miércoles, 22 de febrero de 2012

Las flores y el desastre

Me encanta el latido natural y sereno de muchos blogs. Cuando comencé a escribir en el mío, allá por enero de 2007, acababa de morir mi madre, un hecho que había sacudido mi mundo sin romper nada, un aldabonazo imprescindible y brutal del que extraje algunos regalos íntimos y esenciales. Y el blog me ayudó a mirar mis sentimientos, a respetar mi individualidad.

Siempre he creído que la sociedad se construye con individuos, con seres únicos, porque las reuniones de acólitos, partidarios, feligreses, admiradores, prosélitos o incondicionales sólo pueden formar masas irreflexivas y manipulables. Por eso, la reflexión privada, el pensamiento propio me ha parecido siempre condición imprescindible para relacionarnos de un modo sano con los demás. En todas las Valencia1libroépocas se han producido intentos de sustraer al ser humano de su individualidad para que piense al ritmo de la masa, para que se aglomere en multitudes ciegas, porque una oveja solitaria es mucho más difícil de pastorear que un rebaño entero.

Pero hoy, leyendo algunos blogs amigos, la desazón se producía justo por lo contrario. De entre todos los blogs que leo, sólo uno contenía una cierta referencia a la situación actual de nuestra sociedad. A mí mismo me está costando la misma vida sentarme a comentar esta abstrusa realidad que nos rodea, tal vez por eso mismo, porque no sólo nos hemos acostumbrado a las mentiras sociales, y no sólo nos sentimos profundamente cansados de esas mentiras, abstrayéndonos de ellas en la calidez de nuestros rincones particulares, sino que la realidad se muestra tan compleja e inabarcable que sólo encontramos la falsa salida de la resignación.

Guerra en el Congo El mundo lleva mucho tiempo, quizá lo que ha durado la historia del ser humano pretendidamente inteligente, tomando derroteros terribles: hambre, guerra, injusticia, tortura, infelicidad... Y entretanto muchos tenemos la suerte de disfrutar de instantes felices, incluso de vidas razonablemente cómodas. Imagino que es así, que sólo cuando la ignominia comienza a acercarse a nosotros somos capaces de preocuparnos por ella, aunque hayamos podido convivir toda nuestra vida con el dolor de tantos semejantes, y en la certeza punzante de que todos contribuimos a ese dolor con una especie de avaricia social, de avidez inocente y compartida cuya responsabilidad se diluye nuevamente en la masa. Todos hemos aceptado la creciente organización del mal...

Los que nos miramos por dentro, los que nos emocionamos con esta sonata o aquel cuadro, los que suspiramos enamorados y, mal que bien, trenzamos con esos suspiros canciones y cuentos, corremos el riesgo, cierto y frecuente, de olvidarnos de nuestra responsabilidad individual. Todos, por muy melancólicos y desesperados que nos sintamos, nos servimos de la colectividad, de los demás. Valorar cuándo esa colectividad deja de ser un ente imperfecto pero habitable, y empieza a convertirse en un escenario perverso, donde los principios básicos de convivencia y esa mínima justicia social imprescindible comienzan a pudrirse, es también (y sobre todo) tarea del individuo consciente. Porque el desastre podría sorprendernos recogiendo flores en un prado, soñando con nuestro amor, en el éxtasis irresponsable ante un hermoso crepúsculo sangriento...

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lunes, 20 de febrero de 2012

Wenn dein Mütterlein

De los Kindertotenlieder, música de Gustav Mahler (1860 - 1911) y poema de Friedrich Rückert (1788 - 1866)
Thomas Hampson, barítono, Wiener Philharmoniker dirigida por Leonard Bernstein, 1988.
Pinturas de Vilhelm Hammershøi (1864-1916) y Van Gogh

Wenn dein Mütterlein

Wenn dein Mütterlein
Tritt zu Tür herein
Und den Kopf ich drehe,
Ihr entgegensehe,
Fällt auf ihr Gesicht
Erst der Blick mir nicht,
Sondern auf die Stelle
Näher nach der Schwelle,
Dort wo würde dein
Lieb Gesichten sein,
Wenn du freudenhelle
Trätest mit herein
Wie sonst, mein Töchterlein.
 
Wenn dein Mütterlein
Tritt zu Tür herein
Mit der Kerze Schimmer,
Ist es mir, als immer
Kämst du mit herein,
Huschtest hinterdrein
Als wie sonst ins Zimmer.
 
O du, des Vaters Zelle
Ach zu schnelle
Erloschner Freudenschein!
Cuando tu madre

Cuando tu madre
viene hacia la puerta,
y giro la cabeza,
para observarla,
mi mirada no cae
primero hacia su rostro,
sino sobre el lugar,
cerca del umbral,
donde tu pequeña carita
solía estar,
cuando tú, radiante de alegría,
entrabas, también,
tan normal, mi hijita.

Cuando tu madre
viene hacia la puerta
a la luz de la vela,
me parece como si
estuvieras entrando,
fugazmente tras ella,
como solías hacer, a la habitación.

