viernes, 5 de octubre de 2012

El hechizo de la sencillez

A gato y ratón

En el autobús, delante de mí, ocupaban dos asientos preferentes un hombre mayor y una niña de unos seis o siete años, delgada, con largos rizos en su cabello brillante y oscuro, y el flequillo recogido con una hermosa flor de tela. Su cara delicada y sus gestos, bajando la mirada con frecuencia, denotaban timidez. Vestida con su uniforme de colegio, mantenía su mochila de ruedas al lado del asiento. El hombre, enfrente de ella, leía uno de esos periódicos gratuitos.

Repentinamente el hombre bajó el periódico, se inclinó sobre la niña y le dijo con voz poderosa:

― Nena, ya me has dado dos pataditas, y quiero cumplir otros ochenta años.

Y volvió a su periódico. La niña bajó una vez más la mirada, mientras la alegría que bañaba su semblante se diluía con rapidez, como se apaga una última luz. Los dedos de sus manos se removían sin saber dónde descansar, porque se sabía observada por los muchos pasajeros que llenábamos el autobús. Sonreí y crucé mi sonrisa con la de una mujer que también observaba la escena. Entonces miré desde arriba al anciano y pensé en el contraste entre la inocencia de la chiquilla y la oxidada irritación del hombre. Justo cuando empezaba a sentir antipatía por él, el viejo apartó otra vez el periódico y se dirigió a la niña con un tono algo más suave:

― Pero no te enfades, ¿vale? ―los ojos de la niña ocultos tras los párpados, fijos en el suelo―. ¿Te has enfadado? No, ¿verdad que no te has enfadado?

La chiquilla alzó la mirada un instante, en una muestra sutil de educación, y movió la cabeza para negar que se hubiera enfadado. Apenas los párpados volvieron a cubrir sus ojos, la niña se levantó, tomó su mochila y tiró de ella hacia el fondo del autobús. Allí su madre, de pie, cuidaba de dos pequeños que se removían sentados uno al lado del otro. La madre le dijo algo mientras ella se inclinaba sobre uno de los niños y le daba un leve beso en el pelo, un beso que la ayudara tal vez a disolver aquel sinsabor y regresar al hechizo de la sencillez…

2 comentarios:

Inma González dijo...

Pobre niña! Los "mayores" o los que así se sienten pueden, aún sin querer, herir a un ser sensible, creo que deberían saberlo.

Sir John More dijo...

Bueno, mujer, el hombre se dio cuenta de que había resultado un poco bruto y trató de enmendarse. Lo que pasa es que la niña ya se había llevado el susto. Algo así es inevitable, hay todo un universo entre el mundo de la niña y el del anciano... Besos y québienqueestuvisteporaquí...