Cualquiera en su sano juicio reconocería que es imposible. Admito que lo pensé cuando se nos fue tu hermano Juan, porque apenas concebía entonces que la muerte pudiera ser eso, ese hurto fulminante, esa dentellada en el corazón. Por entonces no fue raro sorprenderme en el vano esfuerzo por creer en la existencia de su dulce fantasma. Poco después, cuando la herida fue cerrándose con la pomada inevitable del tiempo, advertí que no había fantasma más dulce que el que recorría los nervios de los que fuimos queridos por él. Tu hermano Juan, tu hermanito pequeño…
Me contaron que al nacer yo, el primer nieto en una familia extensa, Juan con sus diez años y Carmen con pocos años más, estuvieron varios días recogiendo algodón para hacerme un regalo. Debieron ser tiempos duros de felicidad, en los que con seguridad sonreías confiada sin temer a la pobreza ni al desamor. Puedo imaginarte acariciándome, cuidándome con tus manos de ángel, pendiente del más mínimo de mis movimientos. Te imagino llorando feliz al ver a la abuela ante mi cuna, orgullosa al exhibir a aquel niño tuyo, delgadito, delicado y luminoso. Puedo pensarte enorme, sabiendo que con tu cuerpo blando y pequeño podrías defenderme del mundo y entregarme a él con esa suavidad que sólo un corazón excepcional puede mostrar. Un mes antes habíais descansado del abuelo, de todos los sufrimientos que aquel hombre imposible inventaba diariamente, y ahora aparecía aquella lagartija adorable a la que querías más que a tu propia vida. ¿Por qué los hijos tardamos tanto en ver el amor en vuestros rostros? ¿Por qué los recién nacidos no aprenden, de una vez para siempre, a descifrar ese brillo que hay en los ojos de un padre o una madre?
Pero decía que había descartado la idea de los fantasmas. Además, se pinta a los fantasmas como seres intrigantes y malvados, y en vuestro caso ni siquiera la muerte podría decidiros a manchar vuestro limpio y generoso expediente. Sin embargo, el río de la vida nos arrastra a veces por caminos impredecibles, y cuando menos lo esperas descubres ciertas fuerzas sin nombre que, entre el aire de todos los días, se deslizan tirando de esta mano, empujando este pie, dirigiendo esta mirada, ensanchando aquel pecho y desatando aquella imaginación. Son fuerzas equívocas y enigmáticas, bromistas y sentimentales. Fuerzas impredecibles e indemostrables que van y vienen a su antojo, y que al final de ciertos días te dejan paladeando algo así como la ilusión. Con juegos y coincidencias, conspirando en matemática armonía, los fantasmas, los que aún se acuerdan de nosotros, y los que se divierten apuntándonos con sus travesuras, nos dibujan caminos y nos convencen de que la vida y la muerte merecen la pena, y nos enseñan sin palabras a degustar las luces y a desentrañar las sombras, a comprender eso tan simple que se llama amor.
Feliz cumpleaños, Mamá, setenta y cinco años es una cifra preciosa…
3 comentarios:
Muchas felicidades, tienes una madre muy joven. Dale un beso de mi parte.
La imagino maravillosa, por el recuerdo y el sentimiento que dejó en ti. La mejor herencia del mundo. Felicidades por haber tenido esa madre, y besos
Se lo daré, Angelines. Un beso para ti y otro para Elvira.
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