Oh tú, trocito de tu padre,
¡ay, tan pronto,
mi alegría, tan pronto extinguida!

viernes, 17 de febrero de 2012

Viaje a uno mismo

José Antonio Coderch En el acogedor blog de Andrés Martínez encuentro una foto realmente sugerente. Al pronto la foto no parece nada especial, e incluso leyendo el texto que Andrés incluye en los comentarios, percibo que la cosa no va sobre lo que pienso, sino sobre José Antonio Coderch, un arquitecto catalán, y sobre Espolla, el pueblito gerundense de sus padres y en cuyo cementerio hoy descansan sus propios restos. El pueblo, más que verse, se adivina en el fondo de la imagen...

La foto me resulta curiosa por un doble motivo: primero, porque aunque a primera vista parece una foto de lo más normal, basta mirarla con un poco de atención para descubrir en ella un equilibrio encantador, el mismo que muestran esos paisajes naturalistas que uno podría estar admirando durante horas... Pienso ahora en aquella sala de la National Gallery, en octubre de 1990, cuando la gente se arremolinaba frente a La venus del espejo de Velázquez, y a su izquierda quedaba inadvertido un cuadro impresionante, La cacería Real del Jabalí, ante el que me quedé completamente mudo. En la foto de Andrés son elementos simples los que se trenzan para componer un paisaje promisorio, vital y a la vez templado.

Philip IV hunting Wild Boar (La Tela Real)

La segunda curiosidad fue precisamente ésa, que lo primero que pensé al ver la foto parecía no guardar ninguna relación con la intención de su autor. Y es cierto que las fotos de carreteras que se pierden en el fondo poseen para mí un toque de predestinación y de atavismo a la vez. Representan el viaje y a la vez el regreso, quizá el regreso a mí mismo, a ese lugar del horizonte donde vuelvo a estar dentro de mí, mirando el mundo sin necesidad de analizarlo, tan sólo viviéndolo. Viajar, al fin y al cabo, es eso, suspender los sólitos afanes de la vida para sumergirnos desnudos y hambrientos en ella. No hay forma mejor que el viaje para sentirme más cerca de lo que creo ser, de lo que me constituye, de mis antepasados, de mi carne e incluso de mi futuro.

Y es entonces cuando reparo en que la foto no pretende mostrar ideas muy diferentes de las que me sugiere. Porque Coderch volvió a ese pueblo buscando sus raíces, viajando a un mundo nuevo que era el mundo pasado, embarcándose en una más de esas aventuras que nos dibujan sobre el papel intangible del tiempo.

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martes, 14 de febrero de 2012

El poder distante

No recuerdo en qué curso ocurrió. Asistíamos a una clase de ética social en la Escuela Universitaria de Trabajo Social de Sevilla. La clase la impartía un señor maduro, calvo, antiguo cura que, según rumores, dejó los hábitos por el matrimonio. Samuel, que así se llamaba este buen hombre, poseía maneras místicas, movimientos pausados y una dicción embelesada que, sin embargo, no parecía embelesar a ninguno de sus alumnos.

Fe Bahai Aquel día apareció en la estrecha aula acompañado de tres personas jóvenes, dos hombres y una mujer de tez oscura y provenientes de distintos países del lejano oriente. Samuel los presentó como miembros de la Fe Bahá’í, una organización religiosa que aún hoy pretende la instauración de un gobierno único mundial, basándose en la cuestionable certeza de que todos pertenecemos a una misma raza. En el aula, aquella visita despertó el mismo escaso interés de siempre, disminuido si cabe por el alivio que muchos sintieron al saber que no tenían que tomar apuntes.

Después que los tres, por riguroso y estudiado turno, expusieron sus teorías, sólo recuerdo dos intervenciones, la de José Miguel Manzano y la mía. Él era un hombre de izquierdas que lo miraba todo con el tamiz del marxismo. Con sus preguntas enfrentó a los tres jóvenes a las consecuencias mundanas de sus idealistas y bienhechoras propuestas. Luego yo, atiborrado de Nietzsche, del más anarquista Savater, de ese humor pesimista de Cervantes, y que a mediados de los ochenta andaba muy, muy enfadado con la forma en que Felipe González gobernaba este país, aduje que no sólo el gobierno de Madrid estaba empezando a estar demasiado lejos de nosotros, sino que ahí estaba el gobierno europeo, amenazando, entre promesas de bonanza, con hacer aún más inalcanzable los centros de poder. Y ahora llegaban estos pájaros a proponernos un gobierno mundial. No, no, para nada.

Los fieles Bahai respondieron a nuestras apreciaciones y preguntas con vaguedades titubeantes, y azorado Samuel salió entonces en su auxilio con otras vaguedades que invitaban a la concordia y al entendimiento, porque Samuel, en el fondo, seguía siendo un cura. Cuando los invitados se despidieron, gran parte de la clase seguía dormitando.

