martes, 11 de marzo de 2008

La telaraña

Ambos la vieron a la vez. Acurrucados bajo las mantas, la descubrieron con sensaciones inicialmente distintas. Era un leve jirón de telarañas que flotaba en el techo, el resto de un antiguo trabajo que había perdido casi todos sus anclajes originales, y que ahora se balanceaba gracias a las corrientes ligeras de convección que una pequeña estufa y sus alientos provocaban en el aire del dormitorio. Ella reaccionó instintivamente con un comentario que trataba de justificar la presencia de esa señal de descuido, pero no tardó en volver a ser ella misma, y entonces declaró sin rubor que aquella telaraña le gustaba; y lo dijo justo cuando él andaba pensando exactamente lo mismo: vaya si le gustaba aquella telaraña. El sueño que ambos protagonizaban se podría resolver en esa telaraña, en ese signo, en ese símbolo de la dejadez y del deseo de beberse la vida sin interrupciones. Él descubrió que no estaba acostumbrado a ver telarañas, y que ahora las identificaría con los propios sueños, y ella simplemente sonrió con sus dientecitos de fábula, y se arrebujó un poco más en el cuerpo de él.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Dependiendo del papel que nos toque representar en ese capítulo de la vida que estemos viviendo, las cosas más extrañas a nosotros, pueden parecernos parte de nosotros mismos.

Échaba de menos poder hablarte de vez en cuando... porque leerte, te leía.

Beso.