Debió ser eso, pero a ver cómo indagar en el pasado, cómo seguir el hilo de esas sensaciones antiguas que de pronto encuentran la grieta por donde brotar a la superficie, como un magma delicioso de amor. Recuerdo perfectamente que la escena de los polvos efervescentes me cautivó, que gestó sueños en aquella mente juvenil que leía libros como quien busca tesoros. El niño del tambor de hojalata, Óscar Matzerath, aquel Peter Pan terrenal que se negó a crecer a sus correspondientes tres años en la ciudad libre de Danzig, luego denominada Gdansk, aun siendo ya un joven por edad e inteligencia mantenía el cuerpecito delicado de un chiquillo de tres años. Fue tal vez por eso que su María Truczinski, luego Matzerath al casarse con el supuesto padre de Óscar, sintió unos deseos incomprensibles pero inevitables de jugar con el niño una y otra vez. El diablillo dejaba caer los polvos efervescentes en el hueco que la muchacha formaba con la palma de su mano, y luego, para que funcionaran, dejaba caer su saliva inocente, lamiendo seguidamente el chisporroteante mejunje hasta despertar en María humedades luminosas. De este juego, que prodigaron en casa, en las casetas junto al mar, donde María se desnudaba ante él, e incluso en la misma playa, acabó gestándose en María el hijo de Óscar, Kurt, que rezó luego como hijo de su abuelo, el falso padre de Óscar.
Pero los parentescos son lo de menos. Ese polvo efervescente chisporroteó en mi interior hace muchos años, y engendró deseos que vinieron tal vez a materializarse en parte con los gusanitos. Sí, una simple bolsa de gusanitos, en un mirador donde el viento marino subía muchos metros para helarnos los huesos, y quizá por eso nos resguardamos del frío en el coche, sin quitar ojo de aquella franja prodigiosa de agua y viento. Reíamos, reíamos constantemente. Teníamos hambre, pero comeríamos luego, más tarde; ahora engañaríamos al hambre con esta bolsa de gusanitos. Y entonces fue cuando los gusanitos comenzaron a ir y venir de su boca a la mía, y empezaron a empujarnos, a tirar de nosotros para que inventásemos besos adecuados a sus deseos de ir y venir. Algunos obstinadamente secos, otros mojados por la risa, aquel que iba y venía sin acabar nunca de ir y venir, hasta el punto de que su risa y la mía parecían querer fundirse en un beso definitivo. Aquella bolsa de chucherías encendió unas luces pequeñitas multicolores por todo su cuerpo, e impartió un curso acelerado de ternura a mis manos que, a la luz del día, habían permanecido quietas, remisas… Sólo con el último gusanito conseguimos cerrar los ojos mientras éste se deshacía aquí y allí en un beso tenaz, perseverante, aunque también visionario, incluso podríamos decir que agorero, porque en el mundo que se abría ante ambos cuando los dos cerramos los ojos se aparecía el futuro, ese enemigo mortal de cualquier presente. Por suerte, al abrir los ojos, su sonrisa obstinada de ángel y el sabor que dejaron aquellos gusanitos me trajeron de nuevo al presente, del que ya nunca querré partir.
6 comentarios:
Permíteme, Sir, ponerle banda sonora a estas delicuescencias y efervescencias...
http://open.spotify.com/track/3iNgZhaLGtmaegpYf4PvuR
Que sigas disfrutando de los gusanitos, cuidate de los gusanos.
Le has dado vuelta al refrán. Ahora quedaría más o menos así:
Cómo disfrutan los cristianos
comiéndose los gusanos.
Veganza lúbrica
del dicho lóbrego.
Un abrazo.
Curiosos mecanismos los de la memoria. Su gusanito de usted, lo transporta al presente y mi magdalena gozosa me deposita en el pasado.
Un saludo atentísimo desde Combray.
Me temo que esos gusanitos, querido Sean, no se aparecen todos los días... El tema de Ruibal, no sabes cuán adecuado. Se agradecen los minutos musicales. Un abrazo.
Amigo José Carlos, espero que los que nos coman disfruten tanto como el protagonista de la historia... Abrazo que atraviesa la península.
Bienvenido, Señor Proust. Casi vendría yo a rehacer ese final con otro algo más prosaico y hedonista: pasado, presente, futuro... con tal de que los usemos y no nos usen... Un abrazo.
Te ha quedado rebonito
el ultimo gusanito.
Como un verso de Ruibal,
tendria que estar muy mal
para no escuchar tu grito
de apasionado animal.
(y mandarte este bestito...)
Pero cuánto gusto
que me da leerte,
Sandro Augusto,
y todavía más
por ser en verso,
con tu verbo terso,
con tu dicho justo.
Dios bendiga
tu soberbio... estooo... busto...
robusto.
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