La luna, esbozando las torres oscuras, trazando el borde remoto de las nubes, alumbra el paso de los solitarios. Ellos caminan entre risas insuficientes, con atronadores silencios, y como los náufragos, para no perecer, se aferran al azar, a restos gastados de esperanza. Esta noche el mundo está lleno de solitarios, y la luna se apiada de ellos con su luz desmayada, que al fin sólo ilumina con timidez las torres calladas y las lejanas nubes pasajeras. Esta noche no hay amor, sólo hambre…
Los solitarios se preguntan por la felicidad, acarician su sombra y fantasean con el tacto inmortal de ese cuerpo que revelará el eterno secreto. La vida es un río donde los solitarios quisieran flotar, dejarse llevar por la corriente imperceptible y por el rumor de las tardes doradas, con otros dedos enredados en sus cabellos. Pero esta noche, observados por una luna constante y estéril, forcejean con la vida como ahogados, vagabundean por un indescifrable revoltijo de anhelos, se hunden en el melancólico deseo del delirio.
Dime, luna, dime dónde se esconde la suerte, dónde vive ese amor que los solitarios presienten. Dime, dime tú de dónde mana la luz dorada del atardecer…
5 comentarios:
¡Precioso!
Gracias, Angelines. Un beso.
Me ha emocionado el texto, amigo mío.
Me llevo "robado" el último cachito y te contesto...
Un beso para trimbolrea y otro para tí
Has hecho bien en poner el control.
Tuyo es el texto entero, Lunita. Y sí, sí, el Anónimo Napoleón no dejaba de decir tonterías y no me quedó otra. Si le contestas te dice más tonterías, y si no, parece como si le dieras la razón. Anda y que se vaya a dar la lata a otro sitio. Besos.
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