jueves, 31 de enero de 2008
Tuve que reírme
lunes, 28 de enero de 2008
Hijo del mundo...
domingo, 27 de enero de 2008
Disgusto poético
A continuación transcribo algunos de los poemas de este buen hombre, elegidos al azar entre los publicados en Babelia, y extraídos a su vez del próximo libro de Juan Gelman, Mundar. Si yo hubiera escrito esto… bueno, léanlos primero, y al final les digo lo que yo haría si hubiera escrito esto.
Accidentes
En las migas de tu esplendor,
mamá, recibí el recital
de pogroms y de sangre
que dio rostro a mi rostro.
El puente de esas vidas es
lo respirado a cuestas.
Desde tus hombros miro
las arrugas de las estrellas célebres.
A un dedo de lo que fui me soy
en lo que habré de ser. Tanto mundo,
tanta abierta confianza en su cambiar
el accidente,
desastres que
dicen al lado adiós.
El árbol detrás
de la ventana pasa, la tarde
se lleva al mundo y pasa, serpea
la vez que fui, corriente arriba
de un río ancho
que pasa. Voces que humedecieron
la sal del viento, ahora en esta
constelación que pasa.
El manto de los pájaros
y el tiempo con su canción muda.
Una ola de amor que
va de mi cuerpo al tuyo es
una humana canción.
No canta, vuela entre
tu boca y mi verano
bajo tu sol. El calendario no
tiene esta noche o fecha en su papel.
El manantial de vos
cae como vino en la copa
y el mundo calla sus desastres.
Gracias, mundo, por no ser más que mundo
y ninguna otra cosa.
Pues miren, sin dudar de que este hombre sea una bella persona, si yo, simple aficionado a esto de las palabras, fuera el autor de estos poemas haría una de dos: los guardaría en un cajón oscuro, eso sí, mostrando con ello un excesivo y tal vez vanidoso apego a lo propio; o (más bien) los borraría de mis archivos y probablemente decidiría hacer lo que hago, escribir poca poesía. Está visto que tampoco la literatura se salva de estos mitos incomprensibles que sorprenden en todas las artes.
Luz de pan
Cuando no se está seguro de nada, lo mejor es crearse deberes a manera de flotadores.
viernes, 25 de enero de 2008
lunes, 21 de enero de 2008
Por la ciudad
El albero encendido, los arcos oscuros, las naranjas que caen como horas, el áureo resplandor de la tarde y los jardines silenciosos donde jacarandas y ginkos entrelazan las manos, con el rumor de la ciudad que tropieza en las murallas y cae luego disuelto en la quietud de las fuentes. Las calles han embrujado al destino, y turistas discretos creen pasear por un presente que es puro pasado. Huele a tristeza mientras los pasos se deslizan sobre adoquines desiguales, sobre la desigual construcción de un sueño prácticamente olvidado. Rincones que ya estuvieron entonces, que se quedaron ahí para verme pasar, pasar casi sin hacer ruido...
sábado, 19 de enero de 2008
Secretos
LO QUE TE CHOCA: La maldad gratuita.
LO QUE TE ERIZA: Lejana, de Cortázar.
LO QUE TE EXCITA: Los juegos imprevistos.
LO QUE TE SUELTA: Un gesto de intimidad.
LO QUE TE HACE REIR: La mirada mofletuda de un churumbel.
LO QUE TE HACE LLORAR: Todo lo imposible.
LO QUE TE PROVOCA NAUSEAS: La eternidad.
LO QUE TE FALTA PARA SER FELIZ: Nada.
LO QUE TE TRAE INFELICIDAD: Casi todo.
LO QUE TE LASTIMA: La traición.
LO QUE DESEAS: Un viaje en alfombra mágica.
LO QUE TEMES: El orgullo ignorante.
LO QUE NO QUIERES PERDER: El sentido de la orientación para saber perderme.
LO QUE QUIERES ALCANZAR: Una paz interior hecha de tormentas.
LA FECHA QUE ODIAS: El 6 de diciembre.
UNA FESTIVIDAD QUE ADORAS: El solsticio vernal.
UNA MENTIRA QUE HAYAS DICHO: “Soy un hombre razonable”.
UNA NOSTALGIA: La nostalgia del futuro.
viernes, 18 de enero de 2008
Tiempo de rosas...
Martha - Tom Waits
Operator, number, please: it's been so many years.
Will she remember my old voice while I fight the tears?
Hello, hello there, is this Martha? This is old Tom Frost,
And I am calling long distance, don't worry 'bout the cost.
'Cause it's been forty years or more, now Martha please recall,
Meet me out for coffee, where we'll talk about it all.
And those were the days of roses, poetry and prose
And Martha all I had was you and all you had was me.
There was no tomorrows, we'd packed away our sorrows
And we saved them for a rainy day.
And I feel so much older now, and you're much older too,
How's your husband? And how's the kids? You know that I got married too?
Lucky that you found someone to make you feel secure,
'Cause we were all so young and foolish, now we are mature.
And those were the days of roses, poetry and prose
And Martha all I had was you and all you had was me.
There was no tomorrows, we'd packed away our sorrows
And we saved them for a rainy day.
And all that really mattered then was that I was a man.
I guess that our being together was never meant to be.
And Martha, Martha, I love you, can't you see?
And Martha all I had was you and all you had was me.
There was no tomorrows, we'd packed away our sorrows
And we saved them for a rainy day.
Operador, número, por favor: han pasado tantos años…
¿Recordará ella mi vieja voz mientras lucho con las lágrimas?
Hola, ¿hay alguien ahí? ¿Eres Martha? Soy el viejo Tom Frost,
y llamo a larga distancia, no te preocupes por el gasto.
Porque hace cuarenta años o más, Martha, recuerda, por favor,
sal a tomar café y hablaremos de todo.
Y aquellos fueron días de rosas, de poesía y prosa,
y Martha, todo lo que yo tenía eras tú, y todo lo que tenías era yo.
