jueves, 31 de enero de 2008

Tuve que reírme

Él seguro que andaría mondándose de risa, con esa risa suya profunda y franca. Se moriría otra vez, esta vez de hilaridad, si ahora me viera cruzar el cementerio, atravesar esa figura de ataúd que tiene el recinto, que ya tuvieron arte los barandas que durante tantos años gestionaron la cosa para darle un perímetro tan conforme al negocio… Ay si me viera cruzar el cementerio de arriba abajo, echándole una carrera al sepulturero, que el diablo sabrá dónde anda a estas primeras horas de la tarde, y que al final va a ser, no te lo pierdas, este hombre que conozco del gimnasio, que también los sepultureros tienen derecho a cuidar sus músculos, por mucho que luego se los vayan a comer los gusanos o las llamas. Si me viera con estas prisas, y sobre todo cargado con los dos o tres kilos de ceniza que han quedado de su encuentro con el fuego, a mi tío se le congestionaría la cara de una sola, sana e interminable carcajada. Como si lo viera: “hace tres días me tomaba unas cervezas con fulano y mengano, dos íntimos amigos que conocí en el bar por la mañana, y ahora me llevas en una bolsita verde y en una urna, como si fuera un hamster o un canario”. Y yo tratando de no mirar a toda la gente con la que me cruzo en el camino, porque esto de tropezarse con un tipo que transporta, con tantas prisas, una urna de cenizas, pues oiga, tiene su miga. Y a mi tío que le botaría el cuerpo de la risa si me viera allí, preguntándome cómo reaccionará el resto de la gente cuando yo llegue con la urna para que tal vez mi amigo el sepulturero la deje caer en la tumba familiar. Y claro, cuando enfilo la calle donde orilla la hilera de tumbas de Nuestra Señora del Socorro Izquierda, veo a la gente congregada, allí al fondo, y súbitamente sus conversaciones se detienen, y pienso que este truco de magia que mi tío me está permitiendo es casi mejor que el que les suelo hacer a los niños con la moneda.Entre los que esperan hay de todo, gente que lo quieren mucho, y algunos que se conforman con la herencia, como su mujer y algunos hijos que no lo ven desde hace años, y que se han acercado para verlo muerto y luego carbonizado. Nunca es tarde si la herencia es buena… Pero él se reiría de herencias y mezquindades, incluso lo habría emocionado que seis de sus ocho hijos hayan aparecido en estos últimos momentos, y habría pasado por alto las miles de mentiras de su mujer a cambio de esta última atención que ella está teniendo, aunque sea con su cuerpo inerte. Y es que él era un bala perdida para lo malo, pero también para lo bueno, y si lo suyo no eran los detalles, tampoco lo era el rencor. Su risa, su risa profunda y franca, eso era él, y aventuras sencillas y hasta zafias, pero aventuras, y yo pienso, cuando deposito la urna sobre un saliente de la tumba, que qué derecho tenemos a pedirle a estos viejos lo que no somos capaces de pedirnos a nosotros mismos, que por qué para nosotros la vida puede ser un mar confuso y sorprendente, y un laberinto donde perderse, y estos viejos tienen que cumplir el guión como si fuesen engranajes y no hombres y mujeres rebosantes de sentimientos. Bueno, pero pienso todo esto para que no se me note lo acharado que he venido trayendo a mi tío en un bolsito… ¡Cómo se descojonaría el hombre! Y transformaría nuestras lágrimas en sonrisas en un periquete… Pero mira, ahí viene mi amigo, en efecto, el del gimnasio. ¡Qué historias! Pesas arriba y abajo, y ahí está el hombre, con su cordelito pasándolo por el asa de la bolsa, y cuando el otro le abre la tumba mi amigo deja caer la urna con mucho cuidado, y ¡ea!, listo, tapa cerrada y nada, hasta más ver. Y a todos, bueno, a los que afortunadamente no tenemos nada que heredar de él salvo su risa, que nos entra la congoja porque ya están todos juntos, y porque en esta tumba faltaba alguien que alegrara el local, y ahí va mi tío, metepata, jaranero, trápala y entrañable para que mi abuela lo abrace después de tanto tiempo, y para que su hermano pequeño vuelva a sonreír después de tanto tiempo, y para que el hermano mayor, que se fue el primero, hace tanto tiempo, se acuerde de todo lo que ha pasado luego, y para que su padre, que fue un hijo de la grandísima cabra, también aprenda a reírse, y para que mi madre pueda cuidar a su hermano como lo cuidó en vida, que fue la forma que ella tuvo de quererlo. Menudo sarao va a montar el jodido Manolo… Dentro y fuera, porque aquí fuera yo mismo me echo a reír contagiado de lo que habría sido su risa franca y profunda, y comienzo a pensar que no es tan frío ese agujero, que hoy se respira en él una calidez que ayer no existía, porque ha llegado alguien para quien la vida era eso, simplemente una aventura.