No soporto leer a Borges. Es empezar uno de sus textos y al instante me pregunto por qué razón, para el caso, no me zambullo mejor en cualquiera de los tomos de la Britannica. Durante mucho tiempo me he considerado incapaz de leer sus obras, aguardando ese sabio y feliz día en que me las bebería todas, asombrado de no haberlas ingerido antes de un solo y apasionado sorbo. Pero iba pasando el tiempo y todos los intentos que hacía por acercarme a Don Jorge Luis acababan en una nueva postergación de mi conversión borgiana.
Hace muchos años leí sus Ficciones, de las que lo mejor que puedo decir es que no recuerdo nada. También anda por mi casa un antiguo librito de poemas, piecitas presuntamente reposadas que, sobre mi aparente incapacidad esencial para la poesía, siempre me parecieron artificiales, envaradas, intragables. Durante años he oído a muchos hablar con ardor sobre el argentino, considerándolo mucho más que un buen escritor, aupándolo a la categoría de dios literario, creador de un universo particular que, como todo buen universo, y por mucho que se profundice en él, escamotea sus confines a la vista de los miopes mortales.
Hará un par de años aproveché una oferta de quiosco y me hice con sus supuestas obras completas, pero durante todo este tiempo han sido vanos mis intentos de hincarles el diente. El otro día, sin embargo, cierta personita me animó a que leyera Historia universal de la infamia, y de pronto quise creer que esta obrita de título excesivo iba a ser el principio de mi anhelado encuentro con Borges. Y juro que mi actitud lectora fue no sólo pacífica, sino propensa al entusiasmo. Pero no, lástima, porque la universal historia del amigo ha sido, en el camino de ese deseado encuentro, un motivo casi definitivo para el desencuentro.
Me he dejado llevar por sus primeras historias, y al acabar la cuarta o la quinta no he podido evitar preguntarme: ¿pero qué coño está contándome este buen hombre? Y juro que me respondí de un modo tremendamente ingenuo: esto es una broma. Su pose de hombre culto y críptico, de escritor espinoso, de sabio que sugiere muchísimo más de lo que dice ha terminado por crisparme. Sus cuentos son ampulosos y por momentos insostenibles, eso sí, salpicados aquí y allí de esos cabos sueltos tan suyos, cuya responsabilidad —¿cómo podría ser de otro modo?— recae únicamente en la ignorancia del lector. Referencias ostentosamente eruditas, pormenores irritantemente detallados cuya única función, en gran parte de los casos, es dar fe de la verosimilitud del cuento a través del prestigio del cuentista. Y por debajo de todo ello, historias en general sosas, tan poco atractivas, tan dignas de olvido... Y asombra pensar que los personajes de este libro son piratas, forajidos, rufianes, figuras habitualmente fascinantes… Pero sus vicisitudes me han aburrido hasta el punto de acabar indagando en el propio lenguaje de Borges, en sus trucos enciclopédicos, en sus místicos vacíos .
Cioran, en sus Ejercicios de admiración, responde una carta de Savater con otra en la que opina sobre Borges, al que llama el último delicado. En esta carta Cioran lo alaba, es cierto que sin mucha efusión, señalando no obstante que su popularidad lo ha alejado por desgracia de unas sombras de las que nunca debió salir. Por otro lado, Julio Ramón Ribeyro, en La tentación del fracaso, aun reconociendo su debilidad literaria por el escritor argentino, rechaza en 1977 acudir a un homenaje parisino a Borges por el feísimo conservadurismo que éste mantuvo en muchos momentos de su vida, llegando a apoyar a personajes tan creativos y soberbios como Franco, Videla o Pinochet. En la España del primer tercio del siglo XX Borges flirteó seriamente con el ultraísmo, e incluso se declaró admirador del mismísimo Cansino Assens, para luego renegar del asunto argumentando la ridícula y pomposa ignorancia de los ultraístas. Me da ahora por unir todos estos elementos, al aroma de esa impresión que obtuve de textos que leí o intenté leer, y juraría que Borges nunca estuvo en las sombras, sino que fue una mente privilegiada, un asombroso genio sin límites, una enciclopedia ambulante que no pudo evitar ser popular porque bajo su aparente exquisitez se moría por gustar. Y como aquellos que no se creen demasiado lo que escriben, como aquellos que usan, sin la emoción y la conmoción suficientes, los hechos humanos, manejándolos como el material frío necesario para sus ficciones, viviendo sobre todo de esas ficciones, tal vez muertos de miedo ante el hecho tremendo de vivir fuera de ellas, Borges acabó apoyando a individuos que sabían poner a la chusma a buen recaudo, y que con sangre ajena conservaban lo previsible, mientras él, en su torre de marfil abarrotada de información, en su pequeña anarquía de salón, seguía barajando la sabiduría y pasmando a los pobres mortales, lectores ávidos de misterios. Borges pintó un universo plano, con tanta maestría que muchos creyeron, hasta el fin de los tiempos, en su infinitud, en una tercera dimensión que yo no consigo ver de ninguna de las maneras. Aunque será culpa mía, no lo dudo…
5 comentarios:
Bravo.
Hay que ser muy valiente para criticar a un supuesto grande. Todos tenemos derecho a que no nos gusten, por muy endiosados que estén.
Reconozco que nunca he leído a Borges, aunque no sé por qué. Quizás ahora me anime, para ver si coincido contigo.
"Yo no le daría el premio [Nobel] a Borges. Y no por razones políticas, que no son pocas, incluso la medalla que recibió de manos de ese tal Pinochet. No se lo concedería porque su literatura es trivial, bien escrita, pero superficial como el ajedrez".
ELÍAS CANETTI
Somos unos cuantos los que no veneramos al cieguito facha. En mi caso reconozco que nunca he sido amante de lo ilegible por muy ricos y deslumbrantes que sean sus eruditos ropajes.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa.
Un saludo
Reconozco, amigos, que he comenzado a leeros pensando: aquí vienen las dos primeras collejas por mi insolencia, pero mira, no he salido demasiado mal parado en los dos primeros rounds. Me alegra escuchar eso de Canetti, porque aunque constitucionalmente siempre me ha parecido algo blandito, igual que el argentino, sus obras están llenas de sensibilidad, y con una técnica impecable. Me encanta su trilogía biográfica y estoy loco por atacar con éxito su Masa y poder, aunque sus aforismos me aburren un poco. En fin, abrazos emocionados (y de alivio) a los dos.
He estado de vacaciones, también de internet, y no te he leído hasta hoy. Las fotos de Asturias son preciosas pero que sepas que estoy en completo desacuerdo con lo que has escrito sobre Borges, uno de mis 'santones'.
En dos frases de Borges hay más literatura que en las obras completas de otros muchos. Y baste un ejemplo:
'Sólo una cosa no hay. Es el olvido.' (Everness)
Gracias, T, por lo de las fotos. En cuanto a Borges, me parece genial que te guste y que consigas sacar todo eso que yo no veo. De hecho, esa frase que pones como ejemplo no sólo me parece literariamente bastante falta de ritmo (como aforismo no sería de mis preferidos, la verdad), sino que no estoy de acuerdo con ella, y digo esto contando con que los aforismos, con que las sentencias de este tipo suelen jugar con la contradicción y con absolutismos que siempre se encuentran a un milímetro de caer en lo pomposo y lo vano. En este caso, creo que Borges vuelve a jugar con el lenguaje (algo que técnicamente -que no estéticamente- dominaba como nadie) para no decir gran cosa. Aun así, repito, cabe la posibilidad, y no es remota, de que sea pura insuficiencia mía esta percepción que tengo del caballero. Un beso.
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