No existían los mañanas, guardábamos nuestras penas
y las reservábamos para un día de lluvia.
Y ahora me siento mucho más viejo, y tú eres también mucho mayor,
¿Cómo está tu marido? ¿Y los niños? ¿Sabes que también yo me casé?
Suerte que encontraste a alguien que te hiciera sentir segura,
Porque éramos tan jóvenes y tan locos; ahora somos maduros.
y Martha, todo lo que yo tenía eras tú, y todo lo que tenías era yo.
No existían los mañanas, guardábamos nuestras penas
y las reservábamos para un día de lluvia.
Entonces todo lo que importaba era que yo era un hombre.
Supongo que aquello de estar juntos nunca debió suceder.
Y Martha, Martha, te amo, ¿te das cuenta?
y Martha, todo lo que yo tenía eras tú, y todo lo que tenías era yo.
No existían los mañanas, guardábamos nuestras penas
y las reservábamos para un día de lluvia.
miércoles, 16 de enero de 2008
Suculentos artefactos y aficionados dementes
Por favor, que alguien me diga la verdad. A ver si hay alguna persona por ahí con la suficiente mala sangre como para soltarme, aunque sea con dos palmaditas en la espalda, lo que ya empiezo a sospechar: que me estoy convirtiendo en un dinosaurio, y que esa especie de demencia senil que es el conservadurismo me ha llegado antes de lo que esperaba. Verán, porque el otro día despotricaba contra los críticos musicales de El País, y juro que alguna duda me reconcomía por dentro, porque es cosa sabida que la estadística funciona regularmente, y que si de diez críticos encumbrados nueve me parecieron equivocados, lo más probable es que sea yo el que andaba alejado del acierto. Pues bien, hoy leo con algo de atraso el Babelia del sábado, y en su sección musical aparece un artículo firmado por Iker Seisdedos, uno de los críticos del otro día, titulado Los cofres del tesoro musical, y dedicado a la edición especial de discos en cajas de lujo y con materiales inéditos.
Digamos que su texto, así en general, me parece un verdadero despropósito, y no sólo en cuanto a los contenidos, sino también en lo referente a su lamentable uso del estilo y la gramática. Por ejemplo, en la introducción, plagada de ideas de una sosa obviedad, este buen hombre dice lo siguiente:
Una buena caja (las convenciones reservan la denominación a la agrupación en edición limitada, con intenciones estéticas y de exhaustividad de tres o más CD) es capaz de tentar desde el empedernido coleccionista de vinilo (al fin y al cabo, se cita también la erótica del objeto, aunque sea digital) hasta el aficionado que se tragó lo del disco compacto como formato definitivo y ahora contempla con melancolía las cajas de cristal de su colección.
No sé si ustedes se han enterado, porque lo que soy yo… Verán, entiendo perfectamente lo que quiere decir el crítico, pero también creo entender perfectamente que no sabe bien cómo decirlo, y que sólo la educación que me dieron mis padres permite que le entienda este párrafo atroz.
Por supuesto me he negado a investigar todas las propuestas musicales que este hombre incluye en su artículo, y menos con las secuelas del otro trabajito tan reciente, pero claro, miro los títulos y distingo a Miles Davis y John Coltrane, y bueno, las ya típicas apuestas sobre seguro. También veo a Nick Drake, con el que se demuestra que, aunque un buen músico debe tener personalidad, no basta la personalidad para ser buen músico. Pero yo iba al apartado que nuestro amigo les dedica a los U2, con su disco Joshua Tree. Para que ustedes no tengan que leer todo el artículo, les reproduzco el pasaje completo sobre los ínclitos U2, párrafo que, además de producirme gran asombro, me llevó a escribir este texto y pedirles que, por lo que más quieran, me saquen pronto de este seguro error mío. En dicho pasaje podrán comprobar nuevamente la expresión inteligente y elegante del crítico, además de cierta declaración que me permito subrayarles. Les pido, en todo caso, que tengan mucho cuidado con la respiración, porque no me hago responsable de ningún caso de asfixia lectora:
U2. Joshua Tree. Todo (el veinte aniversario de la publicación incluido) podría haber quedado en una de las habituales argucias para volver a vender lo que ya se había colocado antes. El cuidado en la edición, así como en la reproducción de los descartes de las sesiones fotográficas de Antón Corbijn para el disco que marcó los últimos años ochenta y la vida de la que se iba a convertir en la mayor banda de rock de su tiempo salva un empeño que podía haberse quedado en un irrelevante punto que tratar en una reunión de marketing de la compañía. Es, por el contrario, un suculento artefacto destinado más al común de los fans que al aficionado demente.
En fin, yo qué quieren que les diga… ¡La mayor banda de rock de su tiempo! Ahí es nada. Tantos y tantos fueron quemados en la hoguera por blasfemias mucho menores… Por supuesto, escribiendo todo esto me quedo más tranquilo, pero vuelvo a pedirles que me saquen de esta mezcla de prejuicios y de vanidad, de esta ofuscación que nubla mi mente y acogota mi razón. Porque o este mundo está organizado con salva sea la parte, o yo estoy realmente malito. Ustedes dirán.
