Sé que me caerán algunas collejas, pero debo decirlo: definitivamente Spielberg es un director insoportable. Ayer se disolvió uno de los últimos motivos que tenía para callar esta afirmación. Al hablar de Spielberg, del humo fácil y vacío de sus películas, siempre hice hasta ahora una salvedad: El diablo sobre ruedas (Duel). Vi esta película (realizada originalmente para televisión) hace muchos años, y la recordaba interesante, incluso diría que cautivadora, de estas películas que te mantienen en vilo hasta el último de sus minutos, y con un guión inteligente, noble. Para los que no la hayáis visto, su argumento es el siguiente: un señor hace un viaje en coche en el que debe cruzar zonas muy despobladas de algún estado norteamericano. Adelanta con dificultad a un camión, pero luego se da cuenta de que el camión lo persigue, y el viaje se transforma en una aventura angustiosa en la que el camión (o el camionero) juega a su antojo con el protagonista.
Hace unos días le comenté algo sobre la película a mi hijo mayor (cuya cinefilia comienza a preocuparme, porque ninguna adicción es buena), así que la conseguimos y la vimos. Juro que en las últimas películas que he visto de Spielberg he adoptado una actitud de alerta ante mi posible predisposición negativa. Le he visto tanta tontería a este señor, tanto desperdicio de un talento del que ya empiezo a dudar, que bueno, trato por todos los medios de ser lo más objetivo posible con él. Ahora lo tenía fácil, porque incluso yo pensaba que era la mejor película de Spielberg, su primer intento serio de hacer cine y lo más fresco que había dirigido. Ésta era mi teoría. Pero ahora ya me he convencido de que no, que fue malo desde el principio, al menos como director de cine. La idea de la película era fantástica, y se prestaba a un juego increíble. El camión elegido no era un camión, era un monstruo gigantesco a la caza del pequeño animalito, un Valiant Plymouth rojo, tan indefenso. La película, tan simple a primera vista, permitía jugar con los mitos, pero observándola ahora, con ojos (sólo ligeramente) más formados que los de hace veinte años, descubro montones de detalles ridículos, que Spielberg podría haber salvado, pero que no salva porque es un niño pequeño, capaz sólo de genialidades sin fondo. Y si en las películas de Indiana Jones los múltiples fallos impiden que disfrutemos de unas divertidas aventuras sin más trascendencia, en Duel Spielberg desperdicia la oportunidad de haber realizado una obra maestra. Por poner un par de ejemplos: la escena en que el automóvil se para ante un paso a nivel, y al pasar el tren el camión aparece y lo empuja para que el tren lo arrolle, resulta inconcebible. Es difícil pasar por alto que el automóvil y el camión se encuentran oblicuos a la trayectoria del tren, y que el protagonista sólo tenía que haber doblado el volante para haberse puesto a salvo. Pues no, el bueno de Dennis Weaver pisa el freno y se deja arrastrar poco a poco hacia el tren. Pero claro, la película debía continuar, y el listo de Spielberg decide que el protagonista no muere. Así, un camión que durante la película ha demostrado poseer un motor potentísimo, hasta alcanzar velocidades mayores que las del Valiant Plymouth, empuja al coche y no tiene narices de hacerlo avanzar más allá de un metro. Luego, los pensamientos (en voz alta) del protagonista en el bar de Chuck son penosos, así como su reacción. Spielberg, como tantas otras veces, no se preocupa en absoluto de hacer realista la ficción, con lo que la convierte en una comedia caricaturesca, y en este caso transforma una historia terrible en una más de sus bufonadas. La verdadera virtud de esta película estaba tan basada en el carácter ominoso e inexplicable del camión, como en la normalidad del protagonista, y una persona normal no reacciona como éste reaccionó.
En resumen, una vez más Spielberg convierte una obra maestra en una decepción con sólo tocarla. Alcanzó límites insospechados en La lista de Schindler, en la que demostró oficio a la vez que una capacidad jamás vista para estropear tres horas de obra maestra con un cuarto de hora final insensato y pueril. Vomitó ese bodrio llamado Eyes Wide Shut, que sólo su muerte impidió dirigir al bueno de Kubrick. Llenó películas de escenas ridículas que no casaban con sus historias de ninguna de las maneras, o llevó hasta el paroxismo a personajes histéricos como el Richard Dreyfuss de Encuentros en la tercera fase. Ha sido un gran aprovechado de esa imaginación blandiblú que los americanos engullen como si fueran hamburguesas, sacando personajes idiotas como ET, idiotizando personajes sagrados como Peter Pan (lo de Hook es para llevarlo al Juzgado de Guardia), echando mano de su enorme capacidad económica para asombrar (relativamente) con las primeras escenas de Salvar al soldado Ryan, pero eso sí, para luego contar una historia insulsa con un insoportable Tom Hanks, que es otro de esos histrónicos fijos del cine americano (dios santo, ¿quién puede soportar esa banalidad estúpida que es La Terminal?). Compárese Apocalypse Now ó La chaqueta metálica con esa historieta pro-yankee del valiente soldadito Ryan... En fin, me callo, porque, como dice mi amiga Candela, la vena se me inflama más y más, y con esta edad uno debe administrar los desprecios…