domingo, 1 de julio de 2007

Comentando a Jorgewic

Buenos consejos en El "cutter" editorial, y un montón de ganas de comentar Hay una diferencia, y es inmensa. Rita the singer, ¡qué bueno el amigo Jorgewic! ¿Sois capaces de imaginarla? No es mal personaje para una epopeya de la tonadilla, ¿eh? Los Rolling me gustan mucho menos, me parecen una gran mentira, y si esa santidad de la música clásica (en la que no creo tanto) me lo permite, propondría una larga lista de grupos que sí hicieron (e incluso hacen) rock inteligente, ocurrente, sentimental, con más música y muchas menos alharacas (Van der Graaf Generator, Genesis, Pink Floyd, King Crimson, Jethro Tull, Yes…) Sea como fuere, no sé si habrán ascendido de Sirs a majestades, pero satánicos nunca fueron estos fulanos. Son blanditos, blanditos como un saco de billetes (veáse si no la patética aparición del papá de Jack Sparrow en la patética tercera parte de Piratas del Caribe; después de caerse de un cocotero, en la película apenas se mantiene en pie). Por su parte, Tom Cruise se acabó con Legend, que salió bien a pesar de él. Cierto que a Serrat le debo algunos momentos emocionantes, y su música rasca a veces en la originalidad, pero Sabina jamás salió de los acordes Boy Scouts, eso sí, para endulzar unos artificios lingüísticos que mi falible intuición (junto con otros datos) me inclina a desoír. Como buen sevillano ando tan, tan cansado del renacimiento comercial del flamenco… Miles de imitadores fallidos del gran Camarón de la Isla se obstinan en sepultar el flamenco jondo en un jaleo de gritos, y tenemos niñas pastoris, y nietos de los Amaya (estopas, manilis, melendis y mindunguis) hasta en la sopa. Bueno, y en la sopa tenemos fútbol, fútbol en cantidades industriales, y si no vénganse todos a mi ciudad, aunque lo peor es cuando llega Ferrán Adriá y nos deconstruye la tortilla, que digo yo que qué jodida falta nos hace que venga este señor a deconstruirnos algo tan delicioso. Y bueno, lo de Manolita Chen ya no sé qué decir, porque creo que nunca estuve en su circo, pero siempre la recuerdo sonando a días de feria de abril, y contra los recuerdos uno ya no puede argumentar ni con arte ni con ciencia, que nada, que un recuerdo entrañable es un recuerdo entrañable.

Tengo costumbre de mantener a cierta distancia estos recuerdos ineludibles de mi aplicada glandulita de las emociones culturales. Un poner (que decimos por estos pagos): soy un fan impenitente de Paul McCartney, pero nunca mantendré ante nadie la extraordinaria valía cultural de este individuo. Muchos recuerdos, casi todos generados en mi más tierna adolescencia, se aliaron para convertirme en un seguidor fiel de su obra. Por supuesto, este señor ha realizado ingentes esfuerzos por que yo abandonara mi fe mccartniana, perpetrando discos de una insulsez difícil de imaginar, e incluso agrediendo a la inteligencia de los cáctus con varias obras clásicas. Pero no lo puedo evitar, por mucho que lea y que me cultive, es oír el London Town o el Band On The Run, y caérseme inmediatamente los palos del sombrajo. Hasta el punto de que, ¡ay!, alguna de sus canciones las considero obras de arte; escúchese, sin ir más lejos, ese Dear Boy en su álbum Ram.


De todos modos, me da miedo la santidad. Coincido con mi amigo Jorgewic en lo más profundo de su argumento, y también en su indignación. Basta encender el televisor un rato para comprobar que lo que consume el grueso de nuestros congéneres puede calificarse, sin mucho miedo al error, como basura enlatada. Esta civilización se ha especializado en ello, y hay ingentes ejércitos de técnicos diversos sumidos en la ardua labor de hacernos creer que el humor de Cruz y Raya es divertido, y que la Misa en si menor de Bach es un gran coñazo; o que cualquier serie de éxito, llena de gente guapa y ocurrente, merece mucho más nuestras emociones que, por ejemplo, el diálogo entre Violeta Valèry y el padre de Alfredo Germont, pasando por encima de dos cuestiones que hoy día no merecen mucha atención: la estética y la sensibilidad. De los tres o cuatro ratos que he visto la serie House no saqué un solo instante de emoción natural, de esa emoción que puede uno sentir en el mundo donde uno vive, con la gente con la que uno vive. Los momentos cumbre de la serie son artificios técnicos, holografías preciosas y vacías. No pretendo que las historias que la cultura genera deban todas coincidir con mi pequeño mundo, porque de esa forma anularía toda la grandeza que adorna a la cultura, esa facultad de crear mundos nuevos y aventuras distintas. Pero en esos mundos nuevos y en esas aventuras nunca vistas, si están bien construidos, podemos insertarnos nosotros sin dificultad, y la verdad, no me veo yo entre ese grupo de médicos presumidos y sobreactuados, luchando contra extraños virus de patas peludas y bacterias con cara de Mick Jagger.

