En otro sitio discurrí sobre el odio y el desprecio. Entre ellos, como un dolor difuso de huesos, se acomoda este asco profundo, fruto sentimental y amargo de los tiempos de mierda que corren. Abrumado e indispuesto, trato de descubrir su origen para acabar concluyendo que lo suyo es vaciar urgentemente mi estómago mental (¿acaso nuestra condición de omnívoros no incluye el arriesgado alimento de las ideas?), y vomitar y vomitar hasta quedarme limpio y dormido. Porque mire donde mire, este absurdo que estúpidamente llamamos realidad social acaba estimulándome la jodida glandulita del asco.
Y créanme que comprendo las cosas, que incluso he estado años tan convencido de que ocurrirían que ya me extrañaba que tardasen tanto. Hace lustros, con el protagonismo de uno de los más grandes e inteligentes embusteros de la historia, Felipe González, ya intuía yo que toda esta basura no iba a ser más que un experimento de ingeniería social para conseguir lo que casi siempre ha buscado el ser humano: poder y privilegios. Yo miraba a los esclavos asiáticos y africanos, a los maquinales japoneses, al hormiguero Chino, y me preguntaba asombrado cómo era que estos cabrones con traje no caían en la cuenta de que sus beneficios podían ser aún mayores. Miraba las películas americanas, las que auguraban catástrofes y un mundo de tiranos comerciando con hombres, y consideraba hasta idiota que los poderosos de este país no comenzaran a poner las cosas en su sitio. Europa, a pesar de su larga e incesante historia de crímenes contra el tercer mundo, parecía un lugar civilizado que, al menos de ombligo para adentro, cuidaba las formas y preservaba unas mínimas condiciones públicas de dignidad. Pero con esto de tener hijos, de tener que educarlos y por tanto preocuparse por la vida, uno debía ser muy ciego para no advertir que, al menos en España, las cosas estaban poniéndose en su sitio…
Lo cierto es que miro a mi alrededor y siento asco, mucho asco. El asco no tiene la furia incontrolada del odio ni el control orgulloso del desprecio: es puro mareo desamparado, puro desequilibrio y pura náusea. Con el asco uno quiere cerrar los ojos y descansar, y soñar que, al reabrirlos, todo habrá pasado.
Este asco, sin embargo, es de los que no se disuelven con el descanso y el sueño. Cualquier bípedo con una pizquita de corazón puede encontrar cientos de motivos para el asco, y no hace falta sumergirse en los periódicos ni en los boletines oficiales, porque como ocurre en todos los momentos tétricos de la humanidad, todos acabamos retratados sobre el fondo de miseria. De hecho, contra la creencia común, la miseria no es un monstruo de cabeza única, enorme y depravada, sino una hidra multicéfala sostenida por una miríada de pequeñas ignominias, de particulares indecencias, de cínicas indiferencias de andar por casa. Éstas son las cabezas del bicho que más asco me producen, porque la crueldad nos indigna, pero la decepcionante y altanera ruindad de los muchos nos provoca eso, mucho asco…
Y es que los héroes son al fin y al cabo héroes. Incluso los grandes personajes malvados demuestran un valor personal que ni siquiera sus atrocidades ocultan. Pero el piojo orgulloso, la vecina sabionda, el arrogante cobarde, el funcionario respetable y otras muchas categorías de egoístas descienden a las más profundas simas de la miseria cuando, engañados y desvalidos, van por el mundo proclamando su íntima compostura y su imperturbable fe en el futuro, como cucarachas en una guerra mundial.
He de reconocer que no todo el asco me lo producen estas ubicuas y grotescas víctimas. La orfandad general, los jóvenes hundidos en el entretenimiento más superficial, masacrados por años de frivolidad escolar; la cultura, ese alimento del alma, banal hasta el llanto; la gente con corazón, extraviada, acorralada por el paro, las porras y el código penal; el porvenir y su olor a servidumbre; la impunidad de los criminales ajustados a ley, que consideraron por fin que las masas estaban maduras para el saqueo… Pero en el asco, en la náusea paralizante, la vida queda prendida de nosotros por un hilo fuerte y necesario: la dignidad, un bien que las cucarachas perdieron hace mucho. Y más allá de la dignidad somos pura derrota, más allá no hay más vida que una muerte vergonzante y prematura.
6 comentarios:
Me traes a la memoria auquella vaticinadora poesía de León Felipe "Sé todos los cuentos". Vaticinadora conclusión a la que llegó aquel "poeta pobre, viejo y feo" como él mismo se definía. Ya llegó la hora de que esos cuentos nos estallen entre las manos (y lo están haciendo) para que, con éstas quemadas, tomemos las riendas de nustro propio destino.
Es cuestión de tiempo: Tiempo para tomar conciencia, tiempo para posicionarse, tiempo para rendirse a la evidencia y despertar de estos cuentos "que el miedo del hombre ha inventado".
Está caro el optimismo, cuñao...
Ya sabes, amigo Sir John, que estoy apuntado en la lista de los hombres más pesimistas del mundo, y coincido con lo que dices y te acompaño en el asco. Asco por la mala calidad de la politica, por la mentira planificada, por la basura cultural, por la anulación de la estética, por la frivolidad de la enseñanza a todos los niveles, por la crueldad del sistema, por el egoismo ilustrado, por la impunidad de los ladrones y corruptos, por la derrota programada de la inteligencia...
Sentado al pie de un boabab a la sombra del sentido común (es decir del escepticismo y del pesimismo) esto, amigo John, es una auténtica desgracia que se veía venir.
Salud
Yo voy pasando del asco al miedo.
La mecha va a prender sin tardar mucho.
Tenemos la memoria de mosquito...
Besitos
Yo voy pasando del asco al miedo.
La mecha va a prender sin tardar mucho.
Tenemos la memoria de mosquito...
Besitos
Pues sí, Luna, yo hay momentos en que no las tengo todas conmigo. Esta gentuza está trufando la democracia de fascismo, y a veces parece no haber otra solución que la de enfrentarse con ellos, pero habrá que gastar hasta el último cartucho de inteligencia y de ciudadanía... Ánimo.
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