Patinando
Los caminos del Señor son inescrutables, y deberíamos aceptar con alegría y resignación las pruebas que el Altísimo dispone a nuestro paso. Gran parte de las calles de Sevilla están pavimentadas para facilitar el patinaje, no el artístico, por supuesto. En estos días de lluvias ligeras los peatones no sólo debemos dedicarnos con flexibilidad a sortear a los ciclistas que, dentro o fuera del carril bici, circulan sin ninguna consideración a viejitos, niños o enfermos candidatos al Alzheimer como el que les escribe, sino que además tenemos que demostrar nuestras virtudes equilibristas para no patinar en dirección al suelo. Los mejores días para deslizarse son los primeros de lluvia, porque en esta ciudad sí que llueve, pero cuando comienza a llover lo mismo hace cuatro o cinco meses que no cae una gota, y el barrillo que se forma en el suelo acaba siendo de lo más divertido. Y los que caminamos con largas zancadas somos los que debemos hacer un esfuerzo mayor para mantener la aburrida verticalidad. Todo ello, claro está, facilitado por los cerebros municipales (éstos y los anteriores), que alfombraron nuestras calles con sedosas y pulidas baldosas, y que en cada obra que ejecutan (nunca mejor usado el verbo) tratan de superarse. La combinación de lluvia, pavimento lustroso y rampas continuas resulta un verdadero acierto en determinadas calles, con el aliciente añadido de la estrechez de las aceras y el paso veloz de automóviles que podrían rematar al patinador poco mañoso. Mis Chiruca, tan diestras en la montaña a la hora de agarrarse al suelo, se deslizan con extremada desenvoltura, tanta que ahora podría, sin esfuerzo ninguno, caminar por una pista de hielo como si del salón de mi casa se tratara. Nunca es tarde para aprender algo nuevo, nunca lo es para aprender a patinar.
martes, 15 de enero de 2008
Ella sin tren
Hemos de marchar sobre las vías, como trenes obedientes, y si a alguno se le ocurre salir de ellas descarrila de inmediato. En vez de ver mundo, debemos dejarnos guiar con suavidad sedante hasta chocar desmemoriados contra las toperas que nos detienen para siempre. Ella, sin embargo, había aprovechado un cambio de agujas para sacar, siquiera por unas horas, sus pasos de la tutela aburrida del raíl. Paladeó los sabores insólitos del extravío mientras se perdía con él en la noche, en un paraíso ocasional de casas vacías, invierno y soledad, una maraña de callejas mal iluminadas y desiertas que conducían inopinadamente hasta aquella habitación. Desde el balcón se podía observar majestuosa, con su chal azul y salado, la gran roca, y asombraba el suelo estrellado que la enmarcaba.
Ella, olvidada de contar las traviesas previstas, bailó con él la Danza macabra, aferrada a su cuerpo como si fuese el de la mismísima fantasía, y se pisaban los pies desnudos riendo como niños desobedientes, seguros de que nadie en el mundo podría descubrirlos en la travesura de su perfecto refugio nocturno. Encendieron las luces, y luego las apagaron, y así fue que se miraron con los ojos, húmedos de desconsuelo, pero también con el corazón, al que auxiliaron las yemas de unos dedos hambrientos. Ella jugó, jugó como no recordaba haberlo hecho en años, trenzando palabras casi olvidadas, añadiéndoles la cadencia de su risa generosa y elocuente, y todos los premios los depositaba en los labios de él, dentro de su boca acogedora, que la esperaba con una sed infinita, con una canción susurrada, con un cuento de Octavio Paz. Y luego, antes de que la noche se disolviera en el día, ella durmió envuelta en sus brazos, y también le prestó a él la almohada de sus pechos breves, y le confió su olor de mujer de campo abierto. Pero el día, perseverante, los devolvió a los raíles, porque la noche no puede durar; y allí, en el mismo cambio de agujas donde ella había saltado al abismo, todo un ejército de ojos sumisos se abalanzó sobre el último abrazo que ella inventó con él, y de esta manera, de súbito, tuvieron que restituir sus sueños a las vitrinas oscuras de la esperanza, y regalarse un último beso de esclavos cuyos destinos divergen sin solución. El mar se había quedado muy, muy atrás, y de su recuerdo subsistió el vaivén del Ruhevoll de Mahler, que él después se encontró pegado a su piel con un extraño, emocionante, duradero sabor salado…
domingo, 13 de enero de 2008
Tres deseos
Para Aires, que transita otros mundos
Si ahora encontrara una de esas lámparas mágicas, y al frotarla apareciese un genio con la oferta acostumbrada de los tres deseos, creo que no albergaría duda alguna: primero le pediría que mis hijos tengan la vida más feliz que puedan tener. Segundo, solicitaría al buen genio que ningún niño en este mundo padezca sufrimientos más allá de esas pequeñas contrariedades que a los niños les sirven para crecer responsables y sanos. Tercero, pediría sin la más ligera vacilación poder abrazar dos veces a mi madre. Al resto de la vida la dejaría seguir con su curso mezquino y gris.
miércoles, 9 de enero de 2008
Los ojos de Luciano
Mírenle los ojos a Luciano, miren su ojos. No sé si es la mejor versión, pero esta conjunción entre Puccini y Pavarotti es uno de esos pocos detalles que dan sentido a la vida.
CALAF
Nessun dorma!
Nessun dorma!
Tu pure, o principessa,
nella tua fredda stanza
guardi le stelle che tremano
d'amore e di speranza!
Ma il mio mistero
è chiuso in me,
il nome mio nessun saprà!
No, no, sulla tua bocca lo dirò,
quando la luce splenderà!
Ed il mio bacio scoglierà
il silenzio che ti fa mia!
VOCI DI DAME
Il nome suo nessun saprà...
E noi dovrem, ahimè,
morir! Morir!
CALAF
Dilegua, o notte!
Tramontane, stelle!
Tramontane, stelle!
All'alba vincerò!
Vincerò! Vincerò!
Traducción al castellano:
CALAF
¡Que nadie duerma!
¡Que nadie duerma!
¡Tú también, princesa,
en tu fría estancia
miras las estrellas que tiemblan
de amor y de esperanza!
¡Mas mi misterio
se encierra en mí,
mi nombre nadie sabrá!
¡No, no, sobre tu boca lo diré,
cuando resplandezca la luz!
¡Mi beso deshará
el silencio que te hace mía!
VOCES FEMENINAS
¡Su nombre nadie sabrá...
y nosotros, ay,
debemos morir! ¡Morir!
CALAF
¡Noche, disípate!
