Hace una mañana fría, soleada y prometedora cuando cruzamos el río sobre el Ponte Garibaldi. A uno y otro lado, entre las frondas otoñales de la ribera del Tíber se distingue el laberinto de Roma. Unos metros más allá surge la poderosa cúpula de San Pedro, bastante más lejana de lo que parece.
Nos dirigimos al Campo de’ Fiori, y justo al entrar, en uno de sus vértices, en la pequeña Piazza del Biscione, una hermosa fachada resiste al óxido del tiempo. La ciudad está plagada de lugares tan inolvidables como abandonados. Aun así, los estragos del reloj y la intemperie no disminuyen sino que parecen acrecentar la belleza de estos rincones.
La plaza se encuentra atestada de puestos que rebosan mercancías, y entre ellos pulula un hormiguero de clientes y turistas. En el centro se yergue la melancólica estatua de Giordano Bruno, que fue quemado en esta misma plaza por sus herejías contra la antojadiza Verdad de Dios.
El extremo norte de la plaza está alfombrado de flores que el sol enciende. También hay puestos de verduras que estallan de color, esta vez sí, representando la riqueza y la verdad de la vida.
Tomamos por el Corso Vittorio Emanuele II, camino de la Piazza Navona. Los edificios se elevan con soberbia elegancia, mostrando a veces sus hermosas galerías.
En un quiosco descubro el Calendario Romano 2014, donde doce jóvenes curas muestran el palmito: la carne en morboso contraste con el fondo insípido de la sotana. Al parecer, el Vaticano no tiene nada que ver con el calendario, pero si se han vendido tantos como dicen, no imagino yo al Vaticano ajeno a los beneficios que generen sus más apuestos soldados… ¿No se les parece el de la portada a Matt Damon?
Justo antes de entrar en la Piazza Navona tropezamos con la estatua de Pasquino, restos de una antiquísima obra helenística que sirvió, durante mucho tiempo, para sostener pequeños trozos de papel en los que la gente, con frecuencia en verso, dirigían invectivas contra personajes públicos. Al parecer, encontraron la estatua en las excavaciones realizadas para la urbanización de la Piazza Navona, y como se encontraba en muy mal estado, ningún espabilado quiso quedársela, y por eso la colocaron en su actual emplazamiento. Su nombre parece provenir del de un barbero charlatán, Il Paschino, que vivía no lejos de la zona, y al que la estatua se asemejaba bastante. La palabra pasquín proviene precisamente de esta estatua. Por desgracia, la encontramos limpia y reluciente…
En Piazza Navona, sin embargo, nos sorprende una enorme algarabía, una especie de feria de casetas y calesitas en un mar de familias con niños. Las estatuas permanecen ahí, semihundidas en el bullicio. El sol, muy bajo, pinta los edificios de una luminosidad dulce y a la vez triste.
Un extraño pordiosero mendiga en la puerta de Sant’Agnese in Agone…
El sol aprieta y decidimos visitar una de las mejores heladerías de Roma: Giolitti. En el camino nos cruzamos con escenas cautivadoras de la locura romana: la portada de Sant’Antonio dei Portoghesi disimula su hermosura entre los altos edificios circundantes.
Los helados de Giolitti son, efectivamente, de los mejores que he probado en mi vida. Flota en la heladería un aire tan delicado que me empuja a robar una foto de su interior, un salón que invita a quedarse sin el carácter pasajero de nuestra visita, para tomar en él un buen café escribiendo o charlando.
Queremos almorzar cerca de la Fontana di Trevi, y en el camino atravesamos la Piazza Colonna, donde la columna de Marco Aurelio se alza majestuosa, contando innumerables historias en sus relieves…
En la misma plaza, en el edificio que acoge la galería comercial Alberto Sordi, se elevan contra el azul del cielo algunas estatuas a las que la erosión y el musgo han ennoblecido.
La plaza de la Fontana di Trevi, abarrotada de turistas, se muestra tan encantadora como la primera vez que la vi, treinta y dos años antes. No sé por qué en Roma apenas me molestan las multitudes, algo que no me ocurrió un par de años antes en Florencia, donde las hordas de turistas impidieron que reconociera aquella Florencia de mi primer viaje a Italia. El primor de la Fontana di Trevi rebosa de sus piedras e inunda la plaza entera, hipnotizando con los detalles delicados de las estatuas, envolviéndote en su escenario de sueño…
Poco antes de llegar a la Piazza di Spagna, en la Piazza Mignanelli, bajo la columna dedicada a la Inmaculada, se apostan las estatuas de cuatro profetas, cada una realizada por un artista distinto.
Por fin alcanzamos la animada Piazza di Spagna, donde una exagerada multitud de turistas ocupa la escalinata y rodea con ansia la Fontana della Barcaccia.
Desde allí se divisa la marabunta en la Via dei Condotti, un mar de cabezas que se derrama curioso entre las tiendas exclusivas y el glamour de la opulencia…
2 comentarios:
Qué buen paseo! Una maravilla las esculturas, arquitectura y todo lo que muestras. Gracias, besos.
Gracias, Rosa María, me alegro mucho que te hayan gustado todas estas maravillas de una ciudad tan hermosa...
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