El niño suspira afligido: “sin tus palabras se cansa el lápiz de mis dedos”. El niño, rendido a la verdad, indefenso ante la estrella perversa que delinea los muros y las veredas rectas, sueña, y en el silencio de las noches suspira reconfortado: “oigo el susurro microscópico de tus alas de palabras: espérame, espérame en el siempre”.
3 comentarios:
Por cuestiones inalcanzables, a las que, por otra parte, podrían buscársele razones cruzadas y retorcidas, no acaba de aparecer un comentario que el humilde hospedero de esta bitácora había aceptado con complacencia, en concreto uno enviado por El Alfatercio. He aguardado un tiempo prudencial, pensando que acaso las máquinas también necesitaban un tiempo para repensarse las cosas, pero parece que no, que ésta es la única forma de que el comentario de El Alfatercio llegue a nuestras pantallas. Pido excusas en nombre de los microchips. Ahí va el comentario:
"Los dedos se cansan si no se les dice que escriban caricias. ¡Siempre la añoranza de una simple palabra!"
Acepto el riesgo de contracomentar esta sugestiva ambigüedad. Lo mismo que el sexo sin amor puede abrirnos caminos en el alma, y luego llenarlos de amor libre y sincero, las palabras pueden mostrarnos sentimientos desconocidos. Traficar con las palabras, errarlas adrede, tratar de unir dos palabras que se repelen como polos del mismo signo, destripar el papel y componer a continuación un collage salvaje, y descubrir al final que existen rincones de nuestra alma que nunca hubiéramos explorado de no ser por esas coincidencias desquiciadas... el juego de las palabras.
Aun así, me cuesta horrores escribir invenciones, malgastar palabras en la ficción. Mis dedos pueden garabatear la pantalla durante horas describiendo caricias, acariciando a su vez el espacio blanco y componiendo escenas enternecedoras, pero sólo aquellas que refieren milagros contrastados se sobreponen a mi cansancio.
Caricias, hablas de caricias... Está tan caro el centímetro de piel, y qué decir de un buen ramillete de palabras...
“Alas de palabras...” ese tipo de alas que únicamente sirven para revolotear por tu interior...
Un oído privilegiado el suyo que, tan lejos como parece estar, alcanza a escuchar ese leve aleteo.
Mis dedos, que viven en el aquí y ahora, encuentran extraño escribir sin esperar respuesta.
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