El indudable desprestigio actual de la historia tal vez resida en ese vicio desmedido y popular por el presente. A nuestros gobernantes, que no sirven a la gente, sino que se sirven de ella mediante continuos excesos y un despotismo nada ilustrado pero enormemente inteligente, les interesa sobremanera que la historia sea siempre agua pasada, que se contemple sólo como un lastre para el presente feliz y el futuro prometedor.
Entre nosotros han perdido atractivo hasta los buenos recuerdos, y cuando alguien pretende evocar el pasado se le desanima argumentando que nunca tiempos pasados fueron mejores, e incluso, de un modo bastante contradictorio, se le advierte que tratando de evocar el pasado sólo notará que el tiempo no pasa en balde, que todos vamos a peor y que lo que hay que hacer es tratar de vivir el presente, la siempre flamante y arrebatadora actualidad, esa actividad irreflexiva pero vital del hoy mismo. ¿Para qué mirar hacia atrás?
Cuento todo esto porque siempre escuché que los reencuentros de viejos amigos acababan siendo el punto final de la amistad, la ratificación del silencio de años y la prueba definitiva de que la propia amistad es una virtud débil y caduca. En cierta forma, yo mismo he comprobado cómo viejos amigos y antiguos amores aparecían en mi vida para enterrar del todo aquellos recuerdos amables, y ello mediante la decepción y el descrédito del propio recuerdo, que parece edulcorar los hechos. Pero después de este sábado estoy convencido de que no siempre es así, de que el pasado puede ser no sólo una fuente de desencanto, sino la demostración certera de que la amistad puede ser más fuerte que los años.
Uno a uno fueron llegando aquellos niños a los que conocí en 1976, uno a uno nos fuimos abrazando con un cariño franco y desenvuelto. Eloy nos besaba a todos dejándonos ver su emoción, y cómo seguía siendo, después de una vida especialmente dura, el mismo tipo rebosante de ganas de vivir de siempre. Quini llegó casi de incógnito, con sus gafas negras y su barba de hombre serio, con esa sana dignidad que tanto nos imponía entonces, mostrándonos hacia dónde debía caminar nuestro crecimiento, y con esa sonrisa cargada siempre de significados. Rafa dejó ver en su primera palabra que seguía siendo aquel chaval sencillo y veraz, aunque por debajo de su aparente sencillez seguía corriendo la sangre de un hombre bueno y fiable. Y el petardo de Juan, al único al que no he dejado de soportar desde entonces, apareció más entero, y sobre todo feliz, feliz como un chiquillo de andar allí con los amigos de siempre. Y también Sema apareció más risueño. Lo había visto sólo una vez en treinta y cuatro años, y entonces lo encontré triste, justo en el extremo contrario de aquel muchacho con el que yo no podía dejar de reír. Pero hoy venía contento y, a pesar de un primer instante de timidez, enseguida se vio envuelto por el núcleo de cariño que brillaba en medio del gentío de la Plaza del Salvador. Y Toba, el bueno de Toba, un tío tan llano como inteligente, un hombre que encuentra siempre la palabra perfecta para la alegría, un tipo que, como el resto, marcó en cierta forma mi vida para después desaparecer durante años.
De pronto pareció que todos estos años, con sus tormentos y delicias, hubieran pasado sobre nosotros sólo para enseñarnos que siempre es bueno apostar por la vida. No se trató ayer de revivir el pasado, ni de sustituir el presente, sólo quisimos respetar lo que una vez ocurrió de verdad, de hacerle preguntas al pasado para que una primaveral tarde de enero en Sevilla se haya convertido en presente inolvidable.
8 comentarios:
Enhorabuena por el reencuentro. Sigues siendo el mismo.
Besicos.
Me temo, Angelines, que no podré dejar de ser el mismo hasta el final... :-). Un beso.
Interesante y enriquecedor reencuentro. Me recordó - libre asociación - un texto de Onetti, "Reflexiones de un nostálgico". Se lo recomiendo.
Tengo todo Onetti pendiente. Por un lado sé que el asombro es negativo, pero, por otro, no deja de ser un gusto tener tanto por disfrutar... Haré lo posible por echarle un vistazo.
Es precioso. A veces, uno renuncia a reencontrarse con el pasado, incluso en forma de fotografía, sólo para que no se altere la propia percepción de aquel momento, sin embargo, una experiencia así debe superar la belleza de cualquier recuerdo!!
Muchas gracias por tu comentario :). A ver si me organizo y vuelvo a encontrar un hueco "pacífico" en el que poder dedicarme a ello!
Un abrazo
Paz para escribir sobre el huracán de la vida... Gracias a ti por la visita, y ojalá te leamos pronto.
¡Qué bueno! Me alegro. Un beso
Gracias, Elvira. Un beso.
Publicar un comentario