Parece como si la vida fuese el camino que nos acerca hacia la verdadera tristeza, y la sabiduría el modo de ir mejorando nuestro concepto de ella.
6 comentarios:
Anónimo
dijo...
"Un campesino crió un aguilucho junto con sus gallinas. Lo trataba de la misma forma como lo hacía con las gallinas, de modo que él pensó que era una de ellas. Le daba la misma comida en el suelo, la misma agua en un bebedero y lo soltaba en el campo para complementar su alimentación, igual que si fuese una gallina. El águila creció y se comportó como si fuera una gallina.
Cierto día pasó por su casa un ecologista que, al ver al águila escarbando en el suelo, fue a hablar con el campesino.
- Esto no es una gallina, ¡es un águila!
El campesino contestó: -Ahora ya no es más un águila porque se cree gallina.
El ecologista dijo: -No, un águila es siempre un águila. Hagamos una prueba.
Se subió con el águila al techo de la casa del campesino y elevando sus brazos, le dijo: -¡Vuela! Tú eres un águila, asume tu naturaleza.
Pero el águila no voló. Entonces, el campesino replicó: -Le dije que ella ahora era una gallina.
-Mañana veremos, dijo el ecologista.
Al otro día fueron a una montaña cercana con el águila. El ecologista levantó el ave y le dijo: -¡Aguila! ¡Mira ese horizonte, mira el sol allá a lo lejos, los campos verdes allá abajo, mira, todas esas nubes pueden ser tuyas! ¡Despierta tu naturaleza y vuela como águila que eres!
El águila comenzó a ver todo esto y fue quedando maravillada con la belleza de las cosas que nunca había visto, estuvo confusa al principio sin entender por qué había estado tanto tiempo alienada. Entonces sintió su sangre de águila correr por sus venas, sintió tensarse los músculos de sus alas y partió en un hermoso vuelo hacia el horizonte azul."
Todos los sacrificios, hasta el más insignificante, deberían respetarnos el orgullo. Si perdemos el orgullo, si ponemos nuestra vida en manos del tiempo incierto, de la casualidad que nos justifica, sin albergar en nuestro corazón ese punto de amor propio necesario para poder decirse vivo, entonces no habrá tiempo que nos salve, ni azar que nos beneficie. Ya nunca más seremos nada. Hay motivos en la vida para acallar nuestro orgullo, motivos inocentes, enormes, aún mayores que nuestro honor, pero ante ellos el orgullo debería aguardar ahí, agazapado, dispuesto a hacerse con el timón de nuestras vidas en cuanto los vientos cambien. Como el águila, que conservó en sus alas el deseo y la decisión de volar, y que lo hizo antes que después.
Un cronopio le da vueltas a la idea de que el tiempo lo arreglará todo, pero pasa que el tiempo y él no son amigos, así que no puede confiar en él. - Puede que lo arregle todo, piensa, pero también puede que no arregle nada. Quizá arregle algunas cosas y estropee otras, incluso puede estropearme a mi ¿quién sabe? ¿puede enfriarse el entusiasmo? Al cronopio le duele la cabeza cuando piensa estas cosas, pobrecito. Claro que también le duele el corazón, con el que no piensa, y el silencio, y las ausencias, que no forman parte del cuerpo. El cronopio no entiende demasiadas cosas, será cuestión de tiempo...
No, no, para nada, para nada. Es lógico que un buen cronopio se lleve mal con el tiempo, porque el tiempo nunca arregla nada, y cuando se dice que el tiempo cura, a lo que nos referimos es a que el tiempo se pone ahí, a esperar que nuestras limitaciones actúen y se enfríen los entusiasmos, y se diluyan los fértiles dolores. Y se conchaba el tiempo con la memoria inconstante, y con los vientos que nunca dejan de fluir a nuestro alrededor, y así, aprovechándose de la confusión, el tiempo pasa destiñendo, borrando, matando aristas, disolviendo contrastes, aguando pasiones...
Pero lo de ser cronopio tiene estas cosas: quejarse de la ley de gravedad, o del principio de incertidumbre de Heisenberg, resulta tan necesario para ellos (¿para nosotros?) como respirar. Aunque un buen cronopio siempre, siempre, debería conservar un resto mínimo de consciencia, un hilo imperceptible con la realidad; y la realidad es, también, que hay bifurcaciones en el camino, disyuntivas insalvables, incompatibilidades, hasta imposibles. Los cronopios sufren entonces como niños, pero deberían saber reconocer estas arrugas que tiene la vida. Hay sueños azules con perfil de alfombra voladora absolutamente inadecuados para convivir con la normalidad de las madrigueras cronopias. El tiempo lo único que hará es desdibujar esos sueños insostenibles. Otros miles de sueños, sin embargo, podrán brotar en la calidez de los hábitos y las responsabilidades de nuestro triste cronopio...
Parece como si el camino fuera la vida que nos entristece hacia la verdadera cercanía, y la mejoría el modo de ir sabiendo nuestro concepto de ella. (Claro que siempre depende)
Enhora buena por su blog paisano, con su permiso llevo un rato buceándolo.
