habla de la violencia del hombre contra la mujer, y por eso me siento mal cada vez que me integran en el mismo colectivo que esos malnacidos que son capaces de hacerle daño a las mujeres, o en el mismo de la gente que es capaz de hacerle daño a otra gente. Besos.

Claro, Leo, se trata de aceptar las diferencias y disfrutar de ellas, y atajarlas cuando sean contraproducentes. ¡Qué bueno! Exacto, era la Señorita Rottenmeyer, exactamente… Un beso.

Bienvenida, Ichiara, el placer es mío por tu visita. Y tienes mucha razón, porque hay veces que uno teme decir lo que piensa porque te echarán los perros. Y créeme, siendo un hombre hay veces que te sientes muy indefenso. Aquí he de decir, para los más puristas, que esta indefensión es mucho más fácil de sobrellevar que la indefensión de tantas mujeres que sufren la violencia de sus parejas, pero también he de decir que, si piensan con un poco de lógica, el hecho de que exista tal violencia no justifica para nada que yo y otras muchas personas, que no ejercemos esa violencia y que la condenamos tajantemente, educando a nuestros hijos para que nunca caigan en ese mal, tengamos que sufrir ese otro tipo de indefensión. Ésa es una de las sensaciones que tengo cuando escucho a determinadas (y determinados) adalides del feminismo (algunos, sólo algunos), que consideran muchos problemas como una compensación de los problemas de violencia machista, y eso no contribuye para nada a la solución del problema. En fin, bienvenida de nuevo, y ojalá pases más veces por esta casa.

Sí, el Lado Oscuro, Lula, pero como el original Lado Oscuro, el de la Guerra de las Galaxias, nuestro Lado Oscuro está bien mezclado e integrado en el sector aparentemente sano de la sociedad. Un lío, vamos, aunque consolémonos con que con los líos nos entretenemos, ¿no? Besos, Luliña…

Tawaki dijo...

A ver si lo he entendido.

Entonces sólo se puede discriminar a los autóctonos, a los hombres y las personas que estén en plenas facultades, ¿no?

Menos mal.

Un abrazo