Justo hace un año publiqué una entrada denigrando Alicia en el país de las maravillas, de Tim Burton. En los comentarios, Sandro arremetía, en parte con razón, contra algunas películas de este hombre, entre ellas Big Fish. El bueno de Sean (al que echamos de menos en este blog) recomendaba a Sandro que la viese con más sosiego, porque, según él, “es una de las más emocionantes metáforas que he visto sobre el desconocimiento del ‘otro’, sobre la incomunicación paterno-filial, sobre las motivaciones, sobre cómo cada uno colorea su/la vida como le da la gana, aún a costa de que ni los tuyos te entiendan”, mientras que yo apenas entré en la discusión, ni una sola palabra para defender esta película.
Cuando vi por primera vez Big Fish yo andaba un poco confundido con Tim Burton. A diferencia de la mayoría de mis conocidos, la primera película de Batman me había encantado, y la segunda también me pareció una buena película. Su historia, su producción y su influencia en la insuperable Pesadilla antes de Navidad me habían ganado para siempre, pero luego dejé pasar películas increíbles como Ed Wood y Sleepy Hollow, mientras que tanto Eduardo Manostijeras como Mars Attack! me habían parecido obras bastante pobres e incluso ridículas, y no digamos ese bodrio (sigo considerándolo así) que fue la nueva versión de El planeta de los simios. Así que cuando me puse ante la pantalla con Big Fish, reconozco que lo hice algo condicionado por esta confusión, pensando que, efectivamente, Tim Burton era mejor productor que director. La fantasía de sus películas comenzaba a parecerme más infantil de lo debido, y creía que este buen hombre empezaba a perder pie en la realidad.
Big Fish me pareció una película deslavazada, insensata, a veces incluso histriónica, y eso que presentaba un cartel más que atractivo, con los geniales Albert Finney y Jessica Lange, con Ewan McGregor, Helena Bonham-Carter, Steve Buscemi, Danny DeVito y una larga nómina de actores que cumplían sus papeles más que correctamente. Pero fue como si pasara por encima de la película, como si la opinión que me había formado sobre Burton me hubiera impedido entrar en ella y me hubiera hecho resbalar sobre sus fotogramas.
Con el tiempo, y gracias a mis hijos, la he visto varias veces más, y he llegado a considerarla una de las mejores películas de Burton, y una de mis películas preferidas. La labor del cine no es sólo entretener y emocionar, sino hacerlo con elegancia e inteligencia, cargando de valores las historias que narra. Y Big Fish es una película sorprendente en este sentido, porque está llena de valores, porque es soberbia en su elegancia y profunda en su inteligencia; porque sus actores lo bordan, y porque, como decía Sean, la película es una impresionante metáfora de la vida misma, cuyas verdades, aunque no siempre estemos dispuestos a admitirlo, tienen mucho más que ver con la fantástico que con lo cotidiano. Incluso en los valores que muestra, la película evita pontificar sobre ninguno de ellos, y se limita (nada menos) que a atraernos hacia el valor de la fantasía y la libertad, y de paso hacia el valor de la vida como aventura.
Pero el mensaje más hermoso de los que aporta esta película es el de la definición del amor: el amor, que no es rutina amable y prescrita, ni calidez ordenada, ni madriguera, ni hábitos ni moderación; el amor que no es ni esperanza ni fortuna, sino hambre, fuerza, deseo, sorpresa, imaginación, risa, carne y laberinto.
2 comentarios:
Qué película más emocionante, más llena de ternura y de imaginación. Toda ella una metáfora en efecto; una maravillosa manera de contar cómo cada uno decidimos el tono de nuestra vida cotidiana. A mí también me parece que la vida está llena de detalles fantásticos, aunque preferimos darles explicaciones racionales cuando todo es mucho más hermoso si nos permitimos creer en lo extraordinario.
Me encanta esta definición del amor con la que terminas la entrada: "no es rutina amable y prescrita, ni calidez ordenada". Qué forma más bella de decirlo.
Un abrazo, Sir. Me encanta que estemos de acuerdo :-)
Se me ocurre, al hilo de lo que dices, Leo, que en muchas explicaciones racionales hay tanta belleza como en las que proporciona la fantasía, que en la ciencia (palabra bien denostada porque siempre va unida a la palabra esfuerzo) hay mucha más poesía de lo que parece. Pero eso sí, estar de acuerdo con las cosas bellas, eso es un verdadero gusto. Besos.
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