Pero yo decía que me da miedo la santidad. Casi prefiero el caos, ese lugar donde cualquiera puede largarte (a mí me lo han largado) que Julio Iglesias y Beethoven han compuesto una música parecida, aunque obviamente el mérito del alemán es mucho mayor al haber escrito su música dos siglos antes que el fallido portero del Real Madrid. O que te digan que Joyce es un petardo, y a continuación que Don Quijote de la Mancha es un libro ridículo. No quiero que Joyce sea santo, ni el Quijote tampoco. No quiero convencer a nadie sobre esa banda sonora de la melancolía que es el tercer movimiento de la novena. Prefiero disfrutar de estas cosas como si fueran lo que son, accidentes de la naturaleza, pequeños nudos gordianos donde hallar soluciones sugestivas a mis contradicciones más irresolubles. Creo que no mezclaría con estas delicias la línea económico-editorial de los grandes periódicos de este país, y mucho menos a las instituciones educativas, desde casi siempre verdaderos obstáculos para la educación científica, cultural, social y sentimental de nuestras niñas y niños.

Todo lo dicho no quita, por supuesto, que comparta toda la indignación de Jorgewic, y que, aún más allá, a veces envidie a Nerón…

3 comentarios:

leo dijo...

Me ha encantado la entrada. Aparte de que estoy de acuerdo con casi todo, valoraciones sobre Paul Mc Cartney y Mick Jagger incluidas.
He pasado un buen rato leyendo, sí señor. Ahora voy a por Jorgewic.
Un saludín

Jorgewic dijo...

Querido Sir John, amigo y paisano

Como siempre, me has dejado pensando, como el otro de Verdi (Falstaff) cuando, empapado y triste, buscaba refugio en una jarra de vino caliente (qué asco, ¿no?, estos ingleses, tch, tch, tch...).

Vas a tener razón en que los accidentes de la naturaleza son como los del espíritu, dos líneas que se pierden en el infinito de la mirada de cada cual : tan lejos llegas, tanto te gusta una cosa, y así hasta el aburrimiento. Y mientras el de al lado prefiere no mirar, tú te compras unos prismáticos para ver aún más, pero ambos tenéis razón.

Pero mira, hijo, me revienta la tontería ajena, no lo puedo evitar, como la roña, pienso que es contagiosa a la larga (debe ser cosa de la glándula ésa de la que hablas). Y con lo estrechitos que andamos últimamente en este mundo, a ver quién se pone ahora a decirles a los demás que se echen un poco "pallá", que no corre el aire. Yo muchas veces, créeme, tengo la sensación de que me ahogo.

En lo que sí que no me bajo de la burra es en lo de santificar las fiestas culturales. No me importa cambiar de dioses, mientras me demuestren que son mejores que los que adoro ahora. Como todavía no ha venido el santo de palo que me convenza de que lo de hoy es mejor que lo de antes, pues me quedo con lo de antes : la pátina del tiempo no sólo brilla, sino que ennoblece. Ventajas haber leído, que puedes comparar : justo, justo, justo lo que no hacen aquellos a quienes escupo con mi dicterio, que van por la vida como si el libro quemara.

Sé que me entiendes. Un abrazo.

Sir John More dijo...

Claro que te entiendo. Mira los arrebatos de desprecio que me dan de vez en cuando, y me callo otros que son de puro asco y odio, porque soy partidario de no darles a los demás la alegría de verme perder la serenidad, aunque la pierdo, vaya si la pierdo. Ese contagio que dices es más que una realidad, y por luchar con él llego a extremos de ermitaño. Por ejemplo, no soporto la música ligera, pero es que no la soporto nunca, soy incapaz de oír más de medio minuto sin comenzar a llenárseme la boca de culebras. Mira si te comprendo, pero cuando se hacen tan caros los grandes espacios libres, tal vez deba uno buscar los pequeños e infinitos espacios libres del detalle... No sé, no me siento con fuerzas para luchar contra el mundo. Con procurarles a mis hijos y a los que quiero un ambiente cuanto más sano mejor me conformo. En fin, es complejo, pero ojalá disfrutemos mucho tiempo de tus fértiles cabreos...

Un abrazo.