martes, 18 de marzo de 2008

Decepciones y alegrías

Ah, Curro, siempre fuiste un ingenuo, un irreparable ingenuo. Confiaste en la política, en esa aparente oportunidad de trabajar por los demás, y a su inestable lomo te lanzaste a desfacer entuertos, olvidándote de familia y amigos. Tu cariño era llano, diáfano, alegre, gratuito, y tu aliento infantilmente inagotable. Siempre me pareció un vicio la esperanza, aunque en tus manos parecía como si quisiera florecer, dar el fruto amargo del desencanto.

Conjurabas las contrariedades con risas. Aun recuerdo unas de nuestras últimas carcajadas: te presentabas con tu pueblo, Tomares, a un concurso de proyectos municipales, y estabas ‑no podía ser de otro modo‑ convencido de que vencerías. Tu ingenuidad no quería entender que los premios estaban concedidos de antemano, y que nada tenían que ver con el contenido de las experiencias presentadas. En el estrado defendiste con ardor y embarazo tu propuesta, pero al poco se daba a conocer el fallo: ganaba el pueblo de Bonares. La risa desapareció por un instante de tu rostro. Yo te miraba de reojo unos asientos a tu derecha, preocupado, porque temía que toda la ilusión que llevabas se viniese abajo con estrépito. De pronto, entre el silencio de la concurrencia, adelantaste el cuerpo hacia mí y me dijiste: “Juanma, ¿han dicho Bonares o Tomares?”. Entonces tu sonrisa volvió al par de la mía, y supe que nada, ninguna barrera podría con tu ánimo.

Hoy una ligera decepción me inclina a recordarte, y a envidiar aquella virtud tuya de la alegría…

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