Echo un vistazo a El País de hoy y dos detalles me llaman la atención: uno que ya me la ha estado llamando todos estos días de pasión que hemos pasado en Sevilla, un tema que, para pasmo de cualquier sevillano de bien, no se ha visto reflejado aún en ninguno de los blogs que suelo leer. La muerte de Antonio Puerta se ha convertido, como casi todo en esta ciudad, en tema de Pasión. Hasta ahí todo bien, la verdad, porque como dice un buen amigo, si tuviéramos a toda esta gente sin saber en qué gastar su adrenalina, lo mismo teníamos que añorar al bendito fútbol. Todos podemos reconocer sin esfuerzo las trazas de la omnipotente masa en nuestros propios sentimientos, y así he de reconocer que todo eso de la unión de las aficiones para despedir a este pobre chaval me ha emocionado por momentos. Yo estaba viendo el partido cuando Puerta se desplomó en el suelo, y la cara con la que se levantó de su primer desmayo me hizo presagiar lo peor. A partir de ahí, el hecho de que este hombre fuera futbolista o fontanero creí que era lo de menos. Eso es lo que repetían todos los medios, y lo que decía la gente en el trabajo, en el autobús, en los bares... Cuando una persona, además tan joven y tan dinámica, se hunde en una de estas situaciones, todo los detalles se deberían difuminar a su alrededor, y deberían quedar desnudas la vida y la muerte, y claro, el dolor, la incomprensión esencial, la impotencia ineludible, y la compasión. Pero compasión con esos padres que deben estar sumidos en un dolor nada fácil de soportar, y con la mujer que lleva en su vientre un enternecedor resto de la ilusión de este hombre, con su familia, con sus amigos e incluso con sus compañeros de trabajo. Muy lejos de esto, la despedida del pueblo sevillano a Antonio Puerta ha sido, sobre todo, una reivindicación del fútbol como hecho religioso, con capillas ardientes construidas con trofeos y banderas, con gritos de despedidas que eran himnos al fútbol, recuerdos de goles, ríos de lágrimas de pasión pero muy pocas de verdadero y desnudo dolor. Antonio Puerta y su muerte se han diluido completamente en todo este guirigay, que, no me cabe la menor duda, será muy, muy rentable para los dos equipos de la ciudad. Y pienso, leyendo hoy el periódico (¿quién me manda a mí...?), que si yo hubiese sido el padre de este chaval, de algún modo habría enviado a las masas fervorosas de vuelta a sus casas, y que allí, si quisieran, y sin pasiones prefabricadas, lloraran en silencio a mi hijo...
El otro tema resulta más baladí, pero en su corolario igual de enojoso: leo en el mismo periódico la sección veraniega de Millás, una sección titulada La Cerbatana, en la que nos cuenta, muy en su papel veraniego, sobre unos improbables Impostores aristotélicos. El artículo tiene toda la pinta de estar escrito desde alguna playa concurrida, y con ese mismo dejo de cansancio con el que yo cumplo mis obligaciones más administrativas en pleno agosto. Al acabar, me pregunto por qué en vez de su firma, o la de la asombrosa Elvira Lindo, por poner sólo dos ejemplos, no veo ahí la de muchos de vosotros; o por qué en vez de las penosas viñetas de Máximo, las obvias de Peridis o las inexplicables de Erlich, no aparecen las de nuestro amigo Alberto Montt. Tanta civilización para esto...
El otro tema resulta más baladí, pero en su corolario igual de enojoso: leo en el mismo periódico la sección veraniega de Millás, una sección titulada La Cerbatana, en la que nos cuenta, muy en su papel veraniego, sobre unos improbables Impostores aristotélicos. El artículo tiene toda la pinta de estar escrito desde alguna playa concurrida, y con ese mismo dejo de cansancio con el que yo cumplo mis obligaciones más administrativas en pleno agosto. Al acabar, me pregunto por qué en vez de su firma, o la de la asombrosa Elvira Lindo, por poner sólo dos ejemplos, no veo ahí la de muchos de vosotros; o por qué en vez de las penosas viñetas de Máximo, las obvias de Peridis o las inexplicables de Erlich, no aparecen las de nuestro amigo Alberto Montt. Tanta civilización para esto...