sábado, 28 de julio de 2007

Fieles celosos

(Pintura por ordenador de Steven Stahlberg, Jealousy)
Los celos son la expresión del miedo y la cobardía. Pero no pensemos en los celos del individuo que mata a su pareja, vayámonos a algo mucho más común, a los celos que la gran mayoría de nosotros sentimos en nuestra vida de pareja. Estos celos (que no son más que la base y una de las mejores justificaciones de aquellos otros celos más extremos y criminales) suelen provenir de la conciencia de posesión sobre el otro, y en esto andamos muy parejos mujeres y hombres. Cuando alguien siente un legítimo temor de que su pareja lo abandone por otra persona, la vía más fácil de expresarlo es con los celos (los reproches, la vigilancia, la arbitrariedad…); la más difícil, pensar que el otro es libre de cambiar su vida cuando quiera (manteniendo de cualquier manera las responsabilidades adquiridas con los hijos), y que sólo sobre esa libertad puede desarrollarse una relación verdaderamente cariñosa y sana. El celoso no confía realmente en su pareja, no está dispuesto a arriesgarse a la desilusión en nombre de la confianza y de la libertad del otro para amar. De siempre el hecho de amar a una persona ha sido sinónimo de quererla, de necesitarla, y ha ido invariablemente unido a la idea de perdurabilidad; pero mientras no comencemos a pensar en el amor como una aventura libre y radicalmente presente, dejando de considerarlo un contrato eterno de cumplimiento obligado, hasta ese momento las parejas serán, lo queramos o no, puros negocios aburridos, explosiones iniciales de pasión que, en vez de precipitar formando un cariño poderoso y duradero, se transforman en caminos tortuosos hacia un futuro gris, rutinario y fracasado.

En consonancia con este problema, se tergiversa sin pudor el término
fidelidad, identificándolo a la ligera con todo aquello que impida que la pareja se separe. Llevando esta definición a su consecuencia lógica, la fidelidad mayor se cumple cuando ni el hombre ni la mujer disfrutan de libertad alguna, puesto que así se evitan las oportunidades de infringir las normas matrimoniales. Como en los celos, no hay fidelidad si no hay libertad para ser fiel. A nadie debería interesarle que su pareja le sea fiel por obligación, y todos deberíamos preferir a alguien a nuestro lado que desea voluntaria, libremente permanecer ahí cerca, compartiendo pasiones, cariño o incluso las dos cosas. Pero el miedo y la cobardía vuelven a funcionar, impulsados por los mecanismos sociales y religiosos que necesitan a toda costa que seamos buenos reproductores.

5 comentarios:

amart dijo...

Como siempre, acertada tu reflexión. Yo, al menos, la comparto, especialmente lo concerniente al binomio libertad - fidelidad.
Sólo un apunte: existe una enorme propensión a relacionar la fidelidad con la bragueta, como si no se pudiera ser infinitamente más infiel usando otras herramientas.
Un abrazo, sir.

Raquel dijo...

¿Y acaso no pensamos en el tema muchísimas veces?
Es difícil mantener la pasión, la entrega, la frescura.Viene bien escuchar tus reflexiones. Gracias.

Sir John More dijo...

Querido Amart, más que de acuerdo. Y lo más ridículo es que esa tendencia a sobrevalorar el aspecto sexual de la cuestión no es útil más que a ciertas reminiscencias animales de la especie, y la Iglesia, claro, ese agrupación de fracasados sexuales.

Mi buena Raquel: ¿no ocurrirá todo esto de los celos porque no sabemos reconocer el momento en que las pasiones se han transformado en cariño, y las explosiones en serenidad? El cariño y la serenidad son regalos divinos sin los que casi nadie podría vivir, salvo cuando adquieren forma de barrotes y de cárcel, y gritan con la voz de los muchos que las pasiones ya no caben en nuestra vida.

Abrazos y besos para ambos.

e-catarsis dijo...