¡Estrellas, ocultaos!
¡Estrellas, ocultaos!
¡Al alba venceré!
¡Venceré, venceré!
(Traducción:
http://www.supercable.es/~ealmagro/kareol/obras/turandot/acto3.htm)
martes, 8 de enero de 2008
Estos Paisanos están locos...
Lo prometido es deuda, y aquí tienen unas palabritas sobre los diez discos del año (excluyendo la música clásica) elegidos por los críticos musicales de El País. Para facilitarles la tarea, les he incluido antes de mis pareceres el texto de cada crítico.
No olvido que he prometido a algunas amigas mi lista de discos del año, pero la verdad es que no sabría qué decirles. No estoy demasiado a la última, y tengo la costumbre de llegar a los discos casi siempre tarde, además de que sigo viviendo de las inagotables rentas de los sesenta, setenta y ochenta, donde se hizo música más avanzada y vanguardista que la mayoría de la que se hace ahora (o al menos de la que trasciende). Pero para no defraudar a mis amigas, y de paso hacerles un regalo, les incluyo al final de esta entrada un enlace donde podrán descargarse un disco. Hace unos años sentí la necesidad de recopilar temas que me gustaban, fueran del estilo que fueran, y sin mucho miramiento colocarlos unos detrás de otros y componer un álbum, al que llamé Los sonidos de la Luna (que ya va por su quinto volumen, éste último doble). Por supuesto, el mérito del disco es el de los compositores e intérpretes que aparecen en él, y mi mérito es simplemente disfrutarlo, y pasarlo a mis amigos para que ellos también lo disfruten, descubriendo tal vez a algún prenda cuya discografía les alegre aún más la vida. Aun así, cualquier melómano aficionado posiblemente conozca todos los temas que el disco contiene, pero resulta curiosa la mezcla, y escuchar las transiciones entre uno y otro. Así que ahí al final llevan el primer número de Los sonidos de la Luna, con todo mi cariño. Y ahora les dejo con este carnaval de despropósitos. No les incluyo enlace alguno a los discos criticados porque saben ustedes dónde los pueden conseguir. Suyo de ustedes…
Wilco – Sky Blue Sky
Quizá haya que agradecer a la migraña crónica del líder de Wilco, Jeff Tweedy, la actual regresión del grupo de Chicago a terrenos menos ruidosos. Tras los experimentos y distorsiones de su anterior disco, A ghost is born, Wilco ha vuelto este año a sus raíces, más cercanas a Gram Parsons que a Sonic Youth. Si un álbum resulta igual de confortable en invierno que en verano, suele ser un clásico. Y Sky blue sky lo es. L. Portela
Cancioncitas melosas que me recuerdan a mi adorado McCartney, sólo que estos muchachos las hacen con treinta años de retraso. Como Wilco no son (como Wings) la Virgen de los Reyes, acaban recordándome también a Los Pecos con ese chimpún bobalicón sobre el que se desarrollan todas sus cancioncitas, mientras que con esa voz de su cantante, que imita a tantos y tantos que cantaron así, sencillamente, por supuesto sin riesgo de herniarse, consiguen el efecto sentimentaloide sin el cual ninguna canción que se precie tiene hoy día éxito ninguno. Temitas ridículos, voz ridícula, aspavientos ridículos, ridiculez al cubo.
Deluxe - Fin de un viaje infinito
En 2005, Xoel López, es decir Deluxe, se sacudió los complejos y ataduras del indie rock. Los jóvenes mueren antes de tiempo fue un buen comienzo que ha continuado con este Fin de un viaje infinito, donde elabora un pop rock, personal y moderno. Es su disco más profundo e intenso pero a la vez liberador. Y con un mérito por encima de todo: la recuperación de atmósferas de clásicos españoles como Aute o Nino Bravo vistos desde el prisma de un chaval de 30 años que escucha a Interpol o Arcade Fire. El presente del rock español. L. P.
Idéntica crítica que a Wilco, pero con varios agravantes como la pachanga de guitarritas de campamento, y que, además, a este pájaro se le entiende mejor que a los otros: “Hay colillas en el suelo / y nadie quiere limpiarlo / he colgado en las paredes / cuadros de calles desiertas / si me sacas de este túnel / y abres todas las ventanas / saldré para siempre”. ¡Madre del amor hermoso!
Orchestra Baobab – Made in Dakar
La Orchestra Baobab nació en Dakar (Senegal) a comienzos de los años setenta. De formación panafricana, compitió con la Star Band en la mezcla de tradiciones mandingas y wolof con vibraciones cubanas. En Made in Dakar, su apuesta más reciente, la Orchestra revisa viejas y espléndidas piezas como Cabral, Sibam y Ndéleng Ndéleng, pero sobre todo logra una brillante conexión de africanías varias y meneos caribeños transculturados. Youssou N'Dour repite. Javier Losilla
Seguimos con la pachanga, esta vez transculturada, y ahora con una imitación africana y turulata de los ritmos de Compay Segundo, ya de por sí capaces de poner frenético hasta al Santo Job. Por supuesto, señores, es música africana, y quien diga algo contra ella además de racista es un purista y un intransigentista… Cualquier disco de Barrio Sésamo tendría música más inteligente. ¡Qué digo, escuchen la banda sonora de Los Teleñecos en la Isla del Tesoro!
Ornette Coleman – Sound Grammar
El viejo león de las vanguardias ha vuelto a sus viejos-buenos tiempos con su mejor disco en décadas. Un compendio de su nueva filosofía, esa "gramática de los sonidos" que, en las manos del saxofonista, se traduce en una música aventurada, poética y decididamente hermosa. Sound Grammar tiene el brillo de otros tiempos; la obra de quien, a sus casi 80 años, lo ha dejado todo para abandonarse a la urgencia creadora. Una obra maestra sin paliativos. J. M. G. M.
