La tarde del veintitrés de febrero de mil novecientos ochenta y uno guardaba yo cola ante la única cabina de aquel sector. Recostado sobre la pared junto a la cabina, sentado en un poyete, un veterano con uniforme de faena y respetable bigote liaba un cigarro con parsimonia. Para entonces la noticia ya recorría incierta la larga cola, y para ilustrarla el veterano gritó, con una chulesca sonrisa:
— ¡Esto es la guerra!
Hay que reconocer que mis dieciocho años eran algo engañosos. Cuando decidí hacerle caso a JA y pedir mi ingreso voluntario, yo intuía un ejército impreciso, esa imagen pulcra de los soldados que desfilan con elegancia, pero nada más. Permanecería en mi ciudad, y la misma recomendación que me daba acceso a aquel cuartel elitista, me procuraría la tranquilidad suficiente para cursar el primer año de Medicina. El mundo de los adultos todavía no era mi mundo, y sin descubrir sus rincones más agradables me introduje directamente en uno de sus infiernos.
Aún me pregunto por qué no usé aquella llamada para hablar con mi madre. Sólo ahora, casi treinta años después, he pensado en su más que probable preocupación, y en la de mi padre. Sin embargo, hice la llamada que tenía prevista: quería hablar con una compañera de facultad, por unos apuntes. Contestó su madre: Marisa no estaba. Acaso la mujer podía decirme si había pasado algo en el Congreso…
El término correcto es acuartelamiento. Todos los reclutas que habían salido de paseo fueron localizados por la Policía Militar. Entre nosotros, que solíamos quedarnos para estudiar aquellas dos o tres horas libres, la preocupación comenzó a fluir dibujando miedos en nuestras miradas. La información era precaria, insegura, escasa, pero los amantes de la aventura, entre los que se contaban muchos hijos del cuerpo, apuntaron con alegría la posibilidad de que esa misma noche jurásemos bandera, requisito inexcusable para salir a la ciudad a dar tiros.
Sólo recuerdo con claridad el toque de retreta, el momento de ocupar nuestras literas y la visita de un teniente coronel, también vestido de faena, tratando de tranquilizarnos con aquellos groseros modos de los mandos militares, despachando el asunto con la obviedad de siempre, que se nos darían las órdenes precisas, y que por el momento no debíamos saber nada más. Que las radios estaban prohibidas, y que aquel al que se sorprendiera con una de ellas sería arrestado. Sé que, en cuanto se apagaron las luces de la escuadrilla, uno de los reclutas encendió una radio y algunas noticias corrieron en susurros entre las literas. Y así me dormí, pensando como cada noche en MC, con esa confianza infantil en la capacidad del amor para arreglarlo todo.
A la mañana siguiente nos despertaron, como siempre, muy temprano. Como cada día, en un cuarto de hora nos habíamos aseado y vestido, habíamos hecho la cama con una corrección obsesiva y formábamos en el patio bajo el frío penetrante de febrero, sin el más mínimo indicio del amanecer. El sargento de semana, un tarugo amargado y ruin, aullaba bajo aquella luna que menguaba, una luna que era para mí como un faro en la tempestad, la única prueba disponible del futuro…
9 comentarios:
A mí me llamó mi madre, que tenía la tele encendida y vio el golpe en directo. Yo ere por entonces una joven PNN en la facultad de Historia. Progre y tal. Tras pensarlo un buen rato, decidí quedarme en mi casa, en lugar de esconderme com hicieron muchos compañeros. Me pasé la noche pegada a la radio y al televisor. A la mañana siguiente tenía un examen y mis alumnos quisieron hacerlo de todas formas, pese a mi ofrecimiento de aplazarlo. Seguí durante el examen igualmente pegada a un transistor. Antes de que acabara, desalojaron el Congreso. Todavía recuerdo el inmenso, inmenso alivio.
Quise esconderme debajo de la cama o detras de un muro altísimo, pero al día siguiente tuve que ir a trabajar, en la obra se me helaron las manos y los pies, todos temblábamos.