Y es que esta mañana, leyendo la noticia de la agencia Reuters sobre las medidas que la Unión Europea podría tomar con España por no darse prisa con las reformas, y por no cumplir con los requisitos económicos dispuestos por unos señores que se arrogan poderes que nadie les ha transferido, pensaba en qué lejos está ya el poder real de nosotros. Un ejemplo mucho más sangrante, o si quieren ustedes mucho más materializado, es el de Grecia: un país cuyo destino descansa en las manos de cuatro mangantes...

Argullol Hace un par de días, en El País, Rafael Argullol hablaba de las reuniones del Foro Económico Mundial en Davos, y en algún otro sitio de este rincón nombré con asco a ese exclusivísimo Club Bildelberg, en el que se reúnen nuestros representantes con la gente más poderosa del planeta, no se sabe muy bien para representar qué. Lo cierto es que la distancia es un dato relevante en la política, porque cuando nuestros representantes, los que tras la fiesta de las urnas deberían trabajar para cumplir sus promesas electorales, se encuentran demasiado lejos, esa lejanía nos hunde por reacción en el corral del ganado, nos Davosconvierte en colmena, y separa con éxito, física y cualitativamente, los centros de decisión de la masa entretenida.

En un pueblo pequeño, el alcalde o la alcaldesa se cuida mucho más de lo que hace, porque cada dos por tres se cruza con un conciudadano, porque el ayuntamiento está inserto en el núcleo urbano del municipio, porque se escuchan sus decisiones, y porque en última instancia el pueblo puede congregarse alrededor del ayuntamiento para exigir que se cumpla lo pactado. Pero cuando el gobierno está en Bruselas o en Washington, o incluso más allá, cuando su estructura es incomprensible, cuando en él se integran innumerables instancias técnicas en las que se mezclan los representantes del pueblo con los verdaderos poderosos, con esos señores que se consideran a sí mismos fuera de la dinámica democrática y cuyo poder proviene exclusivamente del dinero acumulado, entonces el ciudadano se convierte en eso, en una pobre hormiga con atolondradas ambiciones de cigarra. Entonces puede consentir que en el Tercer Mundo se aplasten criaturas de todo tipo, incluso puede consumir productos surgidos de una esclavitud que, sin la distancia, le haría vomitar; puede ceder en los repugnantes negocios que unos señores oscuros, con la ayuda administrativa de nuestros representantes, explotan con enormes beneficios, a condición de que en muchos puntos de este planeta salten diariamente por los aires cuerpos mutilados de mujeres, hombres, incluso niños… Pero además puede soportar que el sistema judicial sea injusto e incluso corrupto, o que las fuerzas de orden público actúen ilegalmente con suprema desfachatez; puede admitir como inevitables las diferencias indecentes entre pobres y ricos, y puede observar la debacle de la educación y de la cultura como observa los estragos del otoño sobre los árboles del parque. Y puede, por supuesto, refugiarse en el entretenimiento insubstancial para creer que todas esas bombas nunca caerán sobre su tejado, que todo eso nunca le pasará a él.

hannah-arendt Hannah Arendt, en su magnífico libro Los orígenes del totalitarismo, argumentó con inteligencia que en la historia sólo hubo dos totalitarismos: el comunismo de Stalin y el nazismo de Hitler. De todos los argumentos, destaca el que afirma que ambos fueron regímenes que calcularon con frialdad el daño, tratando de exterminar grupos humanos completos. Pero el totalitarismo no residía tanto en la muerte de las víctimas como en la creación de un poder omnímodo, en el que las víctimas no conservaban ningún poder de decisión personal. En el mundo actual, en estos regímenes modernos y democráticos, se está gestando un totalitarismo aún más calculado que aquél, porque carece incluso de los impulsos emotivos (enfermos, por supuesto) de aquellas bestias del nazismo o del estalinismo, impulsos que de alguna forma fueron su perdición. Lentamente se va sintiendo este progreso hacia el despojo absoluto del poder individual, y hacia el desprecio por las normas que no sean las que emanan de las camarillas de los más listos

San_Marino_1982_La_cigarra_y_la_hormiga La idea de Europa es hoy una idea sagrada sólo porque se gestó como reacción a aquella otra Europa en guerra, pero los avances sociales de Europa han sido sólo efecto de una serie de necesidades económicas. La Europa actual se constituyó, desde el primer minuto, como un negocio, un gran negocio que se ha aprovechado de los esclavos del Tercer Mundo y que hoy empieza a advertir que ni siquiera le resulta rentable el bienestar de sus propios ciudadanos, con todas esas molestas condiciones políticas que impiden la flexibilidad del mercado y el juego obsceno de las inversiones. Y todo esto nos pilla en la colmena ensimismados en el móvil, absortos en una pantalla, encantados con los pasatiempos en que nuestros cargos electos han ido convirtiendo durante años a la cultura, que antes era reflexión y poder, y ahora es superficialidad y adormecimiento. ¿Podrán aún las hormigas-cigarras decir alguna cosa que se escuche entre todo este ruido?