Jugando sobre seguro, nos proponen este disco de un Coleman que, lo siento, nunca fue santo de mi devoción. Reconozco, sin embargo, que siempre hizo una música que se me escapaba por arriba. Y también reconozco que este disco suena realmente bien. Eso sí, no he parado de reírme durante varios minutos pensando en la carita que pondrán los fans de Wilco y Deluxe al escuchar esta recomendación… Je, je… Bueno, al menos un acierto.
Robert Plant & Alison Krauss – Raising Sand
¿Un disco de versiones con el vocalista de Led Zeppelin y la reina del bluegrass mano a mano? La conjunción parecía improbable, pero Robert Plant y Alison Krauss, ayudados por el productor T-Bone Burnett, pueden presumir de pequeño milagro: él no grita, ella no empalaga y ni siquiera sacralizan el dueto por el dueto, pues a menudo uno de los dos se limita a las armonías vocales. Entre ambos van meciendo al oyente por el amplio espectro de la americana (folk, R&B, soul, country...), lo acarician y lo desasosiegan a un tiempo. Tejen un halo dulcemente lúgubre, como de gótico sureño, sostenido por los selectos músicos de Burnett (Marc Ribot, Jay Bellerose, Norman Blake...) y un repertorio oscuro, lejos de lo obvio. R. Fernández Escobar
Claro, él no grita y ella no empalaga, y se vienen ambos a un centro aburrido que consiste en lo siguiente: se busca un ritmito simpaticón, con sonidos curiosos y tratados con los filtros adecuados, y ya está hecha la canción. Se repite todo hasta la saciedad dejando en manos de la ingeniería y de las dos voces el encanto del temita. Más chimpón pirulero pero con pretensiones ambientales. Disco empalagoso hasta el vómito, aunque lo mismo como banda sonora daba el pego. Pero disco del año… Muy malo ha tenido que ser el año…
Rufus Wainwright – Release The Stars
Enfático, grandilocuente, espectacular, manierista. Todo en el universo de Rufus es polisílabo por puro barroquismo. El hijo de Loudon Wainwright III y Kate McGarrigle pretendía que este quinto álbum fuera el más comercial y accesible de su carrera. No lo consiguió del todo. Nuestro mesías gay atesora demasiado talento como para limitarse a las estructuras de estrofa-estribillo-estrofa. Por eso aquí hay armonías impredecibles, fraseos casi operísticos, emoción a raudales. Y una voz sin apenas parangón en la música popular. Haga la prueba con Nobody's off the hook y sus violines plañideros. O con la quietud desolada de Leaving for Paris. Rufus es de otra galaxia. F. Neira
¡Uy, Dios santo, un músico que no se limita a las “estructuras de estrofa-estribillo-estrofa”! Esto no pasaba desde Monteverdi por lo menos... La verdad es que, visto lo visto, casi habría que darle el Nobel de música… ¿Que no existe? Pues se crea para este buen hombre. A mí cuando en un tema el pianista pone los deditos alternos así a modo de garra, y se lleva toda la cancioncita aporreando el piano sin cambiar de ritmo, me pone de los nervios. Este Rufus no tiene una gran voz, su música es tremendamente previsible, a la ópera se le parecerá, seguramente, cuando forma mucho jaleo (usualmente al final de sus temitas), y comercial su álbum es que no se pueden ustedes imaginar. Otro disquito para escuchar muy bajito mientras cenas con velas en un McDonald.
Thunder Canyon – Smokey Rolls Down
Se suponía que este disco iba a ser el Blood on the tracks de Devendra, la crónica doliente de su separación de Bianca Casidy, la mitad de Coco Rosie. Por contra, nos deslumbra con un manifiesto práctico de libertad creativa, saltando de música en música, polinizándolas con su risueña locura, generando un torrente de mutaciones folkies, psicodélicas o tropicalistas. La única reserva posible es su desaliño general, muy chirriante en sus letras en español: si existe tal cosa como un productor especializado en disciplinar y potenciar la genialidad freak, debería llamar a Banhart. D. A. M.
Sobre este disco me niego a escribir. Tienen que escucharlo para creerlo. Váyanse por ejemplo al tema 4º, Seahorse, que empieza con uno de esos arpegios que yo hacía de jovencito, cuando no sabía tocar la guitarra (y por eso la dejé, claro), y que continúa con una copia burda del ritmo del Take Five de Brubeck. Vamos, de juzgado de guardia el disquito del año. ¡Aaaaahhh, pero si la crítica es también del Manrique! Je, je, este tío me mata...
White Stripes – Icky Thump
Led Zeppelin resucitó en 2007, justo el año en que no había necesidad de su blues-rock, gracias al arrollador Icky thump. Aunque resulte mezquino reducirlo a su querencia zeppeliniana: el traslado de Jack y Meg White a Nashville parece haber reanimado su curiosidad, evidenciada en la presencia de gaitas o el rock-mariachi de Conquest. Pero la canción matadora de este álbum de Las rayas blancas es You don't know what love is (You just do as you're told), que huele a cosecha de los sesenta. Tantas referencias retro no deberían despistarnos: su arma secreta es el sentido lúdico. D. A. Manrique
Miren, yo pasé del Manrique hace años, y hace años que trato de no leerle nada para no cabrearme, pero por ustedes me he leído este párrafo demencial. Porque miren, que este individuo (que sabe mucho más de conservar su estatus periodístico que de música) diga que este disco es la rehostia al vino, pase, al fin y al cabo también se dice eso de los discos de Iglesias o Raphael; pero que me compare a esta parejita ñoña con los Led Zeppelín es para mandarle los padrinos. Disquillo con algo de ruido, que suele ser confundido con la fuerza y el arte rockero por niñatos como éstos y por pasteleros como el Manrique.
