viernes, 18 de noviembre de 2016

89 años de un ser superior

DSC06405Las madres y los padres son seres superiores. Nada puede quitarnos eso de la cabeza. Aunque sí, hay algo que finalmente, y de raíz, consigue arrancarnos de semejante error: su muerte. Cuando mueren, caemos en la cuenta de que nuestra madre, nuestro padre, eran pobres mortales, y nos preguntamos cómo se las apañaron con la soledad, cómo negociaron con sus propios sentimientos, cómo pasaron los grandes catarros o esos cansancios del alma que nos esperan agazapados en cualquier anochecer.

El día que nuestros padres mueren empezamos a hacerle preguntas al amor, acaso por conocer algo del acontecer de sus corazones. No se quiere a los hijos con el corazón, víscera débil y expuesta a los vientos de la vida, sino con las tripas, con la columna vertebral, con las piernas que andan sin descanso, con las manos… Por eso con nuestros padres nos preguntamos por esos territorios íntimos, tan de uno, que fueron sus corazones, por los deseos silenciosos que guardaron, por la melancolía de viejos palacios que flotaría en ellos como la niebla en el crepúsculo; nos interrogamos por el aliento de sus rabias, por las palabras que, susurradas en soledad, se perdieron para siempre.

Súbitamente la muerte nos señala su carne, su debilidad, el desamparo esencial que nos acompaña a todos. ¿Quién iba a pensar que podían sangrar, que podían desfallecer, que una enfermedad cualquiera podía tumbarlos en una cama? ¿Quién iba a pensar que podrían necesitarnos? Hubo algunas pistas, llantos por otras muertes y abrazos imprevistos, el terremoto de los nietos o los primeros dolores visibles, pero los hijos solemos estar demasiados ocupados en el camino, desbrozando los días, sin tiempo de mirar atrás. Y es que ellos parecían tan grandes, tan inexpugnables, tan eternos y primordiales… Hoy papá hubiera alcanzado los 89 años, y estoy seguro de que los habría cumplido erguido, fundamental, verdadero, pero sobre todo rebosante de amor por nosotros sus hijos. Falible pero generoso, pobre pero revestido de una dignidad silenciosa y superior, padre pero a la vez hombre, tan mortal…

4 comentarios:

capolanda dijo...

No sé si será cierto que los romanos, cuando celebraban el triunfo de un general, hacían que un, ¿esclavo?, fuera detrás diciéndole una frase algo larga de la que ha quedado el lema "Memento mori", pero "se non è vero, è ben trovato".

Noite de luNa dijo...

Hola

Mi abuela y mi madre me enseñaron a vivir cuando alguien se nos va.

Cuando murió mi abuelo yo tenía 9 años. No entendía su desaparición y mi abuela me lo explicó así, de forma tan sencilla:

"Peque, todos no cabemos en el Mundo ( yo miraba el globo terráqueo que teníamos en casa y era verdad, ahí no cabía casi nadie por lo pequeño que era)
Para que unos lleguen, otros tienen que marchar y abuelito ha decidido que debía irse para que lleguen otros niños pequeños y se hagan abuelitos como él"
Desde ese día no lloré más preguntando por él.

Mi madre, siempre nos decía algo, que pensábamos que era broma y luego comprobamos que a todos nos vino bien:

" El día que me muera quiero que me lloréis muchísimo por lo guapa y buena madre que he sido. Durante quince días quiero a todos a mis hijos tristes, apenados y recordando a la maravillosa madre que han perdido. Quince días ¿ Queda claro? El día dieciséis todos levantáis la cabeza y a seguir caminando. No hay más.

Y se quedaba tan pancha.

Besos



trimbolera dijo...

Un abrazo muy fuerte.

Sir John More dijo...

La necesidad de recordar (nunca olvidarlos) y de seguir adelante, tratando de comprender la muerte. Pero en la de los padres se quedan tantas, tantísimas cosas importantes que saber... Abrazos para los tres, amigos.