Son las tres y cuarto de la tarde. Bajo del autobús y camino hacia casa. Unos metros más allá presiento la figura de un muchacho, con una gran bolsa blanca de plástico al hombro. Empieza a hacer calor en Sevilla; los naranjos están a punto de estallar, mientras que los paraísos aún posan como silentes esqueletos, con racimos de frutos del año pasado colgando de sus ramas desnudas. El muchacho se ha parado un instante junto a un contenedor: lo abre, mira dentro y lo cierra apresuradamente para seguir andando. De vez en cuando gira un tanto la cabeza, como si le preocupara el espectador que le sigue. Viste unas zapatillas deportivas azul marino, nuevas pero baratas, un pantalón de chándal, también azul y algo más gastado, y un descuidado jersey de rayas. Su ancho torso no se corresponde del todo con la longitud de sus piernas; suele ser síntoma de una infancia con mala alimentación. Es curioso, parece como si una nutrición incorrecta no influyera en el crecimiento del torso, pero sí en el de las piernas. En la bolsa se transparentan objetos diversos, apenas reconocibles. Creo que el muchacho vagabundea hurgando en la basura, pero ahora camina decidido como si llegara tarde a algún sitio. No creo que tenga más de diecisiete o dieciocho años. Cuando veo a uno de esos insolentes jóvenes, de familias más o menos acomodadas, que han optado por la irresponsabilidad y van por el mundo perdonándonos a todos la vida, en absoluto me inquieta su falta de futuro. La vanidad, la petulancia de estos jóvenes evita que me compadezca de ellos. Pero en este muchacho que camina unos metros delante de mí, con una bolsa de plástico llena de cachivaches inservibles, adivino cierto desamparo. Las asas de la pesada bolsa se clavan en su hombro. ¿Distinguirá los días de la semana? ¿Cómo se puede vivir la juventud, esa época de perpetua primavera, de sorpresas y descubrimientos, metido hasta las cejas en el fracaso, en un fracaso que nuestra vida de caprichos hace aún más nítido? ¿Alguna vez habrá observado ese muchacho con envidia a mis hijos? ¿Habrá deseado por un momento volver a empezar, tener la oportunidad de reír sin miedos, sin impotencia? ¿O tal vez hará como los animales, nunca mirar hacia dentro de sí mismo? Siento una punzante lástima por él, por el ritmo de sus pasos cuando dobla una esquina y su camino diverge del mío. Sin querer, confusamente, pienso en mis hijos, y en lugar del muchacho los veo a ellos caminar sin rumbo por una ciudad insensata, con una bolsa blanca en el hombro, buscando inermes unos inservibles despojos entre las extravagancias de la gente feliz. Y siento la necesidad de escribir sobre este chiquillo, de liberar a mi alma del lastre de la compasión, de olvidar de algún modo esta historia, que tal vez no sea más que una más de mis invenciones; liberar mi alma mientras me dirijo a casa, a almorzar, a seguir siendo feliz.
8 comentarios:
Me gusta tu mirada, cómo lo narras.
Un beso para el chico (aunque no se entere) y otro para ti
Tus palabras me han recordado esos "Soberbios alcázares de la miseria" que relataba Martín Santos. Eso es lo que hemos edificado, miseria y soberbia. No hace falta mirar muy lejos para encontrar chicos como éste. Yo los veo cada día.
Un beso.
No son invenciones tuyas, Sir, es la realidad inmisericorde de muchos, y todo lo que puedas imaginar es peorable, por desgracia. Y en algunos, observadores, otra especie de cruz, inútil. Otro abrazo.
http://open.spotify.com/track/39WJZuooOkaU5d2FGL22BX
Don't you know that I'll be around to guide you
Through your weakest moments to leave them behind you
Returning nightmares only shadows
We'll cast some light and you'll be alright for now
Crosses all over, heavy on your shoulders
The sirens inside you waiting to step forward
Disturbing silence darkens your sight
We'll cast some light and you'll be alright for now
Crosses all over the boulevard
The streets outside your window overflooded
People staring they know you've been broken
Repeatedly reminded by the looks on their faces
Ignore them tonight and you'll be alright
We'll cast some light and you'll be alright
A cualquiera que le preocupe adonde llevan los caminos de esos projimos cotidianos con los que compartimos aceras y caminos en nuestras urbes, quiza le interese echar una ojeada a los guetos de Baltimore tan magistralmente retratados por Simon y Burns en su (hasta ahora) obra cumbre "the wire" (que recomiendo hasta un punto poco racional). Los localismos son lo de menos ante esta radiografia de la naturaleza urbana que retrata con impudica exactitud los engranajes de la maquinaria tal como se ven sin el envoltorio que los camufla.
Tu fotografia llena de matices y sombras (y tan bien plasmada, coño...) me ha obligado a recalar una vez mas en esos personajes ya cotidianos para mi y recomendarte vivamente su visionado.
Besos mil.
Yo poco o nada hago por ellos, pero a todos nos debería dar vergüenza convivir con esas situaciones. Los niños no son defendidos en este país, ni en ningún país, como lo son los adultos, y vemos cada día, en la realidad, no en las estadísticas que nos largan estos políticos malnacidos, que a las autoridades los niños les importa más bien poco. Los que se crien bien, ahí van, los que se críen mal, pues a joderse. Y entretanto eso, viva la vida y viva el amor... Realmente no sé qué podremos hacer... Porque releer a Martín Santos, escuchar a José González o ver The Wire no les resolverá nada a estos muchachos... En fin... Besos y abrazos a granel.
Estoy de acuerdo, Sir. Hubo un tiempo en que creía posible cualquier utopía, en hacerla realidad. Hoy dudo hasta del progreso moral de esta sociedad global. Seguramente, estoy viejo. Quizás mantengamos parcialmente el tipo como sociedad en algunas zonas del planeta, pero porcentual y globalmente, creo que todo empeora, no solo para los niños, esos desprotegidos, si no para todos. De poco valen los poemas, los manifiestos, los testimonios, las denuncias de tantas y tantas iniquidades para tener soluciones. Y si nos hemos comprometido con alguna organización, colaboramos con alguna ONG..., es, en la mayoría de los casos, para lavar (Ariel lava más blanco) la suciedad de la mala conciencia que nos queda. Abrazos.
¿ No te acercaste y hablaste con él?
Hubiera sido fácil oírle un rato y saber.
Seguramente le hubiera gustado sentirse menos invisible.
Un abrazo
Tú sabes, iba a almorzar, él iba más rápido que yo, qué haría metiéndome yo en su vida, ¿nos habríamos entendido siquiera? No hubiera podido hacer nada importante ni decisivo por él. Igual él tenía mucho más que darme a mí que yo a él... Un beso.
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