Sólo tenía veintiocho años cuando tuvo que abandonar el arco, pero dos años antes la enfermedad se fue adueñando de sus dedos. El cello fue su pasión desde muy pequeña, y en esos escasos veinticuatro años sacó de él sonidos que en sí mismo justificaban una vida. La vida… ¿Se la puede defender cuando permite que unas manos como ésas se retuerzan de dolor, hasta romper el corazón que las guía? Porque su corazón se rompió, y su cabeza se perdió en el laberinto de la desesperación. Comprobó que la vida desgrana sus días sin promesas ni condiciones, que decide sus derroteros en el capricho del azar, que el futuro es materia impredecible, vaporosa y movediza. Por eso, nada como mirar al presente a los ojos, ningún acto como el de sumergirse en este abrazo silencioso, nada como besar la realidad que surge a borbotones bajo el pelo, entre los labios, en el vientre y en los pies; y en las manos que modelan el milagro y la verdad. Y luego ya puede venir la vida con sus enigmas y sus agravios…
3 comentarios:
Compañero del alma, compañero...
Emocionante desde tu primera letra hasta la última nota musical. Gracias.
Vivir, amigos...
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