Interesante reflexión Sir, aunque yo apuntaría que los celos los provocan también la inseguridad del que los sufre ( y creo que sufrir en este contexto alcanza todo su significado); no se pueden racionalizar y este es el gran problema porque se alimentan de nuestras propias carencias y "miserias" y el objeto de los celos nada puede hacer al respecto; malo es sentirlos pero ser objeto de ellos creo que es aún peorcre
También apuntaría una cosa, pienso que la infidelidad no es la peor de las cuestiones porque al final se puede acabar entendiendo ( claro que el ejercicio de empatía es duro en este caso pero....se puede) ahora bien la deslealtad es algo mucho más dificil de entender y lo diferencio porque de cintura para abajo sólo está ese ser irracional que todos somos, pero de cintura para arriba...en esa planta donde habitan ( o debieran) la razón y el sentimiento... cuesta más realizar ese ejercicio de empatía...no sé si me explico
:)

Sir John More dijo...

Bueno, e-catarsis, el tema daría para una larga, larguísima conversación, en la que no sólo influirían los argumentos más o menos sistematizados, sino las experiencias más o menos traumáticas que hayamos podido sufrir cada uno. No obstante, creo que el ser humano puede cambiar, y lo ha demostrado en muchas cuestiones directamente ligadas a nuestra animalidad. De hecho, que yo no ande por ahí asaltando a cuanta mujer se me cruce, y que el hecho me parezca reprobable no sólo por pura educación, sino por instinto, prueba que podemos cambiar. La enfermedad (leve o grave, según el caso) de los celos es eso, una enfermedad, y estoy contigo en que el que la sufre tiene muchos problemas para superarla. Pero para esos problemas la sociedad no sólo no ha generado debate y conciencia del perjuicio que esta actitud conlleva, sino que cada día la reforzamos con hábitos y consignas que todos damos por sagradas. Tú misma, si no he entendido mal, lo reproduces en tu texto: una canita al aire no es problema, sin embargo una relación más profunda, en la que los sentimientos y la inteligencia se impliquen, se llama ya deslealtad.

Creo que Amart, en su comentario, no se refiere a que haya modos de infidelidad más graves que el sexual, sino que cada día tenemos actitudes y relaciones que, según ese modo primario de ver las cosas, deberían considerarse más infieles (o desleales) que la infidelidad sexual. Pero creo que Amart, y yo con él, consideramos que ni esos modos de relacionarse, ni la llamada infidelidad sexual tienen por qué ser obligatoriamente infidelidad o deslealtad. Para mí todo es cuestión de dejar muy claro qué se piden las dos personas que inician una relación, sea de amistad, de pareja o de arrendamiento de un local, y que una de las cláusulas básicas del contrato rece que ante las circunstancias que vaya sobreviniendo se optará, como forma de resolver los problemas, por un diálogo abierto y respetuoso de la libertad mutua. Sé que todo es muchísimo más complejo, pero con esta raspa, a la vez sólida y flexible, el pez puede nadar durante mucho tiempo y en condiciones de un mínimo bienestar. Todos cambiamos con el tiempo, y todos nos sentimos irritados o hundidos cuando comprobamos que hace años firmamos un contrato cuya primera obligación era la de pertenecer para los restos a otra persona, cuyo capricho puede decidir en cada momento lo que es o no fiel y leal. Como el respeto, que no es tolerancia y aceptación ciega, sino interés, crítica y sinceridad, la fidelidad y la lealtad nunca se podrán basar en una lista de obligaciones grabadas sobre la piedra de nuestra desdicha. Sobre esto, todos los matices que queramos, claro, donde no sólo tú, e-catarsis, sino también yo y todos tenemos la obligación de ir desvelando esas manías, todas esas verdades venerables que nos condenan, a fin de cuentas, a ser hormiguitas celosas de nuestro hormiguero.

Perdón por la extensión. Igual que tenemos pendiente la subida bloguinternacional al Balcón de Pineta, propongo un Congreso Internacional sobre Fidelidad y Lealtad, al que no invitaríamos a los grupos pro-Castidad (que los hay), claro…

Un beso.