Salud
Francesc Cornadó
Yo, amigos míos, pasé muchísimo miedo... Abrazos.
Desde mi punto de vista, hay hechos que no hay que olvidar.
Es bueno recordarlos.
La noche era muy negra en ciertas zonas de Madrid.
Vivía en la Avenidad de Portugal y por allí pasaba, el material pesado que venía de Campamento.
Las luces estaban apagadas por toda esa zona.
Siempre se ha dicho que nada de ese material había salido de los cuarteles.Ja.
Nosotros nos miramos y nos decimos
¿Qué fue entonces lo que vimos?
También sentimos miedo durante toda la noche, hasta que vimos volver hacia Campamento lo que vimos entrar hacia Madrid.
* La Avenida de Portugal, desemboca directamente en la plaza de España, Palacio Real y en la parte de atrás del Senado.
Amiga mía, la de cosas que nunca sabremos sobre ese día... y sobre el resto de la transición y de esta democracia...
Sir, viviste el acontecimiento en el cogollito. Si todos pasamos miedo, supongo que tú mucho más. Qué jugadas nos presenta el destino. Menos mal que se resolvió, pero ¿y si no hubiera sido así? ¿Qué hubieras resultado ser tú? ¿Un desertor, quizá? ¿Un agresor? ¿Un puto militar al que escupirían? ¿Quién hubiera juzgado tus actos? Me has hecho pensar en nuestra manida guerra civil. Te toca en un lado o en otro y te has jugado tu vida, tu prestigio, tu credibilidad. ¿Quien moverá esos hilos?
Uy, que filosófica me has dejado
Besos por ello.
Siempre, querida Carmen, he creído que, de continuar el golpe, y de haber jurado bandera esa noche, al día siguiente yo me hubiese convertido en un desertor y hubiese sido fusilado. Muerto de miedo, por supuesto, pero en esos momentos me pensaba empuñando el CETME por las calles de Sevilla, y encontrarme con los amigos gamberros que tenía, con mi hermano, con mi padre, y me decía: jamás, que se metan el CETME en donde les quepa, que yo no salgo así a mi ciudad. Aunque, cualquiera sabe. Como dices, en la guerra civil serían tantos los miedos, y no sólo por uno mismo, sino por los que querías... La guerra es una putada se mire como se mire... Un beso desde el paraíso.
En esa época tenía yo 11 años, casi 12. No fui consciente en aquel momento de la gravedad del suceso que estaba aconteciendo, mi padre si. Su cara de angustia, pegado al televisor y a la radio y con unas maletas preparadas para salir pitando. Mi padre tiene un primo, que en aquel entonces era ministro, y estaba en primera fila de la bancada centrista. Afortunadamente todo se resolvió de una manera pacífica y no tuvimos que salir por "patas" a Portugal, que era el destino que nos aguardaba si la cosa se ponía realmente fea.
Hace bien poco si que he vivido un suceso parecido. Estaba leyendo en la cama de un hotel en Guayaquil, con la tele encendida, cuando por un canal nacional ecuatoriano empiezan a conectar con un acuartelamiento policial y veo con los ojos como platos al presidente de la república liado a tortazos en medio de un tumulto... Las horas posteriores, encerrados en el hotel, ya que había saqueos por toda la ciudad, fueron tensas. A las dos horas entró el vicepresidente con su esposa llorando y con una escolta de la policía militar acordonando todo el hotel...
Afortunadamente, conseguimos salir de allí, pero en algún momento de aquellas larguísimas horas, me vi cruzando el río guayas en dirección a Perú.
No es el primer incidente político o policial que he sufrido por los países que solía frecuentar; harto de estas movidas, y otras muchas, ahora estoy trabajando por Europa, espero que más tranquilo.
Saludos
David
Bueno, David, los golpes en Europa son de guante blanco, y aparentemente incruentos, por supuesto a corto plazo... Menudo mundo éste... Un abrazo.
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