En 1910, bajo la dirección del arquitecto Simón Barris, se construyó el Palacio Sánchez Dalp, en la Plaza del Duque de la Victoria, en pleno centro de Sevilla. En ella el arquitecto hizo una mezcla de estilos que culminó en algo que pretendía ser, y con mérito, una muestra del estilo sevillano. Sea como fuere, el resultado fue impresionante, y en su construcción se promovieron oficios artísticos muy arraigados en la ciudad, como el de los yeseros, los cerrajeros, los ceramistas y los decoradores. Así quedó el palacio:
Esta maravilla, junto a otro palacio adyacente, fue derribada y sustituida a mediados de los años sesenta por esto:
El progreso, y la secular suerte que los sevillanos hemos tenido con nuestros ayuntamientos, es lo que tienen…
12 comentarios:
Viva el progreso y su ppppp madre, con perdón.
Maravillosas fotos que ilustran el arte arquitectónico sevillano de antaño y el absurdo y voraz urbanismo que desola muchas de nuestras ciudades.
Un abrazo
David
Joé, David, el sitio tenía una pinta, ¿verdad? Estuve a punto de hacer referencia a esa monstruosidad que nuestro querido alcalde está realizando en la Encarnación, pero ya habrá tiempo de decir lindezas sobre el asunto... Y lo malo es que luego no vivimos sin ir al bendito Corte Inglés... Un abrazo.
Ilústreme, querido Sir, sobre la pavada que se está realizando en la Encarnación. Estoy más que harto de la política que nos inunda en este momento, muy desencantado, y tengo ganas de guerra. Hoy me han nombrado servicios mínimos por trabajar en un sector clave para el funcionamiento del ¿País?... Cuál?? Tengo ganitas...
Un abrazo
¡Que precioso era! ¿¡Igual es uno que otro!? Que pena, de verdad.
Duele. Físicamente.
...y tan alta estima espero,
que muero porque no mueren.
...que dijo sor clitoris....digo...Clotilde de la crus.
Bueno, David, sólo tienes que pasarte por allí ver la faraónica plantanción de setas tontas que están colocando en el lugar de una bonita plaza. Eso sí, comercialmente la cosa genial, que era eso el progreso, ¿no?
Ay, Angelines, pero y la de cosas que venden en El Corte Inglés, ¿eh? ¿Y la felicidad de toda esa gente que se pasea por entre los estantes? Si es que esto del arte no sirve para mucho... Besos artísticos.
Imagínate, Amelia, cuando te paseas (es un decir, claro) por la atestada plaza del Duque, que si no tenía bastante con ser un bastión de los almacenes, está atiborrada de puestecitos supuestamente hippies... Un encanto encantador, lo que yo te diga...
Ay, cuñao, ya decía yo que tenía que verte por aquí, con el cariño que sé que le tienes a esa gran empresa... Je, je... Y qué bonitos poemas los de Santa Clotilde de los Ángeles, ¿eh? No, no, lo digo en serio, que eran bonitos...
El edificio del Corte Inglés es una mierda inconmensurable y todo esto del progreso arquitectónico es una falacia, un timo, motivo de especulación y sobretodo de vanidad, tanto del arquitecto finolis que lo proyecta como del personaje hace el encargo que solo espera salir en los medios fotografiado con el arquitecto de campanillas, y esto lo digo como arquitecto que ha llegado a la conclusión, después de muchos años, que la única arquitectura que cuenta es la levantada al servicio del hombre, la que no tiene goteras, la que está bien construida, la firme (firmitas, utilitas, venustas) y no la hecha para impresionar al personal.
Otra cosa, cuestión personal, a mí el palacio de Sánchez Dalp no me gusta nada, lo encuentro un pastiche abarrocado y ecléctico.
Salud
Francesc Cornadó
Es curioso, Francesc, porque esta discusión la he tenido cerca durante los últimos tiempos, al vivir mi hermana en unos bloques de viviendas de protección oficial, a cuyos arquitectos los han premiado aquí y allá, y que no sólo poseían goteras e incomodidades miles, no sólo eran feos a rabiar, adustos, nada acogedores, sino que ahora se les están derrumbando. Sí, hay un mundo del asombro técnico arquitectónico, y otro de la gente, y el arquitecto que es capaz de hacer algo bello, útil y confortable, ése es el buen arquitecto, no me cabe duda.
Y sobre el palacio Sánchez Dalp, aunque parezca incongruente, te doy la razón en cierto sentido. No dejaba de ser, por lo que se conoce en las fotos, una locura de rico cateto que derrochó más dinero que elegancia en la construcción de su palacio. Pero también por las fotos se reconoce un cierto encanto desolado, una extraña tristeza de estancias que, incrustada en un lugar tan público como la Plaza del Duque, no sé, le daban un encanto tremendo. En parte, el Alcázar de Sevilla también es un pastiche como éste, pero quizás eso casa perfectamente con una ciudad por la que pasaron tantas culturas, y todas fueron dejando su granito de belleza, para construir un hermosísimo pastiche. Aun así, ya te digo, coincido contigo en que el batiburrillo de la construcción y la decoración es inmanejable. Y coincido contigo, también, en que con todo está a años luz de la abominación del almacén.
Un abrazo.
¡Madre mía! ¡Qué triste cambio!
Un abrazo
Me quedé pasmada el otro día cuando ví esta entrada. Hoy hablando con una persona que vivió las protestas que hubo en su tiempo llegamos a la triste conclusión de que, como siempre, el dinero manda.
Es de agradecer que nos hayas mostrado lo que se perdió en ese espacio al que hoy vamos como si fuera el campito.
Qué triste, al final caemos todos en el nefasto consumismo.
Pero todos tan contentos, Elvira, todos tan contentos con nuestros grandes, grandísimos almacenes... Besos.
No sabía, Isabel, que hubiera habido protestas. Yo era bien pequeñito en 1967, pero además no he leído en ningún sitio que nadie protestara, aunque lo lógico es que alguien dijera algo, siempre dentro del respeto que se debe tener a una dictadura, claro... Pero es eso, lo que dices, fue por una causa que abrazamos todos con entusiasmo, rojos y azules, béticos y sevillistas, huelguistas y esquiroles (yo entre ellos), blancos y negros. ¡El Corte Inglés nos une! Un beso.
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