Me permitirá mi amiga T que le conteste en un nuevo artículo a su comentario en Salvemos a los que no quieren creer, que convendría leer completo. En este artículo citado yo intentaba abjurar de estos teólogos y miembros de la Iglesia que, algo díscolos con la jerarquía oficial, ocultaban, en esa crítica aparentemente revolucionaria y progresista en la que andan embarcados, su verdadero afán proselitista y su deseo de salvar a todas las pobres almas que no creemos en el Señor. En el artículo salió el Papa a escena, y la opinión del embajador español en la Santa Sede, Francisco Vázquez, socialista de pro, que hablaba de Ratzinger como uno de los grandes intelectuales europeos de estos tiempos. Entonces T me hizo una serie de puntualizaciones sobre Ratzinger y su intelectualidad, sobre la teología y la importancia de la fe.
Y bueno, tengo que decir que leí a algunos teólogos en mi juventud, pero no me convencieron demasiado. De entre ellos reconozco que sólo recuerdo a Hans Küng, y más por su fama de alborotador y por el grosor de sus libros, que por sus ideas. Aunque no soy, por supuesto, un experto, considero la teología una disciplina bastante artificial y tan prescindible como la astrología, puesto que en ella lógica y razonamiento se topan precisamente con el problema de la fe. No hay que confundir el hecho de profesar una fe, derecho innegable, con la intervención de la fe en la formación del pensamiento. La fe siempre ha sido una tabla voluntaria de salvación para cuando el entendimiento humano no llega hasta la orilla de un conocimiento, y por tanto cada uno eligió su fe como quiso. En cambio, todas las ciencias versan sobre cuestiones estrictamente humanas, y todas sin excepción buscan explicar la realidad, o al menos preguntarse por ella jugando con argumentos que se relacionan lógicamente y que tienen que ver con nuestros conocimientos sensibles. La teología estudia al ser divino y sus obras, pero siempre en función de este ser divino, es decir, se basa fundamentalmente en la fe inquebrantable en dicho ser, y sin esa fe todo el edificio se derrumba. Puesto que no tengo fe en la existencia de Dios, no me interesa demasiado la teología. Aunque sí me interesa el hecho religioso, por supuesto, pero a éste como tal lo trata la antropología de la religión, que debe intentar siempre basar sus conclusiones en hechos y no en creencias. Y esto no es un repudio generalizado de la creencia a favor del hecho demostrable, sólo que, como ya he explicado varias veces en este blog, puestos a creer, prefiero creer en cuestiones más interesantes que Dios y sus historias.
Si llamamos intelectual a aquella persona que aplica la inteligencia a alguna disciplina concreta, tal vez el señor Ratzinger pueda ser considerado un intelectual e incluso de los mejores. No dudo que debe ser muy, muy listo para haber llegado donde ha llegado. En este sentido, Jack el Destripador fue también un gran intelectual, e incluso José María Aznar. Yo, sin embargo, prefiero llamar intelectual a aquella persona que trabaja las ideas con una mente abierta, con la que (dicho sea con toda la humildad del mundo) no tengo por qué estar de acuerdo, por supuesto, pero que conoce y considera (respeta) las ideas de los demás, y permite que este conocimiento y el diálogo limpio, libre de ideas intocables (artículos de fe), pueda modificar, enriquecer y hacer avanzar su discurso. Por supuesto, no es el caso de este señor y de muchos otros dirigentes de la Iglesia, que demuestran esa característica artificial de la teología elaborando escritos que, más que aportes al acervo cultural de la humanidad, acaban siendo homilías que sin la fe no conservan ninguna consistencia. Muy, muy distinto, es el hecho de que intelectuales y científicos que han realizado grandes aportaciones a ese acervo sean creyentes; claro, no hay ningún problema. Imagina que soy médico y creo en los duendes del bosque. Puedo ser un magnífico médico mientras aplique mis conocimientos médicos, y sólo dejaré de serlo en el momento en que trate de curar a alguien convocando a los duendes. La creencia en los duendes no impide que sea un buen médico. Esta creencia es bastante más antigua que la creencia en Dios, en el Dios cristiano, me refiero, pero hay que reconocer que el éxito de la segunda es bastante mayor que el de la primera. Aun así, en mi opinión, eso no demuestra más que los encargados de propagar la creencia en Dios fueron bastante eficaces en términos comerciales, mientras que los creyentes en los duendes raramente nos preocupamos de hacer proselitismo, y no precisamente por falta de ideas…
Pero aparte de no considerarlo un intelectual por esta razón, creo que este señor Ratzinger se dedica a propagar por el mundo ideas reaccionarias y muy, muy peligrosas; dirige una institución con una historia oscura y sangrienta que da muchas muestras de andar deseando volver a los años en los que la ley coincidía con su moral interesada; una institución dirigida por señores cuyas vidas son ejemplo de hipocresía, predicando algo que no se aplican a sí mismos, y no pocos de ellos cometiendo delitos (impunes las más de las veces) contra niños y personas indefensas; una institución machista y retrógrada que, por cierto, yo debo sostener con el sudor de mi frente, me guste o no… En fin, podría seguir, pero haría una entrada (aún más) insoportablemente larga.
Sólo queda comentar que me parece lógico que lo que diga este señor sea importante para todos los católicos que admiten que este tinglado proviene sin desvíos de la palabra de Jesucristo, pero ello no evita que siga pensando que las decisiones papales (sean divinas o humanas) y esa potestad de hablar, ahora ex catedra, y ahora como un mortal más, están absolutamente bajo el capricho de este Señor y de todos sus predecesores, salvo del pobre Juan Pablo I, que parece que subió a los cielos antes de que naturalmente le llegase su hora. Creo que entre los creyentes hay tantas personas inteligentes y valiosas como entre los no creyentes (las leyes de Cipolla son aplicables en cualquier situación), pero sigo sin entender por qué se puede creer en una ilusión tan enrevesada y artificial como es la de la Iglesia Católica, y hasta ahora nadie, ninguno de mis amigos cristianos ha sabido darme más explicación que una que sólo puedo comprender tratando de no comprender, cerrando los ojos: la fe. Y no me sirve, lo siento, mi vista no sólo es corta en el terreno físico, sino parece que también en el espiritual…
Con todo mi respeto…
3 comentarios:
He escuchado y leído a menudo que Ratzinger es un gran intelectual. No he leído ninguno de sus libros; sólo puedo juzgarlo por sus declaraciones a los medios, que no me han parecido especialmente atinadas ni esclarecedoras.
Siento curiosidad por conocer cuáles son sus aportaciones más valiosas en el ámbito del pensamiento no teológico.
El razonamiento es claro e impecable; gracias. Lo cité en una discusión en Facebook:
http://www.facebook.com/profile.php?v=feed&story_fbid=271622801789&id=538233111
Gracias, Pedro Miguel, lo cierto es que estos temas, a pesar de todo el enredo y la confusión que sus propios propagadores esparcen para protegerlos de la razón, son tan obvios y simples que al hablar de ellos es difícil no ser claro e impecable. No he podido ver el diálogo de Facebook, porque tendría que pedirle amistad a Carlos Castro, y no me atreví. Si crees que puedo acceder de otro modo, te agradecería que me lo dijeras, y si crees que puedo pedirle amistad a este hombre sin problemas, pues lo haré. Enhorabuena por tu blog. He leído alguna entrada, tal vez de un modo apresurado, pero tu análisis sobre la propiedad privada posee una fina ironía y un interés indudable. Gracias de nuevo por la visita.
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