Está usted en su casa, amiga mía, y mucho más si baraja con semejante destreza mis palabras. Gracias por su visita y por el halago que le correspondo...
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"Un campesino crió un aguilucho junto con sus gallinas. Lo trataba de la misma forma como lo hacía con las gallinas, de modo que él pensó que era una de ellas. Le daba la misma comida en el suelo, la misma agua en un bebedero y lo soltaba en el campo para complementar su alimentación, igual que si fuese una gallina. El águila creció y se comportó como si fuera una gallina.
Cierto día pasó por su casa un ecologista que, al ver al águila escarbando en el suelo, fue a hablar con el campesino.
- Esto no es una gallina, ¡es un águila!
El campesino contestó: -Ahora ya no es más un águila porque se cree gallina.
El ecologista dijo: -No, un águila es siempre un águila. Hagamos una prueba.
Se subió con el águila al techo de la casa del campesino y elevando sus brazos, le dijo: -¡Vuela! Tú eres un águila, asume tu naturaleza.
Pero el águila no voló. Entonces, el campesino replicó: -Le dije que ella ahora era una gallina.
-Mañana veremos, dijo el ecologista.
Al otro día fueron a una montaña cercana con el águila. El ecologista levantó el ave y le dijo: -¡Aguila! ¡Mira ese horizonte, mira el sol allá a lo lejos, los campos verdes allá abajo, mira, todas esas nubes pueden ser tuyas! ¡Despierta tu naturaleza y vuela como águila que eres!
El águila comenzó a ver todo esto y fue quedando maravillada con la belleza de las cosas que nunca había visto, estuvo confusa al principio sin entender por qué había estado tanto tiempo alienada. Entonces sintió su sangre de águila correr por sus venas, sintió tensarse los músculos de sus alas y partió en un hermoso vuelo hacia el horizonte azul."
Todos los sacrificios, hasta el más insignificante, deberían respetarnos el orgullo. Si perdemos el orgullo, si ponemos nuestra vida en manos del tiempo incierto, de la casualidad que nos justifica, sin albergar en nuestro corazón ese punto de amor propio necesario para poder decirse vivo, entonces no habrá tiempo que nos salve, ni azar que nos beneficie. Ya nunca más seremos nada.
Hay motivos en la vida para acallar nuestro orgullo, motivos inocentes, enormes, aún mayores que nuestro honor, pero ante ellos el orgullo debería aguardar ahí, agazapado, dispuesto a hacerse con el timón de nuestras vidas en cuanto los vientos cambien. Como el águila, que conservó en sus alas el deseo y la decisión de volar, y que lo hizo antes que después.
Un cronopio le da vueltas a la idea de que el tiempo lo arreglará todo, pero pasa que el tiempo y él no son amigos, así que no puede confiar en él.
- Puede que lo arregle todo, piensa, pero también puede que no arregle nada. Quizá arregle algunas cosas y estropee otras, incluso puede estropearme a mi ¿quién sabe? ¿puede enfriarse el entusiasmo?
Al cronopio le duele la cabeza cuando piensa estas cosas, pobrecito. Claro que también le duele el corazón, con el que no piensa, y el silencio, y las ausencias, que no forman parte del cuerpo.
El cronopio no entiende demasiadas cosas, será cuestión de tiempo...
No, no, para nada, para nada. Es lógico que un buen cronopio se lleve mal con el tiempo, porque el tiempo nunca arregla nada, y cuando se dice que el tiempo cura, a lo que nos referimos es a que el tiempo se pone ahí, a esperar que nuestras limitaciones actúen y se enfríen los entusiasmos, y se diluyan los fértiles dolores. Y se conchaba el tiempo con la memoria inconstante, y con los vientos que nunca dejan de fluir a nuestro alrededor, y así, aprovechándose de la confusión, el tiempo pasa destiñendo, borrando, matando aristas, disolviendo contrastes, aguando pasiones...
Pero lo de ser cronopio tiene estas cosas: quejarse de la ley de gravedad, o del principio de incertidumbre de Heisenberg, resulta tan necesario para ellos (¿para nosotros?) como respirar. Aunque un buen cronopio siempre, siempre, debería conservar un resto mínimo de consciencia, un hilo imperceptible con la realidad; y la realidad es, también, que hay bifurcaciones en el camino, disyuntivas insalvables, incompatibilidades, hasta imposibles. Los cronopios sufren entonces como niños, pero deberían saber reconocer estas arrugas que tiene la vida. Hay sueños azules con perfil de alfombra voladora absolutamente inadecuados para convivir con la normalidad de las madrigueras cronopias. El tiempo lo único que hará es desdibujar esos sueños insostenibles. Otros miles de sueños, sin embargo, podrán brotar en la calidez de los hábitos y las responsabilidades de nuestro triste cronopio...
Parece como si el camino fuera la vida que nos entristece hacia la verdadera cercanía, y la mejoría el modo de ir sabiendo nuestro concepto de ella. (Claro que siempre depende)
Enhora buena por su blog paisano, con su permiso llevo un rato buceándolo.
Está usted en su casa, amiga mía, y mucho más si baraja con semejante destreza mis palabras. Gracias por su visita y por el halago que le correspondo...
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