Andy Palacio & The Garifuna - Wátina
Este sorprendente proyecto colectivo recuerda a Buena Vista Social Club. Los protagonistas no son los viejitos cubanos sino músicos garífunas, de diferentes generaciones y países. Los garífunas son descendientes de esclavos africanos rebeldes e indios caribes. Wátina se grabó en una comunidad costera garífuna de Belice, con artistas como el septuagenario Paul Nabor, el hondureño Aurelio Martínez o el propio Andy Palacio. Una música sencilla, auténtica y emotiva, de voces, guitarras y percusiones para un disco histórico. C. Galilea
Otro exponente de música étnica, adjetivo que sirve al parecer para calificar de música sencilla lo que es una música simple e hiperpesada. La Charanga del Tío Honorio pero sin gracia. Eso sí, ritmos africanos, así que todo el mundo cuidando ese racismo…
Robert Wyatt - Comicopera
Ser es así a veces, cantaba Nina Simone. Del mismo encoger de hombros que define la existencia nace esta gran obra en la que rabia, desconsuelo y perplejidad viajan con el placer de vivir incluso si uno, como es el caso, está en una silla de ruedas. Quizá el mejor disco del ex batería de Soft Machine y mártir de la psicodelia desde Rock Bottom (1974), su gran obra maestra. Traumas nuevos como el alcoholismo asisten esta vez al británico, que nos regala con esa voz que no se parece a ninguna sobre un fondo de cool jazz y la ayuda de los viejos amigos (Phil Manzanera o Brian Eno). Iker Seisdedos
Bueno, a ver, para terminar un disquito algo más complicado. No obstante, nada que ver con un gran disco, eso para empezar. El señor Wyatt es patoso hasta la hartura, y la complicación le viene de algunos destellos de Eno, que agradan más como antiguos retales de los tiempos del Rey Púrpura que mejorando en sí los temas. Y no es de extrañar, porque anda por ahí el señor Manzanera, recuerden, aquel que metió en el festival de Leyendas de la Guitarra de Sevilla nada más y nada menos que a Don Miguel Bosé. En fin, un disco que sin ser pésimo yo no escucharía una segunda vez, la verdad.
Y ahora, para que en desagravio por tanta hiel me pongan ustedes a caer de un burro...
lunes, 7 de enero de 2008
Dioses ridículos
Creer significa, según apuntan nuestros queridos académicos, “tener por cierto algo que el entendimiento no alcanza o que no está comprobado o demostrado”. A estas alturas parece obvio afirmar que existen muchos ámbitos de nuestra realidad a los que difícilmente podemos aplicar la comprobación o demostración puramente físico-matemática, pero tampoco desbarramos si reconocemos la existencia de una razón filosófica que consiste precisamente en tratar de acercarnos a las verdades a través del argumento racional. Se puede demostrar mediante complejos métodos de medición la existencia de esta mesa sobre la que escribo, pero su realidad también puede demostrarse apelando a nuestros limitados sentidos y a nuestra capacidad de tratar las sensaciones que con ellos adquirimos. Como bien nos indicaba Douglas R. Hofstadter, en su maravilloso Gödel, Escher, Bach: un eterno y grácil bucle (algo que Tani Curiel nos recuerda en los últimos Poemas del Desperdicio), incluso en el aparentemente sólido edificio de las matemáticas uno podría demostrar que una verdad es mentira; pero aun así seguimos viviendo de una forma diríamos que estadística: de acuerdo, Gödel puede demostrar que admitiendo que dos y dos son cuatro, y argumentando convenientemente y sin errores de cálculo, podemos concluir que dos y dos son cinco, pero cuando alguien me da dos tomates, y luego me da otros dos, lo cierto es que me encuentro con cuatro tomates en las manos, y ni a Gödel se le ocurriría discutir esta certeza práctica. Esta mesa sobre la que escribo podría ser sólo un sueño, pero lo cierto es que, si lo es, va durando lo suficiente como para que me las componga dentro de él, y para componérmelas nada mejor que considerar que aquí está la mesa, ante mí, y que puedo colocar libros sobre ella, y que la tengo que esquivar para no descalabrarme la rodilla. Lo que luego yo quiera hacer con ella, modelarla para que se convierta en un altar de mis desdichas o en un arsenal de recuerdos, eso ya es otra cuestión, porque la mesa, con sus cuatro patitas y su materialidad no deja de estar ahí, todos los días, aguardándome a la vuelta del trabajo.
Cuento todo esto en referencia a aquello de creer. Todos creemos de una forma u otra en muchas cosas, en algunas que todavía no conocemos, en otras que nunca conoceremos, incluso en algunas que no hay previsiones de que nadie conozca jamás. Todos nos creemos que (y creemos en que) el cerebro está compuesto de neuronas, y que las neuronas se relacionan mediante neurotransmisores químicos que, a su vez, provocan estímulos eléctricos que recorren a velocidades vertiginosas los axones de las neuronas; e incluso algunos creemos que todo ese barullo electroquímico es el que nos permite hablar, amar o llorar. Y realmente estamos creyendo en la existencia de todo ese entramado, porque nosotros mismos no hemos podido comprobarlo ni demostrarlo, pero creemos en ello porque los neurofisiólogos hacen públicas sus investigaciones, y si lo deseáramos podríamos comprobar si son ciertas o no, incluso podríamos ver con nuestros propios ojos las neuronas. Digamos que hay una comprobación indirecta y tácita. Pero ningún neurofisiólogo es capaz aún de explicar cómo funciona en su totalidad el cerebro humano, de ahí que la creencia de que todos nuestros sentimientos se podrían explicar con el mero estudio fisiológico del cerebro (aun cuando los avances científicos todavía no nos lo permita), no esté tan extendida como la creencia en la propia neurona. Aun así, podríamos argumentar sin mucha complicación por qué creer en ello no resulta mucho más descabellado que creer en la neurona.
