viernes, 26 de febrero de 2010

El ser más feliz de la tierra

El parto había sido difícil, instrumental, y el médico tuvo que sudar para sacarlo de allí. La madre se comportó con mucho valor, siguiendo al pie de la letra todo lo que había aprendido en las curiosas clases de preparación al parto; y por mi parte me limité a estar allí, a su lado, tomándola de la mano y acariciándole la frente. No se esperaba de mí otra cosa...

Quiero recordar que cuando vimos a Adrián salir de su vientre, ni ella ni yo nos emocionamos demasiado. María había hecho un esfuerzo tremendo, y al salir el niño seguro que sintió alivio, mucho alivio; en cuanto a mí, acabé preocupándome por ella, por que viera al niño, por los meneos que las enfermeras le dieron al pobre cachito de carne, limpiándolo de sangre y de una caquita negra que el muchacho había hecho antes de salir al mundo. Cuando por fin el niño descansó sobre el cuerpo de su madre todos sonreímos y nos emocionamos, pero pronto el protocolo médico nos arrebató a Adrián de los brazos, y a la madre se la llevaron a la sala de despertar. Yo salí a dar la noticia, exultante por los abuelos y por todos. Y muy pronto los abuelos pudieron arremolinarse alrededor de su primer nieto. Jamás podré olvidar las miradas de mi madre y de mi padre sobre Adrián. Tíos, primos, algunos amigos, mucha gente fue llegando a ver a un niño que a mí me pareció el más hermoso del mundo. Opinión que, por cierto, matizaba al cabo de los meses cuando volvía a contemplar las primeras fotos del recién nacido, lleno de arrugas, amoratado, con Adrián bebé dormido la cabeza deformada por el parto… Un mes después Adrián sí podría haber pasado por uno de los niños más bonitos que nunca nacieron.

Pero luego de tanto trajín, de tantos abrazos y tantas enhorabuenas, de vivir la tarde con esa sensación extraña que es el nacimiento de alguien que marcará para siempre tu vida; después de mirar y remirar a Adrián sin acabar nunca de creerme el prodigio, se me dio la ocasión de descansar un poco, de quedarme solo. Llevaba horas de anfitrión de las visitas, y pendiente de las más mínimas necesidades de los protagonistas. Pero la madre necesitaba algo de ropa y habíamos olvidado algún artilugio para el niño, así que, dejándolos rodeados de familiares, bajé a la calle y me metí en el coche.

Aunque la música comenzó a sonar, dentro del coche se hizo un gran silencio, porque me había quedado solo, solo con esa sensación extraña, con la imagen de mi niño grabada en el cristal de mis ojos. El ritmo acelerado de mi corazón se apaciguó lentamente, acompasándose sin problemas al Madrigal de Rush, y en ese descanso que fue ganándome mansamente, mientras conducía hacia casa, supe con verdadera certeza que Adrián ya estaba en el mundo. Sólo entonces fui realmente consciente de ello, y de todo lo que significaría esa existencia. Y fue entonces cuando pude llorar unas sencillas lágrimas de alegría, sintiéndome por un instante, y por tan poca cosa, el ser más feliz de la tierra.

10 comentarios:

una salvaje dijo...

¡¡¡¡¡¡Joder!!!!! qué maravilla...

Ruth dijo...

Por tan poca cosa, dice...

Sir John More dijo...

Pues tendríais que verlo ahora mismo enfrente de mí, sentado y echando un partidito en la X-box, grandote y sordo como corresponde a sus dieciseis años... Pero sigue siendo emocionante mirarlo...

Dos besos.

Sandro dijo...

Pues si que esta hecho un brazo de mar. Todavia recuerdo su carilla en aquellas fotos en blanco y negro que revelaba yo mismo. Esas que me recuerdan a los que ya no podran ver lo grandes que se ponen nuestros niños.
Este trago va por ellos.

http://www.youtube.com/watch?v=AjI6D6g4bNI

leo dijo...

No me hago una idea de lo que debe de suponer tener un hijo, Sir. Tu entrada ha sido emocionante.
Un beso.

Sean dijo...

Me haces revivir la emoción inmensa de esos tres momentos estelares que he tenido, gracias.

Elvira dijo...

Me has emocionado. Un beso

Sir John More dijo...

Sí, Sandro, verlos crecer es exactamente lo mismo que recordar a aquellos que los miraron con tanto amor, y que luego, al irse, dejaron todo ese amor incrustado en sus caritas y en sus manos... Brindo por ellos.

Gracias, Leo, emocionarte es una magnífica recompensa para tan poco esfuerzo como es contar estos momentos maravillosos para que nunca se me olviden. Un beso desde el otro lado del espejo.

¿Verdad, Sean, que esos momentos son como poltergueists? :-) Un abrazo.

Un beso, Elvira, también me alegro mucho por tu emoción. Es lo que mejor que tiene esto, te lo aseguro...

JJesus o Juanje dijo...

Me alegra un montón tu recuerdo, me ha hecho recordar mi única e igualmente feliz experiencia al respecto. Y me alegra porque veo lo disfrutates con intensidad, intensidad que a mi me falto porque a mi me nublaba un poco el miedo, ese miedo que tantas veces no me ha hecho ver con intensidad ....
Saludos

Sir John More dijo...

Querido Juanje, imagino que el miedo con estos enanos es inevitable, porque no se puede querer algo tan instintivamente, y el miedo se mueve a sus anchas en los instintos. Pero tenemos que superarlo por ellos, y por nosotros... Un abrazo.