De pronto, uno es capaz de mirar más allá. Caminas por la calle, es cierto que con la dosis necesaria de alcohol en las venas, y lo observas todo con ese deseo inocente y primordial de comprender, de descubrir los detalles que conducen a la verdad. El problema radica en los peligros lógicos de mirar más allá, porque igual tu vida ha estado todo este tiempo avanzando con el piloto automático encendido, y porque igual estás dejándote llevar por el presente casual, por esta inercia que nunca se sabe bien de dónde viene, mientras malgastas tu atención en inconsistentes paraísos artificiales que no tienen nada de alucinógenos, y sí mucho de realistas. Y claro, cuando caminas mirando el mundo, quiero decir mirándolo en el sentido físico de mirarlo, mirándolo a conciencia, sin requisitos ni prejuicios, examinándolo con apego y sincera curiosidad, corres el riesgo de recalar en ti mismo, de ser consciente de tu existencia y desconectar sin querer el piloto automático, experimentando en tus carnes esa maldita tristeza que destilan las historias malogradas, las ilusiones diluidas, las esperanzas convertidas en ridículas ingenuidades del animal extraviado que a veces sientes ser.
Al considerar la vida, al tantearla con atención, al mirarla cara a cara podemos estar concediéndole permiso para llenar nuestro estómago de preguntas. Regresar a esa indolencia afanosa que nos salva del espejo cruel, tornar a esa rutina de los sentimientos que nos salva tanto de la desesperación como de la felicidad, es decir, volver a conectar el piloto automático se puede convertir en una tarea imposible para la que ni toda nuestra capacidad de engañarnos pueda ser suficiente. Y es entonces cuando uno navega a la deriva por las calles precisas, con los ojos mendigando escenas desconocidas y lances de amor privado, deteniéndose en el gesto aturdido de aquel joven oriental y en sus zapatillas gastadas, calibrando la dulzura de esta pequeña brisa que adorna la tarde, escuchando la reservada canción de los árboles, tapando las heridas de la melancolía con el arte taciturno de la vida más sincera.
5 comentarios:
Que me ha llegado al alma.
Si desconecto el piloto automático demasiado tiempo, Si abandono la inercia, si miro a conciencia y veo. Si soy capaz de navegar a la deriva ¿no me trastornaré? ¿No me abrazará lo real tan fuerte que ya no puede desengancharme? Quizá con la dosis necesaria de alcohol en las venas pueda soportarlo.
Me ha gustado mucho, Sir.
Bonito resultado, Angelines, tocar un alma como la tuya... Besos.
Ese es el problema, Carmen, ése precisamente, que una vez que apagamos el piloto automático, luego ya no nos lo creemos más, y conectarlo es como andar todo el tiempo llamándonos mentirosos, y cobardes, y sabiendo que la vida está en otros sitios. El alcohol, a veces, nos enseña al emperador desnudo, y a ver luego cómo hacerle una reverencia a un tío en pelotas... :-). Besos y me alegro de que te haya gustado.
Volver a conectar el piloto automático tal vez sea posible para quien lo hizo alguna vez, pero ¿será acaso posible, hacerlo para "tapar las heridas de la melancolía" y descansar en paz como lo hacen quienes viven en la indolencia?
Interesante Sir, como siempre.
Yo creo que no, Idea, yo creo que hay un punto sin retorno en esto de la lucidez, o si quieres, para no parecer ególatras, en esto de mirar activamente. Encantado por la visita.
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