Aquí surge el problema: ver para creer. Y no, no me refiero para nada al individuo que solicita siempre una prueba irrefutable de la existencia de algo para creer que existe, porque no hay nadie así. Me refiero a aquellos que, aprovechando la imposible demostración matemática de tantas instancias de nuestra vida, y dejándose caer por el tobogán de su pereza argumental (motivada bien por un deseo patológico de originalidad, bien por un complejo terrible de inferioridad o por alguna otra tara no superada), se embarcan en creencias que, afirman tajantes, nadie puede discutir ni con fórmulas matemáticas ni con argumentos filosóficos. Es como si los estuviera escuchando: “¡Bah, déjame de filosofías, yo te hablo de algo que está más allá de la filosofía!”. Son personas que pueden levitar y que no necesitan demostrar que lo hacen, pobres diablos que buscan con ansia el otro lado de la vida porque no están del todo contentos con este lado, iluminados que indagan en la poesía de lo esotérico porque no les complace demasiado ni la poesía artesana ni la hermosura que esconde lo cotidiano. Por supuesto, suelen ser individuos que combinan dos peculiaridades necesarias: están en profunda desavenencia con su presente, y son suficientemente cobardes como para huir interiorizando como realidad verdadera cualquier majadería. Por supuesto, esto les lleva a una costumbre que nunca falta en ellos: el proselitismo, que es el movimiento que les protege de la realidad, una actividad que tira de ellos para que no se detengan nunca y se vean a sí mismos como lo que realmente son (como somos todos), para que nunca concluyan que la mesa es una mesa, aunque eso sí, la rodeen invariablemente para no descalabrarse la rodilla.
A estas alturas, y para quien no me conozca lo suficiente, es preciso que aclare que soy un enamorado de los sueños, que me encanta embarcarme en otras realidades, y que incluso pienso que nadie es capaz de vivir sin transitar varios mundos a la vez. Pero me parece una estupidez convertirme en un versado predicador de uno de esos mundos. Jamás podría escribir un tratado sobre las Hadas, aunque puedo cantarles, componerles poemas, inventarles escenarios que en mis ojos (y sólo en ellos) acaban siendo tan o más reales que los de mi rutina. Jamás un Hada podrá evitar que la realidad sea lo que es, porque esa tarea nos pertenece precisamente a nosotros, por muy limitados que andemos en estos menesteres.
Varias veces traté de hablar con amigos católicos practicantes, y su fe los llevó siempre a detener nuestra conversación declarando su incapacidad para entender los motivos de mi ateísmo, pero claro, sin el más mínimo interés por escucharlos. Incluso una de ellos acabó, con el tiempo y sin mi participación, renegando de su fe, pero cuando volví a encontrarla su sordera permanecía intacta, eso sí, instalada en otras creencias distintas. Luego hablé con otro amigo que había sufrido la dolorosa pérdida de una persona amada, y entre lamentos desamparados me habló del tiempo, de la importancia crucial del presente, de El poder del ahora (Ekhar Tolle dixit), y de otros muchos secretos que el universo guardaba y que yo jamás descubriría porque yo miraba el universo con los ojos de la razón, y no era así como se mira el universo. Y cuando le dije que el librito me parecía pueril y execrable, y traté de conocer más sobre ese otro tipo de mirada, obtuve la misma respuesta que de mis amigos católicos: no te comprendo, pero maldita la falta que me hace si tengo esta fe que me salva de la superficialidad. Tuve otra amiga, ésta embarcada en un gatuperio de conjeturas espirituales y bálsamos milagrosos, representante de ese género de individuos que llaman a la hipocondría naturopatía, y que huía hacia la comunión universal de las almas (incluidas, por supuesto, las de los animales y plantas, incluso las del agua y las piedras), y que luego, claro, se hacía un lío con los sentimientos, y se desmayaba entre sesión y sesión naturopatética, y se sentía incapaz de saborear con su excelso espíritu una buena cantata de Bach o un buen párrafo de Stevenson.
Creer es inventar, pero con elegancia. Seguir consignas o perpetrar algunas nuevas es un mero síntoma de desvarío gratuito. El amigo Sagan, al advertir sobre los planteamientos de su Cosmos, decía lo siguiente: “Queremos buscar la verdad a donde quiera que nos lleve. Sin embargo, para encontrar esta verdad necesitamos imaginación y escepticismo a la vez. No nos asusta especular, pero tendremos cuidado al distinguir entre especulación y hechos. El cosmos está repleto, sin duda alguna, de hermosas verdades, de exquisitas interrelaciones, y de la terrible maquinaria de la naturaleza”. Todo aquel que cree que está más allá de esta terrible maquinaria, que podrá realizar hazañas mucho mayores que las de buscar hermosas verdades y juguetear con divertidas mentiras, comete una doble equivocación: se equivoca al mirar a la realidad y, lo que es peor, se equivoca al mirarse a sí mismo. Y colabora a que el mundo se llene de dioses ridículos y bobos.
