sábado, 28 de septiembre de 2013

Remedio infalible para la fobia a los pájaros

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Si no hubiera sido por Valeria y Carlos, esos dos seres sencillos, templados y sugestivos, hoy seguiría mirando a los pájaros como los miraba a principios de la semana. Entonces, aún oscura la mañana, camino del trabajo, un pequeño mirlo con la cabeza desplumada se posó en una verja, a un par de metros de mi paso. El pájaro, lejos de espantarse, me miró retador con uno de sus insomnes ojos. Yo también lo miré, imaginando el aciago día en que los pájaros y los animales en general dejen de huir de los hombres. No hay que olvidar mi fobia a las plumas, este terror mío al roce de unas alas, sean de un buitre o de un pobre periquito. Por fortuna para mi equilibrio mental, aquella mañana el mirlo no me atacó…

Cañada

Al día siguiente fue cuando visitamos la Cañada de los Pájaros, donde aparte del paisaje y sus alados habitantes, destacaba el silencio, un silencio limpio, curativo. Notaba cómo mis amigos, después de unos días de viajes y ajetreos, disfrutaban de la paz del lugar, y yo, que ya me veía asaltado por hordas de furibundos flamencos y encrespados cisnes, caminaba a su lado recelando de todas aquellas fieras horripilantes. No obstante, no había pasado un minuto cuando el contento candoroso de mis amigos y el espectáculo me habían hecho olvidar el peligro de los monstruos alados, y entonces empecé a gozar de aquellas criaturas pacíficas y sorprendentemente hermosas.

Cañada 2

Una charca salvaje con cisnes negros, cercetas, fochas cornudas, flamencos, cigüeñas, gaviotas, espátulas, cormoranes, garzas bueyeras y reales, ánsares, barnaclas, grullas, patos de varias Mynah_Birdespecies… Peces enormes saltaban sobre la superficie del agua y rompían una quietud tejida con las voces multicolores de los pájaros. Carlos y Valeria disfrutaban como niños, recalando en los divertidos nombres científicos de las especies, descubriendo inocentemente los regalos de la Cañada. Ahí apareció ese pajarillo exótico vestido de taxi, los cuervos tenebrosos y los ibis sagrados, y escondido en un rincón invisible, el jodido Maina del Himalaya, que hablaba mejor que mucha gente que conozco… Y contábamos historias, y nos reíamos de la vida conjurando sus laberintos con la lentitud de aquel paseo…

Sí, la risa, la risa es el secreto. La risa instalada en el rostro hermoso y despierto de Valeria, la risa alumbrando la pasmosa inquietud vital de Carlos, y todo aliñado con la serenidad del mundo, con esa ausencia de ruidos y prisas que no es más que el rumor de nuestra oportunidad de vivir, de nuestra capacidad para detenernos en los detalles verdaderamente importantes de nuestra vida, que rara vez tienen que ver con nuestra agenda…

Hoy me fijé en un pájaro solitario que cruzaba piando el cielo nublado de Sevilla. Lo miré con cariño, con mucho cariño. Lástima que fuera una de esas cotorras criollas que andan colonizando el cielo europeo con sus estridencias y su agresividad; quién sabe si fue la misma cotorra que desplumó al pobre mirlo del otro día…

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