Su vecina Antoñita lo llevaba del brazo por la comisaría, apiadada del pobre diablo. Se asomaron a un despacho abierto, en el que un policía tecleaba pesadamente con los índices. El hombre apenas levantó la mirada para indicarles la dirección del mostrador de información. Tardaron otro rato en encontrar la máquina que imprimía el número de la vez, y esperaron a que saliese el veintiocho en aquella pantallita tan coqueta.
El funcionario, un tipo fornido y resuelto, lanzó a Gabriel una ojeada entre la compasión y el asco, y luego de escuchar a Antoñita, les aconsejó que acudieran al Servicio de Atención a la Violencia Doméstica, porque en la comisaria sólo atendían cuestiones de cierta gravedad. Que allí podrían arreglarle el problema sin llegar a mayores.
Tomaron un autobús hacia el centro de la ciudad. Llegaron a una casa señorial, con patio y fuente y con un cartel en la puerta que rezaba: Instituto Regional de la Mujer. Dentro, una mujer de pelo corto y ropa de diseño les mostró la sala donde los atenderían.
Antoñita tuvo que rectificar a la mujer que los sentó a este lado de la mesa, una señora de unos cuarenta años, cargada de abalorios, muy pintada: “perdone, pero no soy yo a la que le pegan, es él al que le pega su mujer”. La señora, acomodada en su elegante sillón de cuero, dio un respingo y miró por encima de las gafas a Gabriel. Gabriel bajó la mirada…
― Y usted, ¿por qué deja que le pegue su mujer?
― Yo es que… ―contestó Gabriel farfullando― A mí es que no me gustan las peleas. Ella no es mala, de veras, sólo que tiene un carácter fuerte…
― Le zurra de lo lindo ―intervino Antoñita―, y un día le va a dar un mal golpe y… Los vecinos sabemos lo que pasa, y eso que este pobre hombre, por no molestar, no dice ni pío, ni grita cuando le pega…
― ¿Usted le pega a ella?
― ¡Él que le va a pegar! ―de nuevo Antoñita―. Le sacaría los hígados…
La señora, resoplando, se echó hacia atrás sobre el mullido respaldo del sillón y dejó caer las gafas sobre su pecho, suspendidas por un cordón brillante. Que la perdonaran pero aquello no era normal. Allí solían atender a mujeres maltratadas, y la verdad, un hombre, en una sociedad tan patriarcal… Un hombre disponía de muchos instrumentos de defensa. No veía claro el desamparo, así que con gestos burocráticos remitió a la pareja a una de las abogadas del Instituto, por si ella podía valorar jurídicamente el asunto.
La abogada era una chica recién salida de la universidad. No tenía mucha experiencia, pero había estudiado duro en la facultad, y llevaba ya unos meses empapándose de toda la legislación necesaria para saberlo todo sobre su trabajo. Cuando Antoñita acabó de contar por tercera vez la historia, Gabriel tocó su brazo y le dijo:
― Vamos a llegar tarde… Tengo que estar en casa a la hora de siempre… Espero que no me llame al trabajo, porque me matará si…
El rostro de la abogada mostraba una sincera tristeza. Aquel hombre parecía tan indefenso, descarnado, vestido con descuido, con aquella voz que apenas le salía del cuerpo…
― ¿Cuántas veces le ha pegado su mujer?
― Ella trabaja en un gimnasio, le gusta mucho el ejercicio… estar en forma…
― Sí, pero dígame cuántas veces le ha pegado.
Antoñita pretendió intervenir pero la abogada le hizo un gesto autoritario para que dejara hablar a Gabriel.
― Bueno… Me pega algunas veces, cuando pierde la paciencia… Yo soy muy torpe, no me salen bien las cosas. Aunque tengo la casa limpia como a ella le gusta. A veces viene un poco más alegre y me abraza y me dice que soy su perrito fiel… ―Gabriel se sacó una tenue sonrisa de algún sitio.
― ¿Tienen hijos?
― No, ella no quiso nunca tener hijos…
― ¿Alguna familia?
― Tengo una hermana que vive en Bilbao, hace muchísimo que no nos vemos. No sé cómo localizarla… Bueno, y Antoñita que es como una hermana…
― ¿Usted trabaja, Gabriel?
― Sí, soy conserje en un centro de salud. Hoy me hicieron el favor de darme unas horas para venir…
― Un día lo va a matar de un mal golpe ―volvió a intervenir Antoñita.
La abogada les habló de la ley. Les dijo que al ser un hombre cualquier acto violento no grave que sufriera por parte de su mujer sería considerado como una falta administrativa. Que si la denunciaba le pondrían a ella una multa y que los mandarían de nuevo para casa. En el mejor de los casos, y cuando denunciara unas cuantas veces seguidas, algún juez podría establecer medidas provisionales de alejamiento…
― No, por favor, si ella se entera... ―la interrumpió Gabriel con ansiedad.
― Lo mata, ya le digo yo que lo mata ―añadió Antoñita.
La abogada les aseguró que no tenían otra opción: debían denunciar. Y si la policía volvía a derivarlos allí, que insistieran en que querían poner una denuncia…
― Pero yo sé que a una vecina, la Patro, la ayudaron y la protegieron del marido, que le pegaba a ella y a los niños…
― Bueno, en ese caso la ley dice que toda violencia es un delito, y los jueces no quieren salir en los periódicos. Afortunadamente, en esos casos tenemos la posibilidad de usar algunos medios más tajantes… De veras que siento no poder serles de más ayuda. Pero haga eso, Gabriel, denuncie a su mujer cada vez que le ponga la mano encima…
Antoñita miró a Gabriel y Gabriel a Antoñita. Se levantaron lentamente y dieron las gracias a la abogada, que les dedicó una sonrisa insegura.
Al salir, en un pasillo, se cruzaron con la mujer de los abalorios. Ésta, al pasar, se dirigió a Gabriel:
― Venga, hombre, échele usted valor. Que no se diga…
4 comentarios:
Pues que tristeza! Las leyes o la incompetencia ante algunos hechos es incomprensible y de esto también hay mucho. Saludos.
El derecho de autor, es decir, el que castiga a alguien por algo dependiendo no del acto en sí, sino de quién sea ese alguien (su color de piel, su religión o no religión, su raza, sus gustos o su sexo) se abandonó después de la segunda guerra mundial, porque los nazis, a otra escala, lo aplicaron sin ambages. Ahora, con la pretensión de defender a personas que por supuesto necesitan defensa, volvemos a aplicarlo. En fin, este mundo... Besos, Rosa María.
Mientras un hombre no se sienta ridículo al denunciar, seguirá sucediendo.
Hay muchos casos de violencia física femenina.
Hay muchos, demasiados casos, de una violencia sicológica que utiliza la mujer y que destroza al hombre para siempre.
Besos
Sí, Luna, aunque sean más los casos de hombres sobre mujeres, cualquier cantidad de casos, en un sentido u otro, siempre son muchos...
Bss
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