Poemas del desperdicio (V)
«El más arcano de los saberes asomado en un sueño», salmodiaba Tani Curiel con cadencia semejante a la de nuestro paso, en la amplia trocha que cruzaba arrogante un pequeño otero, flanqueada por un tapiz de tallos secos de girasol. «En una noche de malestar y remoción, en una agitada y eterna noche de fatigoso ajetreo en mi cama, envuelto en sábanas atosigantes, confinado en una oscuridad impenetrable, condenado a un tiempo inmóvil, apareció aquella certeza. Yo atendía asombrado a las conclusiones del sueño, pero a la vez, para conjurar la revelación, hacía por refugiarme en una inconsciencia que, al cabo, me resultó inalcanzable». Y Tani calló un instante para tomar aire, pero siguió sin tardar: «Nada comienza en el uno, ni en el cero, ni en el siete o el tres: todo se inicia en el ocho, ese guarismo templado en el que nadie repararía de no ser por este sueño que en esa noche reunió todas las piezas necesarias ante mi mirada inerme, que me mostró, entre golpes de tos, entre vuelta y revuelta del tedioso e interminable duermevela, la construcción de la Verdad, la suprema realidad proyectando su sombra contra la pared de una caverna decisiva, esa realidad que alberga en su seno mecánico cada milímetro de la existencia. Cierto que luego, ya despierto, me resultaba absurdo tratar de recomponer la historia, pero justo en el sueño yo asistí al baile frenético del universo entero, una danza exquisita en la que cada pieza se incrustaba en su sitio, justo entre sus causas y sus consecuencias, y en la que incluso la locura tenía su proceso prescrito. Del mismo modo que nuestro cerebro, puro circuito electroquímico que se rige por las leyes estrictas de la ciencia, produce monstruos y almas, el mecanismo íntimo de la Verdad generaba sin sonrojo delirios y arrebatos, disparates y melancolías, infiernos y éxtasis, mas todo presagiado, todo explicable, y no por ninguna insensata pretensión cartesiana, que en sí sería a estas alturas bien miserable, sino por el más estricto y natural miedo al dolor». Tani había detenido su paso, y la última frase la pronunció lenta, claramente. «El miedo al dolor…». Todos andábamos algo perdidos, captando al bueno de Tani, como era costumbre, por el ambiente de sus palabras, por los ecos dispersos de algunos términos, por la música que el tono de su voz dibujaba en sus disertaciones. Pero al son de esta frase que Tani repitió pude comprobar que los vagabundos bajaban la cabeza, excepto Julieta, que se apretó a mi brazo, alzó el rostro hacia el horizonte y dejó que el viento aún fresco de la mañana compusiera algunas lágrimas en sus ojos y peinara con elegancia sus cabellos oscuros. «Pero, ¡ay!, porque el sueño, como cualquier fenómeno observable, como cualquier ser, como toda instancia vital, se enredó en sí mismo, y de la sanidad desembocó, con la velocidad propia de los sueños, en la podredumbre y la decadencia. Mas ¿cómo puede decaer un sistema perfecto, un conjunto de reglas autorreferenciales que se prevén a sí mismas, a sus propias causas y consecuencias? Fue al despertar cuando pensé en Gödel, claro, porque en el sueño me limité a vivir, a sentir la decadencia, y asistí abatido al resquebrajamiento de la perfección con el desconsuelo impasible de los durmientes. Pero luego recordé a Gödel, cuyo esfuerzo demostró que cualquier sistema formal suficientemente vigoroso presenta en algún momento una minúscula grieta por la que, de llegar al fondo de nosotros mismos, todo se desmoronaría. En resumen, todo se recompone en un mecanismo impecable, en la justicia, en el amor, en la luz, y cuando parece que todo va sobre ruedas, cuando nadie parece poder imaginar ninguna razón para el pesimismo, el propio hecho de que todo funcione perfectamente es el que trae las contrariedades; sí, amigos, porque la perfección del sistema acaba chirriando en un universo caótico como es éste en el que vagabundeamos, y entonces todas las certezas se tornan precarias, frágiles, y los mecanismos sublimes iniciados en el ocho rechinan al final en sus goznes ideales, se oxidan las cerraduras que acaban abiertas bajo los golpes que la misma noche detenida inspira…». Tani Curiel se detuvo, y todos nosotros con él. Entonces dijo solemne: «Y las verdades acaban produciendo mentiras…». Ranita miró fijamente a Tani, y asintió aunque sólo había entendido la última frase, y aun así no hubiera podido decir si estaba de acuerdo con ella o no. Pero Ranita creía en Tani Curiel y su palabrería. Tani, justo antes de reanudar la marcha, si bien en un tono bastante distinto, soltó: «Pero tened en cuenta que esto sólo fue un sueño. Eso de comenzar a contar en el ocho es una bobada…». Y así llegamos a lo alto del otero, y desde allí observamos que aún habríamos de trotar mucho antes de avistar siquiera la siguiente ciudad. Pero yo sentía el seno de Julieta apretado contra mi brazo, y el aroma lunar de los campos de girasoles arrasados.
jueves, 3 de enero de 2008
Voz de ángel
Pd.- Investigo, sin salir de mi asombro, las causas que pudieron llevar a los críticos musicales de El País a publicar una tremebunda lista de los diez mejores discos del año, con el apropiadísimo título de Fuera de sus casillas. Este mundo parece haberse vuelto definitivamente idiota…
martes, 1 de enero de 2008
Petardos
Los papás y mamás de todos esos niños y niñas que anoche alegraron las calles de nuestros barrios, dando vida a una noche especial con petardos y fuegos artificiales de variados colores y potencias, a toda esa gente que, ahondando en la unidad familiar con un gesto tan bonito como guardar interminables colas en cada uno de los centros pirotécnicos del país, debo dedicarles mis primeras palabras del año:
1. Gracias a vosotros y a vuestro sentido de la paternidad (y la maternidad), he tenido el gusto de comprobar que, en caso de que algún día nos dé por montar otra guerra civil, aquí van a rodar cabezas con una sencillez que asustaría al propio Queipo de Llano.
2. No me cabe la menor duda de que los servicios de atención al niño de vuestras respectivas comunidades deberían abriros expediente y retiraros la tutela de vuestros hijos.
3. Espero sinceramente que ninguno de vuestros hijos e hijas haya sufrido el menor daño en las arriesgadas actividades a las que dedicaron las primeras horas del año, aunque jamás penséis en pagar todos los desperfectos causados por vuestros lindos vástagos en papeleras, husillos, farolas, contenedores, coches ajenos, fachadas, ascensores... Pero eso sí, sueño con que el alcohol del que seguro abusasteis anoche se haya pasado convenientemente por vuestros hígados, dejando algún imperecedero recuerdo.
4. Sois la constatación más clara de que esta civilización necesita urgentemente un cambio para no acabar de desmoronarse, y me parecéis además unos perfectos e integrales GILIPOLLAS.
Feliz año ¿nuevo?